José de San Martín
Más allá de su excepcionalidad, el 'Libertador' de tres países y uno de los principales gestores de la emancipación latinoamericana vivió como cualquier hombre.
17/08/2018 FIESTAS Y CONGRESOSMás allá de su excepcionalidad, el ‘Libertador’ de tres países y uno de los principales gestores de la emancipación latinoamericana vivió como cualquier hombre.
José de San Martín fue uno de los hombres que consolidaron la independencia de los países sudamericanos a inicios del siglo XIX, y es considerado el prócer más importante de la Argentina. Su vida ha sido objeto constante de investigación y no pocos debates y controversias, que siguen enriqueciendo y acrecentando la figura del Libertador a más de 160 años de su fallecimiento.
Su existencia estuvo plagada de episodios interesantes que forjaron su legado, algunos más conocidos que otros, y que a su vez demuestran las cualidades de un hombre idealista que se caracterizó por su valentía, inteligencia, honradez y fraternidad.
El mal negocio español
Corría el año 1811. Mientras en Buenos Aires y otras ciudades de América del Sur estaban sumidas bajo revoluciones criollas que habían iniciado el año anterior, José de San Martín se encontraba en España ultimando los detalles para su retorno al Río de la Plata y unirse a la causa patriota, a la espera que las autoridades del Ejército español autorizaran su baja luego de prestar veintidós años de leales servicios, los dos últimos enfrascado en la Guerra de Independencia Española contra las fuerzas napoleónicas.
Para lograr su objetivo, el entonces capitán agregado al Regimiento de Caballería de Borbón pidió su retiro y baja de las fuerzas militares españolas en grado de teniente coronel para marcharse a la ciudad de Lima, una estrategia que le permitía ocultar sus verdaderas intenciones. Aunque los documentos que certificaban esta solicitud fueron quemados, otros archivos permiten reconstruir este momento.
El escritor Juan Marcelo Calabria explicó a MDZ que «en esos informes se deja leer entre líneas la situación desesperada y la profunda miseria que vivía en España en ese momento, pródigo en una guerra de sangre contra los ejércitos napoleónicos que lo estaba dejando muy falto de recursos».
«Esto se da cuando San Martín ya se ha enterado de los sucesos que han acaecido en América con las revoluciones, entre ellas la Revolución de Mayo, y decide volver a su tierra a prestar sus servicios en la causa que se iba a empeñar», añadió.
La Guerra de Independencia Española comenzó en 1808 y finalizó en 1814, en el ocaso de Napoleón Bonaparte. San Martín participó en ella hasta 1811, cuando decidió volver a América tras veintidós años de servicios a la Corona borbónica.
Sus superiores españoles facilitan el pedido de baja y aplauden la decisión de San Martín de retornar a Lima para ‘proteger’ los supuestos intereses del teniente coronel en la capital peruana. Un documento fechado el 26 de agosto de 1811 dice: ‘Después de confirmar que José de San Martín ha servido veintidós años al Ejército español, y en que sus méritos particulares de guerra por los que merece consideración, estima, ya que son fundados los motivos que expone para solicitar su retiro, y pasar a la ciudad de Lima con el objeto de arreglar sus intereses perdidos y abandonados por las razones que manifiesta, y asegurar su subsistencia y la de sus dos hermanos que quedan sirviendo en los ejércitos de la península. […] Sin esta causa tan justa no creo pediría alejarse de nuestra lucha este oficial antiguo y de tan buena opinión como ha acreditado principalmente en la presente guerra’.
Calabria revela que «el viaje a Lima era solo un pretexto que San Martín exponía para que el Ejército español finalmente le diera la baja, dado que su familia jamás había estado allí y él no tenía ningún tipo de bienes ni intereses en esa ciudad».
«Comprendemos que es una estratagema de San Martín para obtener impulso en su causa», reiteró.
Pero detrás de esa rápida aprobación se entreveraban otras causas más ligadas a la coyuntura económica que afrontaban las fuerzas militares leales a la Corte de Cádiz en 1811: ‘A esta gracia por producirle al mismo tiempo al erario el ahorro de un sueldo de agregado que disfruta este capitán de caballería, ya que sobrecarga la nómina de oficiales y hay sobrantes de éstos en todas las clases’.
