Una cautelosa América latina dejó caer esta semana a la mandataria brasileña Dilma Rousseff

Un apego estricto de los gobiernos regionales a la soberanía de los países y problemas domésticos conspiraron contra la presidenta brasileña.

Un apego estricto de los gobiernos regionales a la soberanía de los países y problemas domésticos conspiraron contra la presidenta brasileña.

El continente americano observó con preocupación la caída de Dilma Rousseff esta semana. Pero un apego estricto de los gobiernos a la soberanía de los países y su atención puesta en problemas domésticos conspiraron contra una mandataria traicionada también por su escaso carisma. A medida que el cerco crecía alrededor de Rousseff, los gobiernos izquierdistas de Uruguay, Venezuela, Ecuador y Bolivia expresaron su respaldo explícito a la mandataria, que el jueves fue suspendida de su cargo por el Senado, que inició un juicio político en su contra, y reemplazada por su vicepresidente, Michel Temer.

El venezolano Nicolás Maduro y el boliviano Evo Morales se hicieron eco de las palabras de Rousseff y denunciaron un «golpe de Estado parlamentario». Pero cuatro años después del revuelo latinoamericano por la destitución del presidente paraguayo Fernando Lugo, la crisis brasileña no logró construir el mínimo consenso para activar respuestas del Mercosur o la Unasur.

Proceso cuestionado. Argentina, el principal socio de Brasil en la región, efectivamente vio la crisis desde el costado: el gobierno de centroderecha del presidente Mauricio Macri se limitó a llamar a respetar las instituciones del país vecino. «Hay una tradición diplomática de no interferir en los asuntos domésticos de otros países», dijo Joao Augusto de Castro Neves, director de América latina de la consultora Eurasia Group. «En general prevalece un cierto enfoque de cautela, de no buscar peleas», añadió el analista.

Aunque el impeachment de Rousseff es muy popular —el 61 por ciento de los brasileños está a favor—, el proceso es muy cuestionado porque una mayoría de diputados y senadores del Congreso han sido condenados o están acusados de haber cometido delitos de corrupción en algún momento. Según Michael Shifter, presidente del centro de análisis Diálogo Interamericano, muchos países están «incómodos» con el proceso y observan que «ha sido politizado».

La Organización de Estados Americanos (OEA) anunció que consultará sobre la legalidad del pedido de impeachment a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en San José de Costa Rica. Su secretario general, Luis Almagro, ha dado claras señales de apoyo a Rousseff visitándola dos veces en el último mes, pero el asunto no ha sido discutido por los 34 países miembros de la OEA en el Consejo Permanente, el órgano político del ente continental.

Pero al denunciar un «golpe», Rousseff, una ex guerrillera que fue torturada y encarcelada durante la dictadura militar (1964-1985), «tiene en su mente al gobierno militar y creo que (eso) está muy lejos de esto», dijo Shifter. «No creo que muchos gobiernos compartan esa comparación», añadió. La mandataria tampoco hizo esfuerzos por llevar esa denuncia fuera de sus fronteras. Al acudir hace tres semanas a la ONU no hizo mención alguna a un golpe de Estado.

No enfrentarse a Temer. También hay cuestiones más prácticas. Cuando se disipe la neblina política, Brasil seguirá siendo la mayor economía latinoamericana, a pesar de su desolador panorama de contracción económica actual y un escándalo de corrupción que ha manchado a buena parte de la élite del poder en Brasilia. «Brasil no es cualquier país. Por su tamaño e importancia, los otros países» no pueden darse «el lujo de respaldar a Dilma a costa de no trabajar con el gobierno de Temer», apuntó Shifter.

El regreso de Rousseff al poder luce altamente improbable: para destituirla definitivamente el Senado requiere un voto menos de los que tuvo el jueves (55 a favor y 22 en contra). Los países vecinos «no quieren antagonizar a Temer porque puede quedar hasta 2018″, dijo Shifter.

Muy pocos se imaginaban este escenario hace una década, en la «era dorada» de la izquierda latinoamericana: impulsada por el respaldo popular a sus políticas sociales y el alza de las materias primas necesaria para financiarlas. Emblemática figura de la izquierda latinoamericana, el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva —padre político y principal aliado de Rousseff ahora— puso al gigante suramericano en la mesa de las discusiones globales, con el apoyo de sus aliados en Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Pero con las condiciones económicas menos favorables y el derrumbe de la popularidad de muchos gobernantes no hay mucho apetito por cruzadas regionales. «Los problemas domésticos están demandando más atención de los líderes», dijo de Castro Neves. Según Shifter, «hace diez años Rousseff hubiese tenido un respaldo mucho más alto».

Dilma no es Lula. Otros apuntan a lo obvio: Dilma, la tecnócrata firme y severa, no es Lula, el carismático ex obrero metalúrgico que llevó el Partido de los Trabajadores (PT) al poder por primera vez en la historia y ocho años después la designó su sucesora. «No tiene el carisma ni el pasado en el movimiento laboral», dijo de Rousseff Cynthia Arnson, directora del programa de América Latina del Woodrow Wilson International Center.

Talentoso negociador, pocos dudan de que Lula habría sido más veloz para prevenir o impedir su caída y habría sabido hacerse escuchar a lo largo del continente. Pero tampoco descartan que el escándalo de corrupción que empaña a todo el PT deglutiera a cualquiera. «Todos son renuentes a apoyar a cualquiera en este momento», dijo de Castro Neves.

Fuente: La Capital. Rosario