Una bomba de tiempo
Si hay camino, ¿en qué parte de su tramo se está para que pueda frenarse la marcha de este gobierno horripilante?
23/07/2018 OPINIÓNSi hay camino, ¿en qué parte de su tramo se está para que pueda frenarse la marcha de este gobierno horripilante?
De ser por la serie de síntomas que la última semana volvieron a acumularse en torno del espacio oficial, junto con algunas reacciones ya más significativas de las sueltas tribus opositoras, podría decirse que se abrió una vía relativamente esperanzadora. Todo en eventual construcción y casi nada de lo cual tomarse, momentáneamente, con expectativas amplias. Sin embargo, no es un dato superfluo, al menos, que la nada esté precedida por el casi.
En orden cronológico, el miércoles empalmaron esa conferencia presidencial de difícil adjetivación y una gobernadora bonaerense sin más remedio que asumir el escándalo de los aportantes truchos a las campañas del PRO.
Sobre lo segundo, un honor a la verdad: prácticamente todas las fuerzas políticas tienen muertos en el placard a la hora de exponer sus gastos electorales. Pero que se emplee para lavar dinero a personas que recibían planes sociales de subsistencia en número que da escalofríos; que en 2017 se haya sofisticado el mecanismo de 2015; que el núcleo –por ahora– sea la provincia de Buenos Aires donde capitanea la inmaculada Mariu y que la estafa provenga de quienes venían a restablecer la moral republicana, es de una magnitud con alcances desconocidos.
Los dos hechos van en sentido complementario, respecto de un boquete tal vez grave en la estructura de flotación macrista.
Jugaron al Presidente para demostrar alguna solidez frente al ya cliché de la tormenta y Macri volvió a exhibir aquello de lo que natura non da. Déjense parcialmente de lado los chascarrillos, como haber estado a punto de confundir arriado de velas y banderas. Detrás de esos bloopers hay el único significado de una persona que, con toda la furia, debe manejar no más que unos 500 vocablos y, pongámosle, una decena de refranes o frases hechas. Estigmatizarlo con prioridad por esa deficiencia retórica pasaría la factura de gente que también la tiene, pero no a costa de su honestidad y claridad solidaria en las ideas centrales.
El problema con Macri pasa primero por que su indigencia intelectual sirve a un modelo pérfido, bien antes que por sus dificultades expresivas. El lenguaje es una organización del pensamiento, y lo que Macri no puede organizar es alguno con estatura política en lugar de imaginarse al país como una empresa de las que siempre manejó su padre.
Cuando no contesta acerca de los efectos locales de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, o sobre el impacto de la incertidumbre en Brasil o, en síntesis, alrededor de la vulnerabilidad externa de Argentina mientras sigue endeudando al país a un ritmo monstruoso, es porque no sabe. No se le cae ninguna idea que no esté atravesada por una visión del mundo reducida a su inopia ideológica, como buen derechista con manual atrasado. Por eso repite “tormenta” chiquicientas veces. Llámeselo Chance Gardiner o Fidel Pintos, el hombre no da más que eso. Y es por eso que el gobierno financiero de las multinacionales y fondos de inversión, como lo dicen desde Wall Street según fuentes citadas por la prensa oficialista, exige saber si Macri y su banda tienen altura de “políticos profesionales” para articular con parte de una oposición que le muestra dientes de filo aumentado.
La cuestión es que el hombre va y en la conferencia de prensa da una imagen patética por la que, en primer término, lo que hace es no convencer a quienes todavía le ponen la plata. El discurso de evangelismo facilongo, como apuesta hacia el sector del electorado que todavía esté en condiciones de creerle, no debió ser el objetivo esencial. Se trataba de ofertar firmeza de liderazgo y alguna robustez técnica prometedora frente a un año electoral que ya empezó. Pero no. Sólo repitió “tormenta”. Ante el monitoreo del Fondo Monetario, que en rigor es el único ministerio de Economía subsistente, Macri mostró una endeblez supina. De yapa, ante la malaria generalizada, la angustia de un poder adquisitivo que se recorta día a día, las pymes fundidas, la industria achicada, obró como tomador de pelo.
Les quedaba la carta del honestismo personal e institucional que se diferenciaría de Yegua & Cía., y quizá les quede un algo mayor o menor porque la subjetividad del odio de clase aún pervive en sectores medios del núcleo duro de Cambiemos.
Mientras duró la ficción de una economía estabilizada que se había liberado del cepo cambiario, más la poética de que el reacomodamiento precipitaría tormentas pero de inversiones, el Gobierno y su escudo mediático pudieron pilotear los affaires de corrupción que en los países denominados “serios” provocaron renuncias de primeros ministros, sacudidas sociales y periodísticas, trascendencia internacional. Panamá Papers, cuentas en el exterior de la totalidad del equipo del mago Toto entre otras, intentos recurrentes de licuar o amnistiar la deuda del Grupo Macri por el Correo. Todo eso sin siquiera hurgar en la persecución sobre jueces y fiscales no adeptos al oficialismo, las causas inventadas, el show torturante de la prisión preventiva contra funcionarios de la gestión anterior por artilugios que a los actuales debieran costarles –y les costarán, tarde o temprano– complicaciones peores.
Agotadas la ficción y la infalibilidad del escudo, el encomiable trabajo investigativo del colega Juan Amorín pudo ser ocultado por los medios oficialistas no más allá de unas semanas. Heidi, que de ninguna manera podía no haber estado al tanto global de la costumbrística recaudadora del PRO, debió echar a su confiable contadora general nombrada por ella horas antes. Dijo que encargará una auditoría (¿judicial?) sobre los aportantes truchos porque “no todos somos lo mismo” y en efecto, como replicó el director de este diario, Ernesto Tiffenberg, algunos son peores.
Lo constatable es que la tormenta perfecta aglutina el desoriente de Macri pretendiendo reintroducir confianza económica y el gesto de Vidal intentando reposicionar al PRO como la familia Ingalls. Si el Gobierno piensa que le aporta apretar al gremio de los camioneros con una sanción multimillonaria; o satisfacerse con que llega la ministra Lagarde, la bolsa sube y el dólar descansa unos centavos, no cabe sino corroborar que empieza a vivir en el Limbo. El Vaticano lo abolió en 2007, pero la expresión coloquial se mantiene sobre los que viven en Babia.
La CGT dio señales de vida al advertir al FMI que el conflicto “será infinito”. En la previa de esa acción del triunvirato, un notable arco de organizaciones y personalidades avisó que no hay sitio alguno para darle bienvenida. En la cuenta de los porotos ya no da para dejar afuera al kirchnerismo y Cristina amaga pero lo anota, porque a su vez los peronistas “racionales” también saben que subirse al Titanic no es negocio.
Entretanto se examina cual sería la salida político-electoral de este escenario, mejor será que en esta parte del camino se contemple cómo se saldrá de la bomba de endeudamiento que el Gobierno activa para encorsetar a cualquier ruta diferente.
Sacarse de encima a Macri es una alternativa en las urnas, correcto. Pero la herencia que está dejando no será para afrontarla desde Corea del Centro, por más sapos que debieran tragarse.
Por Eduardo Aliverti