Uno de los superiores de San Martín deja bien en claro el beneficio del retiro del coronel criollo: ‘Por mi parte hallo fundado el motivo que expone para pedir su retiro y traslación a América, pues cuando las causas de conveniencia lejos de perjudicar al servicio, producen un bien conocido al Estado en general, deben ser atendibles como sucede en este individuo cuyo interés se ha abandonado por la imposibilidad de manejarlo inmediatamente, no rinden con perjuicio suyo y del rey como hacendado contribuyente los beneficios económicos que podrían aportar a la Corona’.
«Es decir que el Ejército autorizó la baja de San Martín no solo porque se ahorraba un sueldo, sino porque además le permitía a un hacendado atender sus intereses en Lima y así acrecentar sus propiedades y tributar más impuestos al Rey y a las arcas del Imperio Español.
Pasión por los libros
Durante toda su vida, José de San Martín fue un apasionado por la lectura y su uso como herramienta para la educación, en consonancia con el ideario de la Ilustración al cual adhería fervorosamente, por lo que estuvo abocado a la fundación de bibliotecas y la donación de libros para engrosar el acervo de esas instituciones.
En la obra Valores humanos de José de San Martín. Su misión americana, la historiadora Fabiana Mastrángelo rescata los estudios realizados por Antonio Gutiérrez Escudero que mencionan que el General del Ejército de los Andes tuvo dos bibliotecas personales. Los fondos de la primera lo acompañaron desde España a Buenos Aires y Mendoza, y luego por Chile y Perú, donde terminaron en la Biblioteca Nacional de ese país. En cuanto a la segunda, fueron donados a la entonces Biblioteca Pública de Buenos Aires (actual Biblioteca Nacional Mariano Moreno) en 1856 por su yerno Mariano Balcarce, y se supone que había sido formada en su estadía europea.
Su preocupación por la educación y la literatura quedó expresada en varios documentos. Cuando en 1817 el Cabildo de Santiago de Chile le ofreció un obsequio de 10.000 pesos en oro, San Martín pidió que esa gran cantidad de dinero sea destinada «a un establecimiento que haga honor a V.S. y a ese benemérito reino: la creación de una biblioteca nacional que perpetuará para siempre la memoria de esa municipalidad».
La Biblioteca Pública General San Martín fue creada en 1820 con auspicio del propio ‘Libertador’, que en aquel entonces se encontraba de viaje a Perú para finalizar su campaña. Algunos ejemplares donados por éste se conservan como ‘joyas bibliográficas’ en esa institución.
En medio de la Cruce de los Andes, el líder del Ejército libertador dictó un testamento fechado el 23 de octubre de 1818 donde, entre otras cosas, ofrece en donación sus libros a la ciudad de Mendoza para la creación de una biblioteca que ya había ideado antes de partir a Chile. «Que la librería que actualmente posee y ha comprado con el fin de que se establezca y forme en esta capital una biblioteca, quede destinada a dicho fin, y se lleve a puro y decidido efecto su pensamiento».
En 1821, durante su mandato como Protector del Perú, San Martín fundó la Biblioteca Nacional de Lima y donó 700 libros de su propia colección para el acervo inicial de la institución, que contaba con 11.000 ejemplares provenientes de la copiosa biblioteca que las autoridades del antiguo Virreinato del Perú habían confiscado a los jesuitas en 1767.
En un decreto publicado el 16 de mayo de 1822, San Martín expresó: «Los días de estreno de los establecimientos de ilustración, son tan luctuosos para los tiranos como plausibles para los amantes de la libertad. Ellos establecen en el mundo literario las épocas de los progresos del espíritu, a los que se debe en la mayor parte la conservación de los derechos de los pueblos».
San Martín en Waterloo
Bien es conocido que José de San Martín y su hija Mercedes se instalaron en la ciudad de Bruselas en 1824, donde residieron casi ininterrumpidamente hasta principios de 1831 cuando el Libertador se mudó a Francia, alegando el temor de la joven a los coletazos de la revolución del año anterior que había declarado la independencia de Bélgica.
Además del fallido retorno a Buenos Aires en 1829, durante su residencia en Bruselas San Martín realizó varios viajes, algunos motivados por su salud (los tratamientos contra la artritis que recibía en la localidad de Aix), por la educación de Mercedes o por el solo hecho de pasear.
En el capítulo homónimo a este título, publicado en el libro San Martín. Más allá del bronce, de Juan Marcelo Calabria y Roberto A. Colimodio, se describe uno de los últimos viajes que San Martín realizó cuando vivía en Bélgica. Durante julio de 1830, en plena gestación de la Revolución belga, San Martín recibió la visita en Bruselas del diplomático chileno Miguel de la Barra quien había servido bajo su mando como alférez en la batalla de Maipú. Se encontraba en Europa gestionando (sin éxito) el reconocimiento de la independencia de Chile por parte de Carlos X. Viajaba acompañado de su hermano José María que era su secretario y años después publicaría un Diario de Viajes de sus casi ocho años en el viejo continente.
