Malvinas: desde el viento clamoroso al rugido del mar

Encallado en Punta Loyola desde 1911, el Marjory Glen se convirtió en 1982 en mudo protagonista de las pruebas que realizaban los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina en plena guerra.

Encallado en Punta Loyola desde 1911, el Marjory Glen se convirtió en 1982 en mudo protagonista de las pruebas que realizaban los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina en plena guerra. El primero de mayo, los combatientes pusieron en práctica lo ejercitado contrarreloj en nuestra ciudad participando del Bautismo de Fuego de la fuerza, hito que marcó tenazmente la destacada labor en el conflicto del Atlántico Sur. ¿Cuántas historias quedaron encalladas en medio de la pavorosa soledad del mar? ¿Cuántas de ellas serán mito o acaso realidad? ¿Cuántas conocemos o, más aún, cuántas nos faltan conocer? Aquí sólo algunas.

De origen británico, en el interior de esa carcasa que aún permanece encallada tras el incendio que la azotó a principios del siglo pasado, el estruendo del motor de los Mirage parece escucharse. Los aviones pasan rasantes sobre la desembocadura del río Gallegos y levantan vuelo abruptamente bajo la inmensidad del cielo patagónico. Rozan apenas las maderas de la poca afortunada embarcación.

Es abril de 1982 y para los habitantes de nuestra provincia (y de la Patagonia Austral), eso supone no sólo el mes de inicio de la guerra de Malvinas, sino el umbral de casi tres meses que quedarán para siempre marcados por el dramatismo y la incertidumbre. La muerte y la soledad. Aunque también por la reivindicación eterna de los derechos argentinos sobre la Perla Austral.

De Caleta Olivia a Río Gallegos. De Puerto San Julián a Río Turbio. En todas las localidades del interior se vivió la misma angustia. Se hacían simulacros de ataques en las escuelas y en los trabajos.

Por las noches se tapaban con frazadas las ventanas y puertas. No se podía pensar en mucho más y la luz de la luna solía estar más presente que nunca. También las estrellas, guías incondicionales de cualquier soldado que se encuentre apostado en pleno desierto. Seguíamos de cerca lo que los noticieros informaban y esperábamos. Sobre todo eso: esperábamos.

Tal vez la soledad pavorosa del mar tenga algo que ver con la memoria de los pueblos. De lo contrario, no se explica tanto olvido.

Cada 2 de abril se encienden los relatos de excombatientes. Compartimos sus testimonios, reclamos e historias apasionadas. Empatizamos con sentires y pesares. Cada 2 de abril nos ponemos las islas al hombro y es entonces que escuchamos, hasta que llega el siguiente día y el silencio pavoroso del mar nos envuelve nuevamente hasta el hartazgo.

¿Qué pasa que no nos interpelamos? ¿Qué pasaba con nosotros? ¿Dónde estábamos? ¿Qué hacíamos? ¿Quiénes estaban a nuestro lado viviendo lo mismo que nosotros?

LA RUTA DEL TOAS
Alguno de esos planteos revivieron hace unos días con la llegada a Río Gallegos de la caravana denominada Ruta del TOAS, que pudieron concretar, después de muchas idas y vueltas, exsoldados conscriptos que durante el conflicto cumplieron funciones en alguna de las unidades militares del llamado Teatro de Operaciones del Atlántico Sur.

Si bien se diferencia del Teatro de Operaciones Malvinas (TOM), dentro del TOAS hubo soldados que entraron en combate. Y el litoral marítimo se vio amenazado durante el conflicto bélico en reiteradas ocasiones.

Más allá de la lógica que cualquier guerra pueda tener, es innegable que el despliegue de las fuerzas militares llegó a esta parte del continente porque era donde tenían que estar, por ser zona estratégica y, en consecuencia, blanco de posibles ataques. Si eso no terminó de ocurrir, sólo Dios sabe por qué.

Y a lo largo del Atlántico Sur, muchos soldados y jefes militares cumplieron sus funciones mientras duró la guerra. Se calcula por datos oficiales que alrededor de 23 mil participaron del conflicto bélico, combatiendo o cumpliendo las más diversas tareas.

Además de los que fueron directo a la zona de combate, estaban aquellos que permanecían en ciudades patagónicas a lo largo de la extensa costa nacional y, de una u otra manera, se mantenían expectantes, con la incertidumbre de no saber qué pasaría con ellos.

