Un real viaje en el tiempo

En el norte de Córdoba, el Camino Real lleva a recuperar personajes, historias y comida criolla

Un real viaje en el tiempo

Ischilín, casi como en el siglo XVII.Foto:Gabriela Origlia 

«¿Tú te acuerdas cuándo nos conocimos, ojos de corzuela?», le preguntó Pablo a Delia. Estaban en la casona de Rodolfo Aráoz Alfano en Villa del Totoral, 80 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba. Pablo era Neruda, que pasó dos años exilado, entre 1955 y 1957, en esta localidad en el corazón del Camino Real, que unía a Buenos Aires con el Alto Perú.

Aráoz Alfano era camarada del chileno, secretario general del Partido Comunista para América Latina. La casona era herencia de su padre, Gregorio, tucumano fundador de la pediatría argentina. Antes de Neruda, en 1939 y por cuatro años, allí vivió el español Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León, quienes llegaron huyendo del franquismo.

«¡Ya está recitando Pablo, qué aburrido es!», ironizaba Aráoz Alfano quien terminó casándose (en terceras nupcias) con la secretaria de Neruda, Margarita Aguirre. Por las tardes, el grupo era habitué del Petit, la confitería frente a la plaza. Hoy en su vereda un grupo escultórico recuerda a Neruda, Alberti y Octavio Pinto, artista plástico nacido en Totoral.

En el pueblo, muy cercano a Jesús María, hoy viven unos 10 mil habitantes, que reciben un buen número de extranjeros porque es un punto clave para la caza de palomas. Frente a la casona de los Aráoz Alfano está la de los Rusiñol Frías, católicos fervientes. Los vecinos rápidamente las rebautizaron el Kremlin y el Vaticano. Las dos son parte de las tradicionales construcciones del siglo XIX que custodian cientos de historias y anécdotas. La más antigua, del 1800, es La Canchona, representativa de la arquitectura rural cordobesa.

Están las casas de Octavio Pinto; La Loma, de Roberto Noble, fundador del diario Clarín; la de Deodoro Roca, uno de los ideólogos de la Reforma Universitaria de 1918, con cine en su patio, y Villa Rosarito, desocupada por casi medio siglo. Fue construida en 1913 por el general Anaya, que participó en la Guerra de la Triple Alianza, allí murió su hija de 12 años enferma de tuberculosis y en el pueblo siguen hablando de su espíritu que deambula entre los ambientes.

Totoral ocupa un lugar central en el Camino Real o de las postas, que llevaba de Buenos Aires al Alto Perú; su primera parte va de las estancias jesuíticas de Caroya y Jesús María hasta esta ciudad y, la segunda, hasta San Francisco del Chañar.

Todo es historia en esta zona. Acá murieron los caudillos Facundo Quiroga (lo asesinaron en Barranca Yaco) y Pancho Ramírez; pasó San Martín con su ejército y fusilaron a Santiago de Liniers. La primera posta data de fines del 1500, creada por un capitán que recibe tierras de las repartidas por Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba.

 

Villa del Tortoral, orgullosa de su pasado.Foto:Gabriela Origlia 

Villa del Tortoral, orgullosa de su pasado.Foto:Gabriela Origlia

Muy buenos aires

«No voy a contar un cuento sino un sucedido», dice una memoriosa vecina de Totoral. Así empieza a hablar de cómo los aires que los médicos aconsejaban para la salud atrajeron a los veraneantes tucumanos y santiagueños, familias tradicionales que pasaban sus vacaciones en este pueblo de clima seco, abundantes plantas de totora, cerro y río.

Los chocleros. Así apodaron los lugareños a los visitantes porque apenas llegaban asaltaban los campos de choclo para cocinar. A comienzos de los 50 fundaron el Club de Veraneantes, donde el ingreso era a dedo. Un salón grande donde se reunían a comer o bailar. La tradición marcó que no hubiera casamientos entre locales y turistas; en los 70 la rompieron la tucumana Tota Curia y Atilio Llovel, hijo de los dueños de la panadería La ideal, una de las primeras de la provincia.