San Martín estudió el exitoso cruce de los Alpes que las tropas de Napoleón Bonaparte realizaron en 1800 para conquistar Italia. Tres décadas más tarde, el general sudamericano criticó las estrategias de su colega francés en la batalla de Waterloo.
Junto al cónsul chileno en los Países Bajos, Pedro Palazuelos, los hermanos De la Barra vieron a San Martín, «a quien anteriormente había visitado yo en Londres cuando estuvo allí de paso para Buenos Aires. El General nos presentó en la Sociedad de Comercio de que era miembro y adonde con él y Palazuelos nos reuníamos a comer y leer los diarios todos los días y enseguida al Paseo del Parque o a ver algunas cosas del pueblo», recuerda José María.
Palazuelos organizó una visita al campo de batalla de Waterloo, al que también fue invitado San Martín, y De la Barra escribió una simpática viñeta sobre el «guía» que les tocó en la ocasión: «Cabalga el General San Martín con gallardía y es un consumado jinete […]. San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso, y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Napoleón y enseguida el cambio completo del plan, por la aparición de Blecher. Criticó el General los movimientos como sólo él sabe hacerlo. Era hermoso oír a San Martín explicando sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del gran expatriado».
Guerra contra Moreno
No se trata de una disputa entre ambos próceres, dado que nunca se llegaron a conocer (Mariano Moreno falleció seis meses antes que San Martín partiera de España), sino un duro conflicto epistolar entre el Libertador y el hermano del desaparecido abogado, Manuel, a raíz de un chisme.
Según relata el historiador Daniel Balmaceda en su libro Espadas y corazones, en 1834 San Martín se entera por boca del ministro chileno Miguel de la Barra que el embajador argentino en Gran Bretaña, Manuel Moreno, lo acusaba de participar de un complot para establecer monarquías en los países latinoamericanos. El político trasandino le transmitía así un mensaje del canciller peruano en Francia Casimiro Olañeta.
Molesto por verse involucrado en esa falacia, San Martín acude a Olañeta para constatar la veracidad del rumor, y el embajador del Perú se lo confirmó: le explicó que Moreno le había escrito sobre el asunto en una carta, pero no podía probarlo porque la había destruido. De todos modos, el ‘Padre de la Patria’ confió en la palabra de Olañeta sin saber que, en realidad, era todo una treta elaborada por el diplomático peruano que sí se prendía en todas las conspiraciones.
El general le escribió al embajador argentino una extensa carta en la que decía que «usted ha calculado que el general San Martín [se refería a sí mismo en tercera persona] es un vil intrigante […]. Su conducta no puede calificarse que de uno de estos dos modos: o es usted un malvado consumado o ha perdido enteramente la razón». Haciendo alusión a la dureza de su carta, San Martín le pide a Moreno que viaje de Londres a su residencia en Boulogne Sur Mer para que le pida los «esclarecimientos que son consecuentes» al conflicto y de hecho, en una posdata, insinúa la posibilidad de un duelo: «Usted venga a lavar su honor que aquí lo espero».
Los últimos veintiséis años de su vida San Martín residió en Europa, pero se mantenía al tanto de lo que ocurría en el Río de la Plata mediante la nutrida correspondencia con sus amigos, como Tomás Guido y Tomás Godoy Cruz, y las conversaciones con políticos y diplomáticos sudamericanos que lo visitaban.
Manuel Moreno le respondió a San Martín expresándole su «asombro» y «pena» por las acusaciones del Libertador. Le explicó que sí era verdad que le había enviado una carta a Olañeta, pero negó rotundamente haber escrito algo sobre un presunto complot. Incluso le envió un borrador de la misiva que le mandó al peruano, donde solo mencionaba que San Martín había viajado a Madrid. Creyendo que esa explicación demostraba su inocencia, Moreno le pidió al general exiliado que por escrito dejara constancia del desagravio y, finalmente, aludió al reto a duelo expresando que su investidura gubernamental le impedía realizar acciones en ese terreno.