JOSÉ LUIS SANSONE
José Luis Sansone llegó a nuestra ciudad en el mes de febrero de 1982. Por entonces nadie imaginaba lo que se vendría.

Recordamos tiempos en los que era común encontrarse con vecinos que brindaban hospedaje a los soldados que venían de otras provincias. Los que eran de la ciudad, en definitiva, tenían a sus familiares aquí. Pero los otros no. Y era duro vivir bajo bandera a tantos kilómetros de casa.

Clara Espinoza recuerda los días vividos con José y los ojos se le llenan de lágrimas. Los recuerdos de la guerra la envuelven de una manera tensa y emotiva, mientras comparte el acto realizado el pasado sábado en pleno centro de la ciudad.

Su familia le dio la posibilidad de tener un techo donde permanecer mientras cumplía con el servicio militar. Sin embargo, en semanas las cosas cambiaron de manera abrupta, cuando junto a otros soldados José tuvo que ser internado en el viejo Instituto del Tórax (actual Centro de Salud Mental) por haber contraído hepatitis.

Fue entonces que otro vecino reconocido, Vicente Racciatti, se hizo cargo de la situación, mientras que José sumaba amistades a las que una vez concluida la guerra volvería a visitar.

Sobre aquel episodio la duda nunca fue disipada, al contrario. José recuerda que llegó a decirse que el agua que tomaron había sido contaminada adrede. ¿Pero quiénes serían capaces de semejante barbaridad?

No obstante, José Luis cuenta: “Llegué a la Compañía de Comunicaciones 11. Recuerdo que con 18 años tuve que buscar en el mapa dónde estaba, porque no sabía. Tenía incertidumbre. Venía para hacer el servicio militar obligatorio, nunca pensé que iba a estar en una guerra”.

“Los primeros dos meses fueron de instrucción. Nunca supimos ni pensábamos que podíamos entrar en conflicto. Una vez, en una charla con superiores, ante la pregunta de uno de los compañeros sobre la posibilidad de una guerra contra Inglaterra, la respuesta fue que era imposible y que nos estaban preparando para otra guerra, menos con ellos”.

“Yo cumplí la función de radio operador, con todo lo que implica. Es decir, tenés que saber las frecuencias, aprender a descifrar y cifrar mensajes, también a retransmitir. Nos explicaban las prioridades de los mismos, que creo me las acuerdo de memoria: rutina, prioridad, operativo inmediato y flash».

«Rutina, justamente el mensaje era sobre algo rutinario. Prioridad era con referencia a la tropa, la logística y demás. Operativo Inmediato eran órdenes que tenían que ver con el enemigo. Y flash era el único que no se cifraba porque no había tiempo, ya que era contacto con el enemigo. Esos eran los procedimientos militares para la precedencia de un mensaje. De hecho, tuvimos un flash el primero de mayo, el día del Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea”.

“Yo fui escribiendo un diario durante la guerra y es de lo que más me acuerdo porque fue emblemático, esa noche tengo anotada hasta la hora. Escuchar la palabra flash para mí, después de todo lo que me habían dicho, fue muy fuerte. Estando en un camión en Killik Aike Norte con 20 grados bajo cero, escucho esa palabra y el mensaje era más o menos así: Aviones Vulcans salieron de islas Ascensión preparados para bombardear litoral argentino».

«No salía de mi asombro porque estaba acostumbrado a escuchar mensajes que tenía que descifrar y era medio tedioso, pero estaba acostumbrado. Nunca me había pasado escuchar flash, con todo lo que implicaba».

«Entonces, el suboficial que estaba a cargo me dio la orden de llevar el mensaje al jefe de la unidad, que supongo era de Tanques 11 o del Regimiento de Infantería de Piedrabuena, que estaban acantonados en esa zona. Salí corriendo, había mucha escarcha, era de madrugada. Le pedí al soldado de guardia que llamara al oficial. Me dijo que estaba durmiendo. Le dije que lo despertara, luego le di el mensaje y se quedó pensando. No sé si pensando o impactado por la noticia. Ese día no supe qué pasó. No ahí. Pero muchos años después me enteré que Brasil los había hecho bajar con unos aviones caza».

