Santiago Maldonado, artesano, tatuador, bohemio, solidario…
El país habla de él. Su caso conmovió a todos. Tenía 28 años y ahora, confirmada su muerte, es imprescindible saber qué le sucedió luego de aquel operativo de agosto tras el que no se lo vio más.
23/10/2017 El PaísEl país habla de él. Su caso conmovió a todos. Tenía 28 años y ahora, confirmada su muerte, es imprescindible saber qué le sucedió luego de aquel operativo de agosto tras el que no se lo vio más.
«Arrastrar una masa inerte de carne y huesos no es vivir, es solamente vegetar». La frase le pertenece a Severino Di Giovanni, un periodista, obrero y poeta italiano, que emigró a la Argentina a principios del siglo XX. Un anarquista que planteaba hacer una «exquisita rebelión del brazo y la muerte». De los expropiadores violentos que incursionaron en el terreno del atentado político, según algunas bibliografías. Un luchador social, para otros historiadores. Lo que le habría costado la muerte, ya que fue fusilado cuando tenía 29 años, durante la dictadura militar de José Félix Uriburu (1930-1932).
A esa frase del inicio de esta nota la pintó Santiago Maldonado hace unos años en un mural de la localidad bonaerense de 25 de Mayo, de donde era oriundo. Sin saber, probablemente, que entre la vida del anarquista italiano que admiraba y la suya terminarían habiendo más coincidencias que ese manifiesto.
De Di Giovanni hoy se sabe poco. De Santiago Maldonado habla toda Argentina y el eco traspasa fronteras, más allá de las que delimitan al país. Durante más de 80 días fue el nombre que le dio, paradójicamente, entidad a una ausencia, a una desaparición –para muchos «forzada», incluso desde la Justicia–; a un vacío, sin certezas. Desde el martes, fue el posible nombre de una persona hallada sin vida en el río Chubut. Desde el viernes, después de que sus familiares lo identificaran, ese cuerpo «es Santiago», como lo confirmaron.
«Es él», dijeron y se desencadenó en el país el eco más fuerte de los últimos dos meses. «Santiago Maldonado» ya no sonará nunca más como un simple nombre propio.
¿Quién fue «él»?
Desde el 1 de agosto hacia atrás.
Santiago Andrés Maldonado cumplió 28 años el 25 de julio. La última vez que lo vieron con vida fue participando de un corte de la ruta 40, más o menos, a la altura del kilómetro 1840, en Chubut. A unos metros del predio que ocupa la comunidad mapuche Pu Lof de Resistencia en la estancia Leleque, en Cushamen. Hasta allí había llegado un día antes, con sus largas rastas y barba despeinada, según las últimas fotos.
Portador, también, de una mirada clara y profunda, capturada en fotos y luego, recreada en dibujos y pintadas que se reproducirían en las noticias nacionales durante los próximos dos meses, y en la que pusieron la lupa tanto los medios internacionales como organismos defensores de derechos humanos e, incluso, la misma ONU.
Hasta ese punto geográfico donde se lo vio por última vez y donde Gendarmería montó un operativo para desalojarlos, había llegado desde El Bolsón, a unos 200 kilómetros, donde vivía desde hacía unos tres meses.
A pesar de que sus familiares aseguran que el joven no era militante ni activista, sino que se solidarizaba con el reclamo mapuche, Santiago estaba ahí siendo parte de esa manifestación encabezada por esta comunidad, que desde marzo de 2015 ocupa terrenos por unas 1.200 hectáreas, compradas por el empresario italiano Luciano Benetton, que allí tiene un establecimiento de 183.100 hectáreas más, pero que los mapuches reclaman como propias, por ser territorio ancestral.
Bariloche había sido su último destino, pero no era fijo. Maldonado seguía una hoja de ruta tan volátil como la de quien agarra una bicicleta y empieza a recorrer pueblos de todo el país, militando una causa propia: una vida a base de medicina natural, aprovechando aportes de la montaña; una alimentación que repudiaba todo lo que derivara de animales, por su condición de vegano, y las expresiones de solidaridad con las luchas que iban pareciéndole justas, mientras forjaba vínculos a través de sus trabajos como tatuador, artesano, participante activo de ferias en plazas y por sus intervenciones artísticas callejeras.
Anarquista, según dijeron sus familiares. Indigenista y humanista, según encasillaron otros. Lechu, Brujo, Ardilla, o simplemente Santi para sus conocidos.
Antes de El Bolsón, que es donde vive Sergio, uno de sus hermanos y principal vocero de lo que vivieron los Maldonado últimamente (y el más duro al momento de apuntar hacia el Gobierno y la Justicia, como responsables), Santiago había cruzado la cordillera para pasar un tiempo en Chile.
