De pestes, fantasmas y miserables
Y de pronto la película se llenó de malos y el argumento se complejizó. Como si no alcanzara con la peste y sus fantasmas, reaparecieron energúmenos de todo calibre, algunos de los cuales bautizó el Presidente como "miserables", y no precisamente pensando en Jean Valjean.
09/04/2020 OPINIÓNY de pronto la película se llenó de malos y el argumento se complejizó. Como si no alcanzara con la peste y sus fantasmas, reaparecieron energúmenos de todo calibre, algunos de los cuales bautizó el Presidente como «miserables», y no precisamente pensando en Jean Valjean.
Y es que toda peste trae fantasmas, y no sólo sanitarios, sino también políticos y económicos. Y en consecuencia, sociales. Desde la bubónica o «Plaga de Justiniano» en el siglo 6, y pasando por la feroz Peste Negra del alto Medioevo y todas las que Europa siempre dijo que llegaban de Turquía, hasta la Fiebre Amarilla porteña de 1871, los estragos sanitarios fueron, inexorablemente, de gravísimas consecuencias y afectaron a todas las clases sociales.
Lo fantasmal, entonces, radica en todo lo que no se sabe de cada peste. Misterio que desata miedos y conductas abyectas –sí que también solidaridades y gestos maravillosos– y que en el caso argentino de estos días también viene teniendo la virtud de mostrarle a nuestro pueblo espejos diversos en los que mirarse.
Y esta que pasó fue, sin dudas, la semana más interesante y a la vez más conflictiva y también esclarecedora. Todo eso. Semana de incongruencias y de discutir mucho lo no importante –rebajas de sueldos de políticos, cacerolacitos– como también de evolución de una sociedad que más allá de su desorden estructural y los vicios conductuales que nos caracterizan, viene mostrando una disciplina esperanzadora, seguramente porque –por una vez– el ejemplo que viene de arriba está exento de incongruencias y dobles mensajes.
Por eso el cacerolazo porteño –cabe subrayar el adjetivo porque en las 23 provincias de este inmenso país nadie los imitó– fue un fiasco absoluto. El Presidente había señalado claramente a los «miserables», pero la respuesta no pasó de lobbies de millonarios y presiones mentimediáticas. Y el impostado entusiasmo opositor de trolls y dirigentes macristas en liquidación fue apenas un zapateo de clases medias amontonadas en tres o cuatro barrios de la Capital Federal. Donde ni se enteraron de que hubo nulo, cero cacerolazo en todo el inmenso país que somos. Y tómese nota de esto de una vez.
Asimismo, fue ligereza pura el torneo de tonterías alrededor de rebajar sueldos de legisladores y políticos, e incluso la payasada de sus Señorías al «donar» un 20% de sus obesos salarios, pero de sólo un mes, no se crea usted más.
Claro que –y era obvio– al toque empezaron a arrejuntarse los «industriales», los banqueros todopoderosos, los «productores» del «campo». En defensa corporativa de los dizque ofendidos Techint y otras grandes corporaciones como los Vicentines. O sea los 50 apellidos más ricos de la Argentina, mostrados al mundo por la revista «Forbes». Incluídos en la lista todos, o casi todos, los beneméritos cuentahabientes de Panamá Papers que fugaron diga usted la cantidad de millones de dólares que quiera y se quedará corto. Y caterva en la que se incluyen mineros, sojeros, taladores de bosques y un montón de nuevos ricos interactuando con la vieja oligarquía vacuna y la neoaristocracia industrial.
Todos ellos son también, simbólicamente, representaciones de lo malo de este país.
Y es por eso que más allá de los reparos y dudas que plantean ciertos funcionarios encaramados en el poder, es recomendable recordar y tener en cuenta que Alberto gobierna con el 40 por ciento de votantes en contra, con el 80 o 90 por ciento de los medios en contra, con un país de hecho en default y sometido a un sistema financiero voraz y despiadado y a un empresariado no libre de rentistas y prebendarios.
En ese contexto, con la nueva peste universal y las pestes vernáculas en esta tierra, y en el cielo la deuda impagable, conmueve ver cómo nuestro pobrecito país se defiende a los codazos, espantando fantasmas por todos lados y a toda hora.
Lo cierto es que la quita parece inevitable, como la deuda es impagable. Y también por eso hay que sostener a Alberto. Como dijo Cristina, que esta semana apuntaló a su compañero presidente en una frase que lo dijo todo: «En las crisis no es bueno que haya dos cabezas». Sabiduría que el diario La Nación definió como «un notable bajo perfil público con un frenético trabajo político subterráneo centrado en el conurbano bonaerense».
Lo cierto es que el tema nacional sigue siendo la pandemia, y es razonable que así sea. Porque permite ver la realidad que los miserables niegan y descartan: que la pobreza –que va a crecer por dos causas directas: el parate que impuso la peste, y la recurrente e irritante miserabilidad de los RicoMacPato locales– es el eje central de la política gubernamental. Y era hora.
En circunstancias en que se hace cuesta arriba el financiamiento del sistema de salud pública y la angustia de los trabajadores y los buenos empresarios e industriales pymes, muchos de los cuales son los que casi siempre y cada vez levantan este país, el pretendido «gran cacerolazo nacional» fue una farsa como lo será cada vez, más allá de tantos necios con voto que se atrincheran en balcones y que mayoritariamente, seguro, votaron al Calabrés Volador.
Ahora habrá que ver si se toman las grandes medidas esperables: por caso, que el gobierno gestione la repatriación de miles de millones de dólares que entre 2016 y 2019 el macrismo y sus vándalos nos fumaron en pipa y que se encontraría en paraísos fiscales, esos sitios misteriosos que jamás mencionan los grandes diarios ni la telebasura.
Por suerte la pandemia parece más o menos controlada, y la Argentina no padece el espanto de otras naciones y del imperio mismo. Mérito de Alberto Fernández, que acosado por propios y extraños, ha tenido en todo momento la virtud que hace mil años sancionó Ibn Sina (980–1037), médico y filósofo persa, y uno de los padres de la medicina moderna: «La imaginación es la mitad de la enfermedad; La tranquilidad es la mitad del remedio; y la paciencia es el inicio de la curación».
Por Mempo Giardinelli