«Es decir, cuando ese Vulcan pasó por espacio aéreo brasilero (Ascensión está ubicada casi en la mitad, entre Brasil y África), fue interceptado y lo obligaron a bajar. Lo entregaron después de la guerra. El avión había salido de esa isla y venía para acá. Pero me enteré muchos años después, porque los soldados no tenemos ese tipo de información. Y lo supe mirando una revista en un consultorio médico. Fue increíble”.

Ya de paso por el Marjory Glen, en Punta Loyola, un equipo de La Opinión Austral siguió a los soldados y advirtió cómo se entremezclaban los sentimientos ante situaciones como las que experimentan al rememorar viejas épocas.

Una vez allí, José Luis, al igual que el resto de sus compañeros que lo acompañan en esta ruta del TOAS, recuerda otro episodio de aquellos años de guerra. “Este es un lugar muy emblemático para Río Gallegos, por la cercanía y por la historia que tiene con los aviones Mirage. Del otro lado, por Güer Aike, veíamos a los aviones cómo operaban y a veces no los veíamos porque subían por el acantilado rápidamente, practicando justamente lo que ellos iban a implementar con los barcos enemigos, que era volar muy bajo para que no los detecten los radares en vuelos rasantes”.

“En Güer Aike también hacían prácticas los pilotos de la Fuerza Aérea, que nos asustábamos mucho porque teníamos a veces a los aviones en la cabeza y no sabíamos de dónde venían, escuchábamos el ruido nomás. A mí me tocó verlos algunas veces y me quedó guardado para siempre».

«Estar acá definitivamente me trae a la memoria muchos recuerdos de compañeros que ya no están. De situaciones que no volverán. De mucha incertidumbre e inseguridades que vivía un chico de 18 años. Pero bueno, ahora con los años uno aprende a convivir con eso y a estar en paz».

«Acá no había nada prácticamente, incluso compañeros de la misma Compañía de Comunicaciones 11 estuvieron apostados por toda la bahía como observadores adelantados, para ver si había movimientos en el agua o en el terreno”, repasó.

Concluida la guerra, José Luis tardó apenas tres años en regresar, y luego vino en reiteradas ocasiones.

“La gente se conoce, a mi humilde entender, en circunstancias adversas. Lo mejor o lo peor de una persona sale en ese tipo de circunstancias. Y nosotros, como porteños viviendo en una ciudad tan grande, no estábamos acostumbrados a la calidez que puede tener un pueblo y sobre todo un pueblo chico en guerra».

«Ni soñábamos que alguien podía invitarte a su casa a comer, a dormir o llevarte un chocolate o regalarte una bufanda (todo eso que él vivió), era muy raro para nosotros. Así que no tengo más que palabras de agradecimiento, de gratitud».

«Fue un antes y un después en la vida para un pibe de 18 años que fue soldado durante la guerra y que aprendió a conocer a toda una sociedad, un pueblo. Por eso decía en el acto del sábado que nosotros estamos marcados por Río Gallegos para toda la vida. Necesitamos hasta que nos den la ciudadanía. Cada vez que vuelvo, siento que regreso a ese lugar donde añoro estar”.

Finalmente y para rematar esa duda sin disipar de la cual hablábamos al principio, José Luis aporta: “Después de muchos años, hablé con la esposa de John Blake, de la estancia Killik Aike Norte, donde estuvimos aquella vez. Y ella me dijo que estaba confinada en la estancia, es decir que veía nuestra actividad. Y me contó que había un camión-hospital al que notaba que la cola de soldados se le hacía cada vez más larga».

«Me dijo que hasta le comentó al oficial que estaba a cargo de la sanidad que algo estaba pasando. El caso es que tuvimos hepatitis los dos que estábamos a cargo del camión en ese momento, pero no nos dimos cuenta que los demás también la tenían. Estuvimos internados y cuando empezamos ver que nuestros compañeros también empezaron a tenerla, ya intuíamos que algo raro estaba pasando. Concretamente, lo que se presumía era que los ingleses habían sembrado el virus.

«Acá se supo que en Chimen Aike hubo, por recortes de diarios de la época, detención de gente de habla inglesa que nunca se supo realmente qué era lo que estaba haciendo acá. Y también se hablaba en aquel momento de grupos comando que habían traspasado las líneas de Río Gallegos y hasta se temía un sabotaje a la central eléctrica de aquel momento», rememoró.