«Se fue con una gran sonrisa y muy agradecido y dejó una mochila prometiendo que volvería por ella. Aparecé pronto Brujito que lo pasamos bien ese día», escribió en Facebook un chileno que publicó otras de las últimas fotos que trascendieron de él, con vida: hay tazas sobre la mesa. Sus amigos del país trasandino toman café. Maldonado, un té.
También había estado en Mendoza hacía unos años, donde sembró amistades no sólo de su edad, sino de gente mayor que le dio asilo, como Germán Leyens, presidente del Centro Cultural Israelita. Que el artesano era un joven de sólidos principios pacifistas y que fue muy amigo de sus hijas, fueron alguno de los recuerdos que compartió sobre él, mientras trascendía su desaparición, que desde un principio se le adjudicó a Gendarmería.
También dejó otras huellas, como las que acostumbraba a marcar en la piel a través de las agujas. Como en la espalda de Aldana, una mendocina de 23 años que hoy luce una lupa puesta sobre un universo, llena de colores, dibujo que habrían diseñado juntos. «Vi que tenía los dibujos y como yo también soy artista, me acerqué, entonces hablamos de diseñar algo juntos para hacerme un tatuaje. Yo no tenía plata, entonces me dijo que veíamos y lo cambiamos por una campera que él necesitaba», relató a un diario provincial, de cómo lo conoció en la plaza Independencia.
«Yo lo admiro, siempre lo admiré, por su valentía de ir en contra del sistema sin hacerle daño a nadie. Era un simple mochilero. Viajó por Misiones, Salta, Córdoba y El Bolsón, donde vive mi otro hermano, Sergio. Antes de que pasara esto que nos tiene tan mal, Santiago había hablado con mi mamá y le contó que iba a volver esta semana a 25 de Mayo», dijo Germán, otro hermano, antes del hallazgo del cuerpo en un río, a metros de donde fue visto por último vez.
De unos 35.000 habitantes, 25 de Mayo es la localidad de Buenos Aires, donde hoy no sólo se lucen murales que Santiago pintó hace unos años y que ahora quieren declarar de Interés Municipal, sino que también allí pasó su infancia y adolescencia. Lugar donde lo recuerdan como un niño alegre, que jugaba mal al fútbol y que cargaba libros en su mochila.
Donde hizo amigos como Enzo Robles, que compartió hace unos días tres fotos en donde se lo ve al joven tatuador dibujando sobre una tela. «Me hablaste de la cosmovisión de los antiguos, me mostraste cómo se come el pehuén y lo cocinaste y estaba rerico, no conocía a las nueces de pecan, vos me diste de probar por primera vez una, hablabas siempre de la libertad y de la buena alimentación, cantamos canciones de marzo del 76, nos tatuamos, y escucho tu voz en tus canciones, ese disco que grabaste antes de salir para el sur, me lo hiciste escuchar y me quedé de cara», escribió Robles.
En esa localidad bonaerense es donde hoy se ubica la casa en la que dicen que el teléfono no dejó de sonar durante los últimos dos meses, a pesar de que los llamados por supuestos datos de paradero, avances en la causa y hasta condolencias a los Maldonado no les alcanzaron para dar con la verdad; donde se albergaron el dolor y la incertidumbre de un matrimonio de una mujer jubilada y un hombre que se desempeñó siempre como empleado municipal, que esperaban recibir noticias de la aparición con vida de su hijo; a donde seguramente el martes llegó el llamado o el aviso de que habían encontrado un cuerpo. Es la misma casa desde donde pedió públicamente que no salieran a marchar todavía los miles y miles de comprometidos con el reclamo por su aparición, hasta que no se identificara y se supiera de quién era, lo que finalmente ocurrió la tarde del viernes.
En esa casa, quizás, alguien encendió una tele y escuchó al juez Gustavo Lleral decir: «Se pudo determinar que no hubo lesiones en el cuerpo» y que para conocer la causa de la muerte de Maldonado hay que «esperar los resultados complementarios de las muestras que se toman en estos casos, lo que demandaría más de dos semanas».
Al nombre Santiago Maldonado aún le falta mucha verdad.
De Bono, líder de U2:
«Gracias por venir a vernos. Deseo que el ‘show’ les ayude a sobrellevar el dolor y la tristeza que están atravesando», dijo Bono en La Plata, dedicándoles esas palabras a Sergio Maldonado y su esposa, Andrea Antico, presentes en el recital. «No hay consuelo para semejante tristeza, pero también sabemos que no hay final para el amor. Deseo que puedan saber qué pasó. Nunca se rindan», les escribió luego el artista, en una carta.