«Todos somos americanos»

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Después de 50 años, Estados Unidos y Cuba volverán a tener relaciones diplomáticas. ¿Este cambio histórico cierra el último capítulo de la guerra fría del siglo XX o encierra una nueva estrategia norteamericana sobre América latina, después de una década de repliegue?

Casi en simultáneo, ambos Presidentes salieron a comunicar a sus respectivos ciudadanos que se había dado una vuelta de hoja en la historia bilateral. Barack Obama y Raúl Castro anunciaron al unísono un acuerdo que incluye la apertura de embajadas diplomáticas, la incorporación de Cuba en la próxima Cumbre de las Américas, el retiro de la isla de la lista de países acusados por Estados Unidos de promover el terrorismo, así como la devolución mutua de presos acusados de espionaje.

¿Es el fin de un resabio de la Guerra Fría? Algo de eso indudablemente hay. Como recordó Obama -en un discurso donde los argumentos estuvieron todos al servicio de desmontar el sentido común construido por los exiliados cubanos en Miami durante largas décadas- Estados Unidos tiene excelentes relaciones con China desde la década del 70, a pesar de que allí sigue gobernando el Partido Comunista y con Vietnam, país al que invadió y donde murieron miles de jóvenes norteamericanos en una de las guerras más largas del siglo XX. Cualquiera de los dos casos pone en ridículo las razones “éticas” o “ideológicas” para continuar con la política del aislamiento y embargo frente a la pequeña y vecina Cuba.

Al mismo tiempo, la notable persistencia cubana había vuelto a esa política cada vez menos efectiva. Luego de la caída de la Unión Soviética en 1991, la diplomacia de La Habana no esperó mucho tiempo para salir a buscar nuevos socios y reforzar alianzas preexistentes. Lo hizo con los países latinoamericanos, que con el fin de la Guerra Fría fueron logrando mayores márgenes de maniobra, lo que permitió incluir a Cuba en diversos foros regionales, restablecer vínculos comerciales y políticos, hasta el punto en que, en estos mismos momentos, La Habana es sede de los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno de Colombia.

Al mismo tiempo, muchos países de Europa, como España, Francia o Alemania comenzaron a enviar contingentes de turistas cada vez más numerosos a las playas paradisíacas de la isla. A medida que comenzó la obligada apertura económica, inversiones empresarias del Viejo Continente a empezaron a reproducirse en áreas de servicios y producción, antes vedadas al lucro capitalista.

Otro tanto ocurrió en los últimos años con China y Rusia, quienes vieron en Cuba una amable puerta de entrada en un hemisferio que hasta hace muy pocos años tenían prácticamente prohibido.

Entre ese conjunto de Estados con los cuales los cubanos lograron morigerar los efectos económicos y políticos del aislamiento norteamericano resalta el pequeño pero poderoso Vaticano. Si bien tanto Obama como Castro resaltaron el papel que jugó Francisco, cabe recordar que todo comenzó con Juan Pablo II, a fines de los años 90. Ya pasada su misión anticomunista de los años 80, Juan Pablo pudo tener una mirada más abarcadora, en la que aparecían los costos sociales que estaba produciendo la victoria del libre mercado que él mismo había ayudado a edificar. Sus homilías contra el neoliberalismo, y su célebre frase de que el comunismo contenía “semillas de verdad”, terminaron llevándolo al aeropuerto José Martí el 21 de enero de 1998. Lo recibió el propio Fidel Castro, quien estrenó por primera vez un políticamente correcto traje negro en lugar del tradicional verde oliva militar. Cuba ya no era una piedra del Muro que debía ser derribado, sino más bien un lugar desde el cual decir algunas verdades morales, y sobre todo era un país que, después de casi diez años de sobrevivir a la caída del comunismo, se había ganado por sí mismo el derecho a existir. Cuba y el Vaticano, dos estados-símbolo, habían logrado un punto de encuentro en medio de la vorágine globalizadora.

En aquellos años complejos, donde Cuba estaba sola en el mundo, casi tanto como en su propia región latinoamericana, la dirigencia política de la isla decidió aguantar la tormenta y no repetir la experiencia soviética. A pesar de todos los pronósticos, sobrevivió. De ahí en más, la política norteamericana del bloqueo económico y el aislamiento ya era un capricho antes que un proyecto viable para terminar con la revolución de 1959.

Sin embargo, todos estos movimientos tenían lugar -hasta ayer- sin que hubiera cambios relevante en la relación bilateral.

En medio de la novedad de este cambio geopolítico cabe preguntarse qué busca Estados Unidos.

La respuesta no es sencilla, y se mezclan cuestiones domésticas (la molestia de grandes empresas norteamericanas que ven cómo firmas de otros países se quedan con negocios que podían ser de ellas, o la transformación cada vez más evidente de la colonia cubana, alejada del fanatismo de los tiempos de los primeros exiliados, etc); y cuestiones  personales (el lugar del propio Obama en la historia, que muchos comparan con el acercamiento que hizo Nixon sobre China un año antes de dejar la presidencia).

Sin embargo, puede pensarse en otra motivación, menos pasajera: la apertura de Estados Unidos sobre Cuba, además de reconocer un largo fracaso diplomático, puede ser también el reconocimiento de un revés más corto: la ausencia de una política activa sobre la región en los últimos años. Durante esta década se combinó la llegada de gobiernos progresistas en distintos países de América latina con una preocupación casi exclusiva de Estados Unidos por regiones extra occidentales, lo que dio como resultado un retiro parcial del imperio sobre su “patio trasero”.

El relanzamiento del vínculo diplomático con el antiguo archienemigo cubano, además de los beneficios concretos que traerá para ambos países, puede estar mostrando las cartas de un cambio más amplio: un nuevo tiempo donde “todos somos americanos”, como remarcó en perfecto castellano el propio Obama en su discurso. En un mundo caotizado, donde Estados Unidos parece ser más hábil construyendo enemigos -reales o imaginados- que aliados, volver sobre su hemisferio parece ser un curso de acción muy lógico. Y hacerlo sobre el símbolo rebelde por antonomasia de América latina puede ser la forma más efectiva y directa de que todos escuchen el mensaje: todavía estamos acá, ojo.

Pero al igual que ocurre con Cuba, Estados Unidos no va a encontrar un territorio virgen y manso sobre el cual extender sus dominios, sino una región que en estos breves pero intensos diez años se constituyó como tal y aumentó notablemente su margen de autonomía. Lo que pasó ayer entre Cuba y Estados Unidos no es una coda tardía del siglo XX, sino parte del mapa para entender por donde va el siglo XXI.

Fuente: Télam