Varios mensajes, el crescendo, silencios y estrépitos en dos horas

El discurso que pronunció el presidente Alberto Fernández fue leído casi textualmente, el texto fue repartido antes de que llegara a su mitad. Los variados tramos se premeditaron: el escalonamiento integra el mensaje.

El discurso que pronunció el presidente Alberto Fernández fue leído casi textualmente, el texto fue repartido antes de que llegara a su mitad. Los variados tramos se premeditaron: el escalonamiento integra el mensaje. Hay que prestar atención a las partes, enseña el semiólogo Jack the Ripper. El orden de los factores conforma el producto, da cuenta de las intenciones del orador. Va repaso, a vuelo de dron.

Comenzó “normal”. El saludo inicial, homenajes al aniversario de la recuperación democrática, a los soldados que lucharon en Malvinas, a las Madres y las Abuelas. A poco andar una novedad, un hito: la defensa de “mi moderación”, en sonora primera persona del singular. “Fue con mi moderación”, repitió el mandatario, que se concretaron logros, gestos de autonomía nacional. Los destinatarios son los fieles al Presidente pero especialmente quienes lo controvierten: críticos de izquierda, progres desencantados y sobre todo compañeros peronistas que no reprochan “moderación” sino tibieza, irresolución, amague y recule, mal uso o abandono de la lapicera.

Paso seguido discurrió el típico balance de gestión que suele tropezar con un escollo similar en diferentes gobiernos. El método usado es pedir a cada área un resumen de su año, avances, medidas fundamentales. Cada repartición aporta material supuestamente sintético, usualmente barroco. Transformarlo en un mosaico coherente es un desafío-castigo. Los resúmenes sumados trasgreden cualquier métrica de duración incluso las dos largas horas que insumió el discurso. El Presidente navegó ese trayecto con un tono que se pretendió sereno y que sonó anodino o monocorde. AF arrojó granos de pimienta enfilados hacia “la Justicia” o hacia los adversarios que incluyen a sus familiares en el blanqueo de capitales o hacen negocios cuando deciden políticas públicas. El condimento o las aserciones picantes fueron breves, no pronunció nombres propios, no dijo “Mauricio Macri”… La tenida seguía en relativa calma. El aplausómetro vibraba poco.

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La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner mostró una sonrisa abierta al iniciar la sesión. Celebró que hubiera tres mujeres presidiéndola, primera vez en la historia. Luego, sabiéndose blanco de miradas e interpretaciones no siempre sensatas, optó por un modo mix: institucional en la recepción y en las palabras protocolares, zen durante el speech. Medios gestos, nulos aplausos. Cuando pasó una hora, tal vez sin notar que la tele la poncheaba, miró el reloj.

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Fernández es un discreto orador, lejos de las capacidades de Cristina, del presidente Raúl Alfonsín, de cualquier top ten de la etapa que usted elija, lectora o lector. Su mejor registro se nota cuando explica, “da clases”: brilló cuando la pandemia. Es didáctico, se engancha con lo que dice, conecta con el auditorio. Ayer lució cuando explicó sus críticas técnicas sobre el fallo contra Cristina en la causa Vialidad. Pero en la reseña de gestión pierde atractivo, no maneja inflexiones de voz, no se da maña para improvisar un poco, colar un toque de humor, “morcillear”.

Cuando llegó el crescendo, el cuestionamiento a la Corte Suprema de Justicia, eleva la voz y llega al grito a demasiada velocidad. Se enoja, incurre en furcios o mini errores. De cualquier manera, consiguió lo esencial de un discurso político. Dejó su sello. Dividió aguas, encolerizó a la bancada de Juntos por el Cambio, se entretuvo replicando al diputado Fernando Iglesias. Dejó patitiesos a los supremos Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz. Rosatti batió récords de impasibilidad. Rosenkrantz lleva puesto un mohín de haber olido algo fétido que por ahí se acentuó un cachito. Miraba de reojo hacia arriba, tal vez a un monitor de la transmisión oficial que les dedicó largos enfoques. El cupo masculino de la Corte que aceptó la invitación al Congreso atravesó un mal y merecido rato de protagonismo mudo. Ricardo Lorenzetti y Juan Carlos Maqueda integraron el cupo masculino que vio todo por tevé at home. Por lo menos le habrán podido gritar al televisor como tantos hinchas de fútbol, ir al baño, picar algo, saciar la sed. Cupo femenino cortesano no hay.

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El cuestionamiento a la Corte y a la promiscuidad de parte del Poder Judicial con los poderes fácticos y con la oposición constituyó el núcleo de la jornada. Esta columna comparte que la conducta de la Corte es reprochable, que obra con parcialidad, abusa de su poder. Numerosas sentencias son arbitrarias, no meramente discutibles. Producto de la voluntad caprichosa del tribunal. Muchas son tardías, en exceso. Otras, como el amparo concedido a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, violentan el sentido de una medida cautelar, generan los efectos de una sentencia definitiva. Fijan montos de condena sin fundamento, a ojo de buen cubero y de mal juez. Han incumplido la Constitución, se han ganado a pulso el juicio político. Zafarán por el juego democrático de mayorías y minorías, quedarán expuestos.

Esta columna ha tratado esas sentencias y muchos vicios del Tribunal, volveremos sobre el punto en otras notas, Regresamos al discurso.

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El ministro de Economía Sergio Massa quedó diferenciado de sus (hipotéticos) pares-colegas. Lo acomodaron en un palco que le dio mayor visibilidad sobre todo cuando el Presidente enalteció su labor y lo citó un par de veces.

Otro palco fue compartido por gentes de a pie cuyas notables historias de vida fueron narradas por el Presidente. Personas ejemplares, laburantes, sacrificadas, que están mejor gracias a la acción estatal. Retratos vivos para mostrar «cómo se llega a la gente». Fernández cometió un desliz al dejar para el final (todo gritería y abucheos) a Belén, una víctima de violencia de género que pudo superar el dolor, conseguir trabajo en un contexto hostil y congregar una familia. Gamberros legisladores cambiemitas la agredieron de palabra. Es su idiosincrasia y su sensibilidad, sincerada. Suya la responsabilidad y la falta de respeto. De todas maneras. el orador que hizo subir la temperatura debió intuir que eso pasaría, comienza a opinar este cronista.

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Un primer resumen a cuenta de nuevos abordajes. La lectura de Fernández “nos pusimos de pie, sentamos las bases” es de un sector minoritario del Frente de Todos. El conjunto de la coalición está mucho menos conforme.

Cuestionar a la Corte y a la Justicia federal es un derecho del Presidente que carga con la deuda de no haber podido contrapesar o limitar esos poderes.

La descripción de indicadores positivos de la economía, reales, no armoniza con la percepción cotidiana de muchos argentinos. Las descripciones del mercado de trabajo, de las condiciones de vida tampoco.

Numerosas injusticias e inequidades son consecuencia de acciones deliberadas de grandes jugadores de la economía. Las alusiones al impuesto a las grandes fortunas emprenden buen rumbo pero se quedan cortas. Le faltan contrincantes al cuadro de situación de Alberto Fernández.

Como saldo de una exposición tan larga parece indicar que el Gobierno promete perseverar en las líneas maestras de su gestión. Un sesgo de continuidad para este año y acaso para los venideros. Para la campaña electoral. ¿Son propuestas suficientes, son promesas que entusiasman, son fuertes argumentos de  campaña? Este cronista lo duda, dicho esto con respeto y abierto a debatirlo. Habrá que ver.

Por Mario Wainfeld

Fuente: Página 12