JACINTO LALLANA
Jacinto se unió a la ruta con una moto de baja cilindrada, que admite es su herramienta de trabajo. De Corrientes, su provincia natal, llegó a San Antonio Oeste (punto de encuentro de los soldados), y de allí por la costa atlántica fue pasando por ciudades chubutenses y santacruceñas hasta llegar nuevamente a Río Gallegos, donde cumplió funciones durante la guerra. No había regresado nunca en 39 años.

La emoción lo embargó desde el primer día que se hicieron oír en pleno centro de la ciudad. Ni hablar al día siguiente, luego del almuerzo, cuando, al igual que el resto de sus compañeros, visitó una trinchera ubicada en el predio de la Fuerza Aérea Argentina con asiento en nuestra ciudad, lindante al aeropuerto.

Si de mitos se trata, alguna vez alguien dijo que vio algo parecido a una trinchera ubicada en algún lugar del campo, saliendo por la vieja Ruta 3. Realmente parecía mito. Pero esta visita de la concertación TOAS traía aparejadas más sorpresas. Y de mito nada tenía.

A pocos metros de donde se encuentra el alojamiento de la fuerza y en zona claramente restringida, guiados por personal de Cruz Roja, nos encontramos entonces con una trinchera subterránea que se mantiene en muy buen estado. Allí aún se conservan elementos que los soldados utilizaban para alimentarse, ollas y demás, una salamandra artesanal y hasta la estampita desdibujada por el paso del tiempo de Nuestra Señora de Loreto, patrona de la Fuerza Aérea.

La construcción del techo es en forma de semicírculo, con durmientes sobre pesadas estructuras metálicas. Para ingresar hay que bajar unos cuantos escalones con cuidado y lo demás, una vez allí, es transportarse automáticamente a otra época. A 1982.

Y eso fue lo que todo el grupo de exconscriptos, alrededor de treinta, fue sintiendo a poco de caminar por la trinchera. Al principio no salían de su asombro por lo que estaban viendo. Y si bien algo similar habían visitado en Comodoro Rivadavia, todos quedaron impactados por lo grande y bien conservada que estaba estructura.

Pero entre tantos, alguien había estado allí antes. Y ese era Jacinto, quien 39 años después no sólo regresaba a Río Gallegos, sino que también regresaba a la trinchera donde permaneció varias noches cumpliendo sus tareas. Al principio, estando en el alojamiento, no había advertido que él ya había pisado ese suelo, pero en cada paso que daba, algo por dentro le iría pasando.

Hasta que bajó, caminó unos metros y tras detenerse un segundo, directamente confesó lo que le pasaba. No había más nada que decir y todos los que lo acompañaban de cerca rompieron en llanto en la oscuridad de la trinchera.

Fue un momento maravilloso. Si es que maravilloso puede ser recordar días de guerra. Jacinto se unió al Regimiento de Infantería 24 pocos días después de comenzada la guerra. Cuenta que pertenecía a una unidad del Regimiento de Infantería 4 y que estaba en una sección que quedó «de este lado del continente, porque el resto estuvo en las islas».

«Mi destino original al salir de la unidad de Monte Caseros era las islas Malvinas, pero el vuelo fue suspendido porque comenzaban las acciones bélicas. Así que de casualidad no estuve ahí», rememora.

Un total de 45 soldados de esa unidad fue alojado en un galpón del Regimiento 24, según relata. Y aquí hacían vigilancia, carga y descarga de municiones en el campo del aeropuerto. Y de ahí que estuvo en la trinchera.

«Nosotros éramos personas de campo. Y no teníamos casi comunicación con nuestros familiares. De vez en cuando podíamos mandar o recibir una carta, pero la comunicación no era muy fluida. Sabíamos que acá había actividad y siempre estuvimos prestos a defender la patria», narra Jacinto, quien recuerda particularmente las guardias y «los tiempos de alerta roja, que tuvimos muchas, porque eran terribles las guardias de noche».

Jacinto también rememora que una vez finalizada la guerra, los trasladaron a Puerto Santa Cruz. «Ahí estuvimos otros 25 días, donde nuestro techo y refugio eran nada más que los camiones».

