Milei, un presidente a la deriva que ya es una pesadilla para los trabajadores

Desde que asumió, los sueldos perdieron un 25% de poder de compra y fueron despedidos unos 100.000 asalariados solo en el sector privado (*).

Desde que asumió, los sueldos perdieron un 25% de poder de compra y fueron despedidos unos 100.000 asalariados solo en el sector privado (*).

SANTIAGO BIBILONI

Si decimos que Milei llegó al poder para amargarle la vida a los argentinos no exageramos. Dejando de lado a las doscientas “familias” más ricas del país, que siempre han tenido muchísimo dinero gobierne quien gobierne, podemos apostar sin miedo a perder que todo argentino está mil veces peor desde que asumió este presidente en diciembre del año pasado, cuando el destino de más de 40 millones de argentinos se empezó a cocinar a fuego fuerte en una olla donde hay de todo: misticismo religioso, licuación de haberes, teorías económicas estrafalarias, conversaciones con seres muertos, desplome de la producción industrial,  despotismo, ajuste brutal, fuerte suba del desempleo, insultos, burlas, mentiras y otros condimentos que de poco aprendemos forman parte del menú de este (des)gobierno.

Y ni hablar de la suerte que corren los trabajadores en el corto “período Milei”: donde había un derecho ahora o hay miedo a perder el laburo o el laburo se perdió.

No solo que divaga Milei en disertaciones internacionales organizadas por la ultraderecha, donde lo rodean una banda de personajes muy difíciles de calificar por la diversidad de desquicio que ahí se reúne, sino que llevando el título de presidente de los argentinos en sus manos describe una realidad de país que no existe, que no refleja en lo más mínimo el universo diario donde se desenvuelven las personas.

Todo para Milei se reduce únicamente a una planilla de Excel en donde busca reflejar las teorías de libros y autores que han conquistado su cabeza, como si una nación estuviera habitada de números y variables que bailan en un mercado de consultorías y mundos bursátiles, un mundo inasible que se jacta de diagnosticar éxitos y fracasos de países. ¿Todo para qué? Para satisfacer un capricho: yo tengo razón, y nadie más la tiene. Está recorriendo un camino personal, desde su conversión al judaísmo hasta su anhelo de revelarnos que el Estado nació para ser un asesino. Solo para demostrar su tesis quiso llegar a la Casa Rosada, exhibiendo cifras con un delgadísimo superávit fiscal, sin importar que esas planillas sumergieron en la penuria más amarga a millones de argentinos (la pobreza ya alcanza al 50% de la población).

Milei no cree en la democracia, y por eso es que odia al Estado, porque es el corazón del sistema que elegimos para vivir, porque todos llevamos aunque sea un poquito de Estado encima, desde que nacemos, crecemos, nos vacunamos, estudiamos, vamos al club e ingresamos a la vida laboral, inclusive él, aunque se haga el distraído.

(*) Datos publicados hace días en un informe oficial de la Situación y Evolución del Trabajo Registrado (SIPA).

Fuente: La Nueva mañana