Una pasión a renovar
La mayor parte de esta columna reproduce las líneas ya publicadas en la mañana de un domingo inolvidable, con, virtualmente, sólo algunos agregados en los siguientes párrafos.
19/12/2022 OPINIÓNLa mayor parte de esta columna reproduce las líneas ya publicadas en la mañana de un domingo inolvidable, con, virtualmente, sólo algunos agregados en los siguientes párrafos.
Se “renueva”, entre otros motivos, tras escuchar la infinita templanza de Lionel Scaloni para aguantar, como durante casi todo el Mundial, a unos sujetos que dicen obrar de periodistas y no pueden hacer otra cosa que lanzar frases de demagogia lacrimógena y lugares comunes interminables.
Si no es ahora mismo, cuando llegue el reposo tras esta coronación emocionante y merecidísima habrá que ubicar en un pedestal al técnico de este equipo. Y a sus colaboradores. Pero no solamente por haber demostrado una pericia profesional impresionante e impensada, que lo coloca a la altura de los grandes conductores tácticos y estratégicos de la historia del fútbol argentino.
Scaloni es un tipo que desdramatiza la locura de excitación permanente en que abreva una, digámoslo, gran mayoría del periodismo (no sólo el nuestro, desde ya, pero la parte que nos toca es muy considerable).
Después de la victoria ante Méjico, tras la derrota con Arabia Saudita con medio mundo queriendo crucificarlo y con todas las de ganar si se mostraba con espíritu de “revancha”, bajó la línea de que “es difícil hacerle entender a la gente que esto es sólo un partido de fútbol, y que mañana sale el sol ganes o pierdas”.
Y en esta tarde que ya entró en el podio de nuestras mayores conmociones populares, el técnico volvió a demostrar una nobleza narrativa, una tranquilidad analítica, que debería ser aleccionadora para los electrizados constantes frente a cada episodio que ocurre. En el fútbol o en donde sea.
Chapeau, Scaloni.
Por lo demás, es de esos momentos en que uno no quiere tener la responsabilidad de escribir sobre las cosas denominadas “serias”, como si acaso no lo fuera la pasión popular desbordada que suscita la Selección. Como si no fuese un elemento sociológicamente descomunal que invita, y hasta obliga, a detenerse en el tipo de identidad que es capaz de nuclear a los argentinos en un solo corazón.
Marta Dillon escribió una columna hermosa, el viernes, para el suplemento “Las 12”. Contó que es una feminista aguafiestas de ésas que tiran del mantel cuando la mesa está tendida, o que te enrostran los datos de explotación laboral infantil detrás de las zapatillas que te acabás de comprar. Que a veces trata de evitarlo, pero le resulta imposible. Pero que también es una persona que vive libando potencia de la fiesta.
“La fiesta como lugar para salirse de sí; para dejar de creerse que importa tener un nombre propio; la fiesta como ese dispositivo que ofrece pruebas irrefutables de que nos necesitamos, que nadie vive sin les otres, que los paraísos son efímeros pero existen, que las caricias y los besos forman corrientes eróticas colectivas en las que es posible hacer la plancha y flotar más fácil que en el Mar Muerto. Fiestas en la calle, en las pistas, con un parlante diminuto en una vereda, en la puerta de una fábrica recuperada, en un encuentro feminista”.
“Escribo con el deseo de que dure un poco más esta pasión desatada; pasión de pueblo que se apropia de los relatos, los gestos y las cábalas. Les hace decir su nombre, el de cada quien, el de todos, el nuestro: pueblo”.
Cualquier fiesta tiene los límites descriptos por la canción de Serrat y nadie se engrupe acerca de sus consecuencias políticas, que no existen.
Pero también es cierto que ahora, con el resultado puesto y la alegría que parece interminable, es cuando más no deben falsearse ni el análisis ni los sentimientos. No hay que ser como esos personajes que gozan o se torturan con el superyó de la conciencia social y el fútbol como opiáceo, según los cuales puede y debe “volverse” sin problemas a lo que auténticamente importa.
Así, pasaron montonazo de medidas y gestos, durante el Mundial, que han seguido poco menos que de largo. Y a los que debe retornarse de a poco: asumiendo que la pausa impuesta por el fútbol es tan irreprochablemente comprensible como la necesidad de retomarlos, con cierta prisa, una vez pasados los efluvios de una felicidad a la que un resultado adverso en el partido –que estuvo muy cerca– no le hubiera hecho mella si es por la imagen de coherencia que dio la Selección.