«Esto que se está haciendo es muy importante, para que no se olvide lo que pasó y nos hace bien porque recordamos lo que a todos nos pasaba. Era algo que teníamos que hacer, porque regresar nos trae muchos recuerdos y nos está cambiando nuestras vidas. Para mí, Río Gallegos es un lugar que tuve que defender. Es la patria. Y esta ciudad está atada para siempre en mi memoria», sentencia.

LA TRINCHERA
Si el recuerdo de Jacinto sobre aquellas noches había generado una profunda emoción en los soldados, qué decir de la historia que conocimos al ingresar a la trinchera. Apenas iniciamos el descenso por los escalones, una placa nos indica: Base Aérea Militar «Fierro 3». Suboficial mayor (R) «VGM» Ricardo José Mancini.

Ese espacio de nuestra ciudad se encuentra para siempre relacionado con las historias de Malvinas porque ahí yacen hace un tiempo los restos de Mancini, cuyo último deseo fue que sus cenizas fueran esparcidas ni más ni menos que en ese lugar que ahora permanece marcado más a fuego que nunca.

De acuerdo a la información disponible en el sitio noticiasenvuelo.faa.mil.ar, Mancini nació en Córdoba el 25 de mayo de 1957 y su primer destino como cabo fue en la Base Aérea Militar de Río Gallegos.

El 12 de junio de 1982, con el grado de cabo principal, viajó a las islas Malvinas para relevar al personal de suboficiales de Artillería Antiaérea que se encontraba desplegado desde el 3 de abril. Luego de la rendición del 14 de junio, fue tomado prisionero de guerra y devuelto a Argentina en la ciudad de Ushuaia.

En 1983 pasó a revistar en la Base Aérea Militar Chamical y finalmente, en 1986 fue nuevamente destinado a la entonces X Brigada Aérea, Río Gallegos, donde cubrió los destinos internos como encargado de la VI Batería Antiaérea, del Escuadrón Tropas y del Servicio Conservación de Instalaciones del escuadrón base.

El 31 de diciembre de 2005 ascendió al grado de suboficial mayor y su pase a situación de retiro se efectuó el 31 de diciembre de 2006.

Mancini falleció el 19 de marzo de 2017.

GUSTAVO FERNÁNDEZ
Gustavo también es un exsoldado que regresó a la provincia tras 39 años.

Aunque, en realidad, pertenece a ese también numeroso grupo de exsoldados que cuando había sido dado de baja, y ya estaba cursando sus estudios universitarios, tuvo que ponerse otra vez bajo bandera. Dicho de otra manera, fue llamado nuevamente para servir a la Patria.

Después de varios viajes, terminó cumpliendo funciones en Comandante Luis Piedra Buena. Estuvo en abastecimiento, logística, indumentaria y alimento.

«Las donaciones que el pueblo argentino nos hacía en tanta cantidad nosotros teníamos la función de llevarlas a las Islas tras embarcarlas en el Bahía Paraíso (el transporte polar o rompehielos de la Armada). Eso lo hicimos en dos oportunidades. En la última, recuerdo que estuvimos flotando porque la compañía de intendencia de 47 soldados que íbamos para Malvinas quedó en medio de la pleamar y no pudimos salir. Y en el segundo intento, nos hicieron bajar. Al poco tiempo nos enteramos que estaba la rendición», recuerda.

«Lógicamente que vivimos esos días con la incertidumbre y confusión de una persona que tenía 18 años. Nos hicimos adultos de golpe y estuvimos en condiciones de luchar por la patria como correspondía. Pero la verdad que recordar todo esto es muy emotivo. Nos encontramos con personas maravillosas con quienes, sin conocernos, pudimos hacer una ruta que va a dar mucho que hablar».

«Ojalá el ciudadano patagónico tome el guante y la haga propia. Porque el día de alerta roja nosotros estábamos con un fusil en la mano y el pueblo de la costa atlántica estaba con nosotros y corría exactamente el mismo riesgo. Esto es reivindicar la historia nuestra, pero también la del habitante patagónico que tan bien nos acogió en estas ciudades. Esto era algo que necesitábamos la mayoría», resumió.

Antes de llegar a Río Gallegos, lógicamente pasaron por Piedra Buena, y allí Gustavo casi se quiebra: «Se te llena el alma por las cosas vividas y por el placer de los recuerdos de cosas muy lindas, y otras no tanto».

