Tan cerca pero tan lejos: reencuentros familiares en la frontera que separa Estados Unidos y México

Personas separadas por las políticas migratorias se reúnen desde hace generaciones en el muro metálico que divide a ambos países.

Personas separadas por las políticas migratorias se reúnen desde hace generaciones en el muro metálico que divide a ambos países.

Lourdes Riestra apoya la cabeza contra la parte mexicana de la valla fronteriza, apretando un ramo de rosas rojas. Su hijo, César Parra, está del lado estadounidense, apenas visible a través de la malla de metal. Están celebrando el Día de la Madre, pero la frontera, como siempre, se interpone entre ellos. «No he visto a mi hijo en cinco años por este muro», dice Riestra. «Este muro no debería existir».

Deportada de Estados Unidos hace cinco años, la mexicana Riestra no tiene manera de regresar a donde está su hijo. Y si Parra, quien migró con Riestra de niño, dejara Estados Unidos para visitar a su madre, quizá no pueda regresar nunca más al único hogar que conoce. Eso deja a madre e hijo en esta situación, a ambos lados de la impenetrable valla fronteriza, a apenas pocos centímetros, pero a mundos de distancia.

Parque de la Amistad. La frontera entre Estados Unidos y México termina en el océano Pacífico, donde separa las populares playas de Tijuana de una reserva natural en Estados Unidos. Sobre un peñasco con mirador al mar, las familias divididas por la frontera se reúnen desde hace generaciones a lo largo de la valla, en un lugar conocido como Friendship Park o Parque de la Amistad. Sobre el lado estadounidense, el parque no es en realidad muy amable: un territorio de nadie, donde agentes fronterizos miran severamente a los visitantes admitidos sólo los fines de semana y por pocas horas. A pocos centímetros, en México, hay parejas que pasan cerca de la frontera y de sus consignas de amistad transfronteriza pintadas en colores alegres en su camino a la playa y los restaurantes con vista al mar. Dividiendo ambas partes, hay una elevada valla de seis metros de altura, hecha de barras de hierro y mallas de acero EM_DASHuna medida para combatir el contrabandoEM_DASH que amortigua las voces y fragmenta los rostros del otro lado. A través de los agujeros, apenas pueden tocarse dos dedos.

El Parque de la Amistad y la valla que lo define son potentes símbolos de las políticas migratorias de Estados Unidos que separan a miles de residentes en Estados Unidos, tanto legales como indocumentados, de familiares fuera del país. Se estima que en Estados Unidos viven unos 11 millones de inmigrantes indocumentados, la mayoría de origen mexicano. Aquellos que visitan a familiares fuera de las fronteras estadounidenses corren el riesgo de no poder volver. Del otro lado están sus familiares sin intenciones de viajar a Estados Unidos, así como muchas de las más de 2,9 millones de personas deportadas desde 2008 —sólo en 2015 fueron 235.000—, muchos de los cuales dejaron familia en Estados Unidos.

La campaña electoral estadounidense hizo foco en la política de migración. Los demócratas Hillary Clinton y Bernie Sanders llamaron a reformar las leyes migratorias. Y el republicano Donald Trump pidió deportaciones masivas. Pero para los familiares que se reúnen en el Friendship Park, la política de migración no es política. Es personal. En una celebración para conmemorar el Día de la Madre en Estados Unidos y México, el pasado 10 de mayo, la pequeña plaza del lado de Tijuana se llenó de familias en busca de esa reunión agridulce. Decenas de madres, hijos y abuelos se colocaron en fila contra la valla con el fin de intercambiar novedades con los familiares del otro lado.

Un grupo de madres deportadas con hijos en Estados Unidos reparte pastel de hojaldre y globos de colores, mientras una banda de mariachis toca canciones tradicionales, utilizando altoparlantes para llegar al otro lado.

«Se siente horrible». Pero el amenazante muro parece ensombrecer el ambiente festivo. «Se siente horrible», dice Alfredo de Jesús, de 29 años, apartando la vista de su madre Minerva Legleu, de 46 años, una residente indocumentada en Estados Unidos que viajó durante horas para visitarlo desde el otro lado. «Sólo quiero abrazarla, estar cerca de ella, pero no puedo», comenta. «Me hace feliz verlo, pero también es muy triste», dice Legleu a través de la malla. Legleu recuerda que dejó México para trabajar en Estados Unidos hace 16 años, escondida en el baúl de un coche, dejando atrás a su hijo.

Este es el segundo Día de la Madre que pasan juntos desde entonces. Durante años, ella no se atrevió a realizar la visita al Parque de la Amistad y a sus guardias fronterizos. Una visa adquirida recientemente para víctimas de violencia le quitó el miedo, pero sigue sin tener permiso de dejar el país y luego regresar. «Quizá el año que viene», sueña. «Espero que algo cambie, de manera que nos podamos ver de verdad», dice De Jesús. «Es el Día de la Madre y quiero darle un regalo. Pero no le puedo dar nada».

Fuente: La Capital Rosario