En la plaza del pueblo hay una estatua de San Martín viejo. Cuesta reconocerlo sin su tradicional caballo y el gesto de mando. Neruda y su mujer, Matilde Urrutia, solían caminar, sin que nadie los molestara, por allí. En Totoral nacieron su Oda al albañil tranquilo y Oda a las mariposas, poema por el que su anfitrión le decía: «Pablo, no son mariposas; son una plaga del cereal».

El desfile de visitantes en lo de Aráoz Alfano fue interminable: el muralista mexicano David Siqueiros; el pintor y escultor Joan Miró; el poeta León Felipe; los escritores José Donoso, Raúl González Tuñón y Ernesto Sabato. Sin que se sepa si es un cuento o un sucedido, hay quienes aseguran que estuvieron allí también Ernesto Che Guevara y Dolores Ibaturri, la Pasionaria.

Fernando Fader

Más al norte, hacia las Salinas Grandes, está Ischilín. El pueblo, surgido en el siglo XVII, es un viaje en el tiempo y ese es su atractivo. Casas de adobe, calles de tierra y algarrobos constituyen el paisaje por el que se puede andar en sulki y que tiene como epicentro la casa del pintor Fernando Fader.

Huerta Encantanda está en Loza Corral, a cuatro kilómetros de Ischilín y es un museo dedicado a la vida y obra del gran artista. La recuperación de la construcción y la revitalización de la zona se deben, en buena medida, a la energía de Carlos, nieto de Fader. También acondicionó y gestionó La Rosada, un antiguo almacén de ramos generales convertida en una posada de lujo que hace dos años tiene nuevo dueño, Ignacio Castro.

La bodega familiar Jairala Oller se suma a los atractivos de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, el viejo correo y el juzgado de paz.

Si desde Villa del Totoral se toma hacia el noreste, se llega a Villa de Tulumba, otra suerte de escenografía del norte cordobés, con calles empedradas, farolas antiguas y construcciones de inicio del 1900. La iglesia de Nuestra Señora del Rosario, de 1882, es la joya del lugar, que -sin caer en herejías- compite con la cocina norteña de locro, empanadas, chanfaina y pastel Cambray.

Los que llegan con tiempo pueden ir parando en otros pueblos como San Francisco del Chañar, donde funcionó un leprosario cuyos restos se pueden visitar; Villa de María del Río Seco, cuna de Leopoldo Lugones; el Cerro Colorado, con sus grabados aborígenes y la casa de Atahualpa Yupanqui, o Quilino, para probar sus tradicionales cabritos.

Datos útiles
Cómo llegar

Desde la ciudad de Córdoba la ruta 9 lleva directo a Villa del Totoral; son 80 kilómetros. De allí a Villa de Tulumba hay unos 100 kilómetros que se hacen primero por la ruta provincial 17 y, después, por la 9. De Totoral a Ischilín la distancia es la misma; se recorre por la ruta 17, la nacional 60 y la provincial 16.

Dónde parar

Totoral cuenta con alojamientos de buena calidad como el hotel Camino Real Plaza y La Posada; en Ischilín, La Rosada es de muy buen nivel. La Estancia del Pilar es una de las opciones en Tulumba. Los precios oscilan entre 1200 y 2000 pesos, la habitación doble con desayuno incluído. La Rosada tiene una promoción de pensión completa por 1900 pesos.

Dónde comer

En Totoral, el hotel Camino Real tiene una cocina recomendable; Los Nietos ofrece pastas caseras «de verdad» y buenas escabeches. El patio de La Rosada en Ischilín es el lugar para comer humitas, locros, asados y dulces caseros. El comedor Camino Real en Tulumba tiene la mejor comida criolla.

Qué visitar

El circuito de las casonas en Totoral se hace a pie (se irán observando murales de artistas locales), en el camino está el museo Octavio Pinto (lunes a viernes de 8 a 13 y de 16 a 20; domingos y feriados de 9 a 12.30y de 16 a 20). Museo Fernando Fader (Ischilín, de miércoles a domingos desde el mediodía). Museo casa de Leopoldo Lugones (Villa de María de Río Seco, de martes a domingos, de 9 a 12 y de 16 a 20). Casa de Atahualpa Yupanqui (Cerro Colorado, de 10 a 18).

Fuente: La Nación Viajes