Pese a que al leer la respuesta de Moreno creyó haber llegado demasiado lejos, San Martín no se retractó y le envió otra carta diciendo: «Concluyamos de una vez este desagradable asunto, diciéndole que admito la seguridad que me da de que no ha tenido jamás la idea de ofender mi honor, pero es preciso convenir en que usted ha obrado con una ligereza extraordinaria y que espero sea esta la última vez que usted toma mi nombre para nada». Esta misiva refleja que para San Martín, Moreno era el culpable de su malestar, mientras el verdadero responsable, Olañeta, no era ni siquiera sospechoso.
Pero la cuestión no terminó allí. Moreno continuaba herido e irritado por la acusación de San Martín. Aprovechó una ocasión que había llegado a la embajada en Londres una carta para el Libertador escrita por su yerno Mariano Balcarce, y que ésta estaba pegada con otro sobre. Ordenó que no las despegaran, y le escribió a San Martín en un tono sutilmente sarcástico: «Como al separarlas puede romperse el sello de la de usted y según lo ocurrido ya, usted no dejaría de suponer que habría sido violentada o que habría sufrido tentativas, debo pedir a usted que comisione aquí a una persona que reciba dicha carta […]», y advirtió que la embajada «ni debe ni quiere encargarse más de la correspondencia de usted».
San Martín le respondió a Moreno: «Usted hace muy bien en tomar esas precauciones pues por este medio pone a cubierto no solo su honor, porque en mi sana opinión le es a usted desconocido, pero sí sus costillas, pues estaba bien resuelto a visitarlas (único medio que puede emplearse con un hombre como usted) si volvía a notar en mis cartas la notoria curiosidad que usted emplea en todas las que caen en sus manos». También lo trató de «pícaro consumado» y se señaló que «el coraje de usted solo lo reserva para intrigas y picardías».
Aunque envió a un comisionado a Londres, San Martín aparentemente nunca le envió esa última carta a Moreno, y el incidente finalizó.
¿Quién confeccionó la Bandera de los Andes?
Tras la realización del Congreso de Tucumán y la Declaración de la Independencia, a mediados de 1816 llega a Mendoza una comunicación del comisionado de los ejércitos, José Garzón, donde se informa que se ha autorizado el uso de la bandera creada por Manuel Belgrano y se permite al Ejército que pueda confeccionar un pabellón propio siguiendo los colores ya establecidos.
La historia oficial, que es ampliamente enseñada en las escuelas de todo el país, explica que en la noche del 24 de diciembre de 1816 se realizó una reunión social en la casa de Laureana Ferrari, donde el gobernador de Cuyo y líder del Ejército de los Andes, José de San Martín, desafía al grupo de mujeres presentes a que confeccione una bandera para las fuerzas militares que iban a cruzar la cordillera. Siempre según este relato, en una semana las ‘patricias mendocinas’ consiguieron las telas y cosieron el emblemático pabellón, por lo que el 5 de enero de 1817 se produjo el juramento del mismo en la Iglesia Matriz con la bendición del capellán Lorenzo Güiraldes.
Durante años la Bandera del Ejército de los Andes estuvo expuesta en la planta baja del edificio de Casa de Gobierno (foto). Desde 2012 reposa en el Memorial de la Bandera, ubicado enfrente y construido de manera subterránea.
Esta historia está basada en una carta que Laureana Ferrari de Olazábal escribió en 1856, es decir cuarenta años después del episodio, y que permaneció oculta hasta 1923 cuando fue comprada por el Museo Histórico Nacional. El profesor Fabián Agostini, vicepresidente de la Junta de Estudios Históricos Filial Maipú, señaló a MDZ que «una carta que se escribe tanto tiempo después adolece algunos errores y recuerdos tergiversados, y su contenido está muy cuestionado».
Entonces, ¿cómo se creó la Bandera de los Andes? Agostino esgrimió que en los últimos años «han aparecido otras fuentes, como la de una persona apellidada Antúnez que lleva al Archivo General de la Provincia una carta de Gregorio Puebla fechada en 1830, que habría sido dirigida a la Gobernación, menciona que quienes realmente habían confeccionado la bandera eran las monjas del Monasterio de la Buena Enseñanza (actual Compañía de María), dado que fungían como las maestras de labor de las patricias», si bien éstas presuntamente se encargaron de comprar las telas y aportar los elementos necesarios para la confección del pabellón.
De hecho tampoco la bandera habría sido creada en una semana. Investigaciones posteriores indican que la confección del pabellón del Ejército de los Andes debió ser una tarea extremadamente compleja, teniendo en cuenta además que lleva un reverso. «Se cree que no tardaron menos de tres meses», manifestó Agostini.