Una aventura en el valle de Collon Cura
Crónicas de viajeros. Aquí, el relato de una familia que recorrió esta hermosa zona del sur neuquino. ¿Viajamos con ellos?
29/11/2017 TURISMOCrónicas de viajeros. Aquí, el relato de una familia que recorrió esta hermosa zona del sur neuquino. ¿Viajamos con ellos?
Camino hacia el sur de la Provincia, yendo por la Ruta Nacional Nº 237 comenzamos a bordear el río Collón Cura. Luego de deliberar en familia, acordamos llegar un poco tarde a nuestro primer destino Junín de los Andes, y detenernos a recorrer el bello paisaje que rodea el río. Vivimos una gran experiencia y continuamos viaje con una aventura inolvidable para contar al regreso.
Desde la ruta observamos una cantidad de aves, de diferentes especies, que no alcanzábamos a contabilizar, diseminadas por el río que en este tramo se ensancha hasta llegar a formar el lago Alicurá. Eso nos auguraba una tarde entretenida.
Apenas llegamos, nos recibió una hembra de guanaco con su chulengo que estaba amamantando. Ella nos miraba atentamente mientras descendíamos del vehículo. Los chicos quedaron admirados, era la primera vez que veíamos este animal tan de cerca!
Comenzamos a recorrer una serie de pequeñas lagunas que se forman durante el trayecto del río. Allí observamos teros reales, cauquenes comunes, flamencos, playeritos y gaviotas.
Continuamos avanzando unos metros hasta llegar al brazo principal que corre con velocidad. Sus aguas son realmente tranparentes y se ven una gran cantidad de piedras bocha en el fondo del cauce. Alcanzamos a observar algunas truchas moviéndose lentamente en contra de la corriente.
Decidimos avanzar entusiasmados con el paisaje que nos rodeaba. El río comenzó a hacer una curva y para cortar camino nos metimos en una especie de denso bosque de sauces. Entre las ramas de un árbol un zorzal animado cantaba con mucha energía.
En el bosque se sentía un aroma único: una mezcla de flores, pastos húmedos y madera fresca. En algunos recovecos donde brotaba un poco de humedad se apreciaban pequeñas flores de todos colores. Esta particularmente nos llamó la atención por su forma. Luego averiguamos que se llama Topa topa, la gente del lugar la asocia con un “zapatito de duende”!
De pronto llegamos a una especie de paredón bordeando el río. Allí el agua golpeaba con fuerza formado un extenso pozón. Allí decidimos hacer un pequeño descanso y tomar algo fresco, ya que el sol era agobiante. La sombra de un solitario sauce nos dió un respiro.
Sobre el borde de la roca de enfrente, una enorme águila mora observaba el valle quizá buscando su próxima presa.
Nos quedamos en este lugar disfrutando del agua más de una hora. Nos asombró la soledad del lugar, el sentirnos los únicos seres humanos en varios kilómetros a la redonda… era una sensación de tranquilidad fabulosa!
En ese lapso, el águila no se movió en ningún momento. Era tiempo de regresar. Volvimos por otro camino que atravesaba un extenso campo de arbustos. Desde allí se apreciaba a unos pocos metros el casco de una estancia, donde sobresalen los álamos. En esa zona el río forma una especie de remanso. Un lugar maravilloso para vivir…
A mitad de camino nos recibe un amigable choique, que en un principio parecía asustarse pero luego de caminar unos metros se detuvo probablemente a esperar que pasemos su territorio. Luego que avanzamos volvió al mismo lugar donde lo habíamos encontrado. Estas aves son magníficas, tienen un plumaje suave que a medida que camina sus plumas hacen un alegre movimiento que lo acompaña.
Antes de subir al auto observamos por última vez el maravilloso paisaje que nos había hecho vivir una tarde inolvidable. Nos prometimos que la próxima vez que regresemos al sur de Neuquén, volveríamos a recorrerlo!