Pasa que condenaron a Cristina en una causa abominable si es por las probanzas. Que ella se bajó de cualquier candidatura. Que en el Gobierno y en el Frente de Todos todavía no tienen mayor ni menor idea de cómo reaccionar ante esa decisión. Que el viaje de una caterva de jueces, funcionarios y empresarios mediáticos a Lago Escondido sigue pudiendo minimizarse sin grandes inconvenientes, al igual que una nueva guinda en los postres de la Corte Suprema: ratificar sentencia contra Milagro Sala en otra causa tenebrosa, amainada entre los poderes nacionales y provinciales para ejemplificar dónde termina que una india asome la cabeza en defensa y estímulo de sus pares, a través de una obra integradora que conmociona a quien la haya comprobado mediante ojos que no sean los de medios de comunicación que trazan agendas falsas.
Como apuntó Luis Bruschtein aquí, resulta que la construcción de alrededor de ocho mil viviendas populares, más escuelas modelos, colegios secundarios con gimnasio y pileta de natación, salas de salud, hospitales, fábricas de bloques y centros de esparcimiento para las barriadas populares, es estafar al Estado cuando, por cada casa, el Estado pagó la mitad de lo que ofrecían las constructoras privadas.
“No la condenan por las casas que supuestamente faltan, sino por las que construyó”.
Pasa una baja de la inflación (para decirlo en términos argentos), como pasa que las bonificaciones de fin de año más se parecen a chiste de mal gusto si es por su impacto real en los bolsillos populares. Esto último es tan así que su anuncio quedó en palabras de una ministra de relevancia secundaria.
Y pasa que, como lo admiten en reserva figuras de la oposición, que Sergio Massa concentra todo el interés extra-Mundial con una capacidad de trabajo ya reconocida en público por CFK.
Massa tira los córners y los cabecea. Juega en todos los puestos.
Puede tratarse de comunicar Precios Justos como apuesta decisiva para aminorar el proceso inflacionario, de que el FMI aprobó la revisión de las cuentas trimestrales o de ponerle el cuerpo a que para las fiestas de fin de año habrá rebaja en el precio de las zapatillas.
Es discutible si el ministro principal debe adquirir semejante nivel de “grandezas” y pequeñeces anunciatorias, porque revelaría que carece de instancias intermedias o fusibles que amortigüen sus responsabilidades.
Pero está fuera de duda que todas las cartas de recuperación competitiva del FdT están en sus manos.
Y se reitera, para que anoten de una vez los jugadores de medidas radicalizadas: fue y es Cristina quien lo respalda, en el convencimiento de que una baja de la inflación resulta el componente no totalizador, pero sí imprescindible, para tratar de evitar el mal mayor de una derrota en las urnas.
A partir de ahí, sobrevienen las incógnitas que absolutamente nadie, hoy, está en condiciones de resolver.
Si, en efecto, baja la inflación en sentido progresivo, ¿cabe algún candidato que no sea Massa, siendo que el ministro ya repitió varias veces que éste no será su turno de ninguna manera por razones familiares?
Con Axel Kicillof abocado al territorio bonaerense y acechado por la eventualidad de “inmolarse” en una mudanza a candidatura presidencial, ¿qué oferta hacia izquierda, o hacia cierta combatividad contra los factores de poder, podría mostrar la unidad o unión peronista, o progre?
Cristina, ¿se dispondrá a aceptar y promover “un” Massa que supone alguna competencia quizá eficaz, pero muy poco de épica confrontativa? ¿Y cómo se mide el grado de esa confrontación, de modo que no sea una irresponsabilidad desestabilizadora, o literaria, y sí tener claro que deben afectarse intereses?
Estos son interrogantes que exigen inventiva en la dirigencia frentetodista, además de disposición.
Y son muy difíciles.
La Opo descansa en la comodidad de que le bastaría con una inflación siempre para arriba, indomable. Después, como ya se comprobó con la catástrofe del gobierno de Macri, verán. Mucha, representativa o significativa parte de “la gente” vota por la foto.
No por la película.
Mientras tanto, está claro que hacía falta una pasión de Pueblo.
Que siga habiéndola para volver a ilusionarse con la política.
Por Eduardo Aliverti