No obstante, «lo importante de todo esto es escuchar la historia de los que estuvieron apostados en diferentes lugares de las provincias patagónicas. En Puerto San Julián o en Caleta Olivia, donde nos contaron la historia del helicóptero derribado. Por ejemplo, hoy recorrimos esa trinchera que no la había visto nunca. O en Comodoro Rivadavia cuando nos contaron cómo bajaban a los heridos mientras nuestros compañeros, con los que estamos haciendo la ruta, permanecían apostados brindando el servicio. Conocer esta parte de la historia que nunca estuvo contada te deja una tranquilidad en el alma tremenda, mucha emoción y también mucha energía», admite.

LUIS ZANELLO
También en Punta Loyola, y con la carcasa del Marjory Glen de fondo, en una visión un tanto más amplia de lo que se pretende, el representante patagónico del TOAS, Luis Zanello, marcó algunos de los puntos que sobresalen a partir de la dinámica con la que comenzaron a darse los acontecimientos dentro de la Concertación y desde la visita a los diferentes sitios recorridos.

«En realidad se están descubriendo lugares y los estamos marcando. Vamos observando que hubo acciones en diferentes espacios y que en este sector también hubo desembarco de gomones, como pasó en muchos lugares de la costa patagónica».

«Es decir que hoy por hoy, con la desclasificación de los libros de guerra, ya podemos certificar lo que durante muchos años contábamos, pero al no tener un aval quedaba como en un relato que no tenía una posición firme. Hoy por hoy tenemos fundamentos en el Ministerio de Defensa que los desclasificamos y por eso esta ruta del TOAS no sólo es para reafirmar nuestro derecho como veteranos de guerra sino que también es a nivel educativo, porque estamos educando a las nuevas generaciones contando lo que fue la guerra, lo que se ocultó o no se sabe», detalló.

«Concertación TOAS somos todos exconscriptos, no hay personal de cuadro ni oficial ni suboficial, que somos los que por el decreto anti reglamentario 509/88 quedamos afuera de lo que fue el reconocimiento que teníamos en ese momento».

«Hoy está cambiando la mirada, lo vemos y lo ven todos ustedes. El apoyo del pueblo también. Nosotros nos podemos equivocar, pero el pueblo no. La gente, más la de acá, en el sur. En Río Gallegos, San Julián, Río Grande o Comodoro Rivadavia, que todas fueron fortalezas, es imposible poder tapar eso. Y hoy hay una voluntad política muy grande, donde todos los partidos están apoyando nuestro proyecto. Así que creo que es algo viable y es fundamental por el reconocimiento moral, porque a nuestra edad, no gozamos de los beneficios que podríamos haber tenido a los veinte años, de estudios, acceder a una beca o una casa».

«Esos beneficios para nosotros ya son historia. Pero a la vez la historia la hicimos y escribimos también nosotros en 1982 y hoy la queremos reivindicar con nuestra moral. Y estamos pidiendo también al Congreso se cumpla con el 60 por ciento de los soldados a quienes no se les ha dado la medalla y diploma de veterano de guerra», finalizó.

En las ciudades donde el ruido ensordecedor de los aviones aún perdura, podemos imaginar en penumbras a los soldados conscriptos como vigías durante largas y frías noches de otoño. Algunos metros bajo tierra o mirando el horizonte desde el mar. En las ciudades de la costa atlántica austral pasaban cosas mientras la gente veía la guerra por televisión.

Hace un tiempo, a pocos metros del Marjory Glen, fue construido un cenotafio para homenajear la labor de los pilotos de la Fuerza Aérea durante la guerra, sobre todo la de los nueve que pertenecieron a los escuadrones A4 Skyhawk que operaron desde Río Gallegos.

La carcasa, tan herrumbrada como inmutable, también fue muda protagonista del abrazo que los conscriptos se dieron de cara al mar. Entre llantos y algo parecido al alivio, desplegaron una enorme bandera Argentina y aplaudieron y gritaron como quien lo hace para sacarse algo de encima.

Tal vez estos episodios, el del cenotafio, el de la trinchera, y el de los redescubrimientos tardíos, comiencen a darse con mayor frecuencia en lo sucesivo.

Eso también está relacionado con la memoria que debemos aprender a ejercitar.

Fuente: La Opinión Austral