Las mil flores y la carta de Cristina
Las celebraciones mezclaron actos oficiales con caravanas, en un día laborable. El ojímetro, las redes sociales, los grafitti, el medidor costumbrista de las llamadas de oyentes a las radios, confirmaron la peculiar vigencia del presidente inesperado y prematuramente fallecido.
28/10/2020 OPINIÓNLas celebraciones mezclaron actos oficiales con caravanas, en un día laborable. El ojímetro, las redes sociales, los grafitti, el medidor costumbrista de las llamadas de oyentes a las radios, confirmaron la peculiar vigencia del presidente inesperado y prematuramente fallecido.
Los actos oficiales tienen sentido, la estatua de UNASUR recupera memoria y reivindica. El principal homenaje, el más particular y más entrañable, entiende este cronista, es la gente común acercándose, ofrendando, honrando a un ser querido.
“Que florezcan cien flores” propugnaba el repertorio maoísta. Metáfora simple que ilustra una táctica, de redacción fulera, medio cacofónica. Perón citaba Historia antigua, a Maquiavelo, a estrategas militares. Néstor Kirchner refrescaba textos de los 60 y los 70. La alusión al cultivo intenso valía para ilustrar los intentos de ampliar “la fuerza propia”, de ampliar o superar los límites del peronismo. El martes, la metáfora floral se transformó en homenaje sencillo, caserito, amoldado al momento de la pandemia. La Plaza de Mayo, de nuevo, se pobló para hacerle una caricia.
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Muchos “se enamoraron” la primera vez que lo escucharon pronunciar un discurso el 25 de mayo de 2003. ¿Por qué creyeron tantos a esa pieza iniciática que ponía patas arriba al teorema de Baglini? Contra todos los precedentes Kirchner se desplazaba a izquierda tras quedar más cerca del poder. Más compromiso, minga de resignación. Exaltación de la política, definiciones progresistas. En tiempos de extremo escepticismo no abundaban motivos para confiar en ese tipo desgarbado, casi ignoto. Y sin embargo, muchos le concedieron un crédito que se consolidaría con los años.
Condicionado, supeditado a pruebas… el contrato originario se pactó velozmente. Kirchner era genuino, empatizaron con él. La comunicación política –por ahí– puede ser algo más que simulacros o globos. A veces el receptor piensa, a veces entiende, se da cuenta.
¿Por qué lo quieren argentines de varias generaciones? Entre populistas eso se palpa, se comprende, se justifica a través de vivencias. “Con Néstor comencé a militar…”, “nunca fui peronista pero…”, “recuperé la pasión por la política”, “entendí que yo tenía una identidad cuando ordenó bajar el cuadro”. Lo quieren, a diez años de la partida, porque forma parte de sus biografías.
Las flores, las caravanas a Plaza de Mayo no van por el chori, el plan o la dádiva. Van para auto celebrarse, entre otros motivos. Quien no quiere oír, no oye.
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La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner sigue innovando en materia de best sellers. Uno le valió para hacer campaña por otros medios, para congregar multitudes en ámbitos inusuales, para bosquejar una unidad que parecía imposible. Para estar sin estridencia, para ser garante de la victoria. No es poco para un libro, sinceramente.
Ahora se trata de una carta pública. Bien escrita, larguera como le place a la autora. Una manera de inscribirse en el recuerdo preservando la distancia que siempre eligió y a la que tiene derecho. Cristina redacta, su autoría se nota. Describe, elabora, discursea si usted quiere.
La traducción de la Vulgata de derecha es previa a la lectura del texto, la torna ociosa. Hay que indignarse. Todo lo dicho es mentira, todo denigra al presidente Alberto Fernández. Si aduce que el mandatario no es un títere queda claro que aseveró lo contrario. Aunque proponga los ejemplos reales de Duhalde-Kirchner, de NK-CFK.
Hay funcionarios que no funcionan, critica la vice. El reproche tiene potencia, quizás aspereza… atrae la atención. Cristina hace público lo que se discute intramuros. Se sabe que dentro del Gabinete hay personas cuestionadas a las que se pide más gestión aparte de elocuencia para defender al Gobierno. El reproche constituye una movida fuerte aunque no rupturista. Tal vez necesaria, opina este escriba porque el oficialismo necesita relanzarse, oxigenar sus elencos, producir cambios. AF seguramente lo piensa y contrapesa pros y contras. Una contra severa: lo exigen desde el PRO. ¿Entregarle figuras al adversario? Siempre duele y fastidia hasta en términos futboleros. Pero hay protagonistas que no dan la talla, la covid-19 alteró planes, proporciones y paridades.
Hordas de comunicadores y funcionarios lo olvidan pero el principal desafío para un gobierno es la realidad, no los discursos opositores.
Cristina elogió a Alberto, le dedicó la frase final de la misiva agradeciéndole haber llevado la estatua de Kirchner al Correo, amado por su padre, “el abuelo de mis hijos”. Un espaldarazo, una caricia de tono personal, un agradecimiento innegable, ligados a la emocionalidad de la jornada.
El presidente es la máxima autoridad, razona Cristina con años de rodaje. Complicado controvertirla hablando en serio. Pero el doble comando fascina a las plateas de doctrina, a los charlatanes de quincho, sirve de pretexto a los especuladores de la City.
Si uno leyera lo que Cristina escribió traduciría un espaldarazo al presidente, nutrido con señales de alerta. Críticas al establishment, a los medios, al lawfare, al desempeño oprobioso de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Bolivia. Tópicos habituales de la autora, consistentes con las banderas y las praxis de «Alberto».
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A Kirchner, supone este cronista que lo conoció algo, le hubiera gustado más que hablara. Admiraba la elocuencia de Cristina, llegaba a emocionarlo, recomendaba ver videos o volver a escucharla.
Pero Kirchner, supone este… (etcétera), habría captado al vuelo que Cristina en el centro de la escena justo en este aniversario podía eclipsar a Alberto. Que la unidad es una flor que debe cultivarse todos los días.
Por esa emocionalidad y esa capacidad de raciocinio, entre otros motivos, ayer miles de argentinos y argentinas lo recordaron con una mezcla rara de alegría y congoja. Y repartieron mil flores, qué le va usted a hacer.
Por Mario Wainfeld