En beneficio propio
La cotización del dólar ronda los cuarenta pesos y para intentar frenar la corrida el Banco Central fija tasas de interés del 60%. Pero para Marcos Peña, Jefe de Gabinete, "no estamos ante un fracaso económico ni mucho menos"
31/08/2018 OPINIÓNLa cotización del dólar ronda los cuarenta pesos y para intentar frenar la corrida el Banco Central fija tasas de interés del 60%. Pero para Marcos Peña, Jefe de Gabinete, «no estamos ante un fracaso económico ni mucho menos», sino que, muy por el contrario, «la Argentina va a salir adelante y más fortalecida» porque «lo dicen todos los indicadores» o, mejor dicho, aquellos registros solo advertidos por el gobierno.
Hasta el más desprevenido de los ciudadanos y aún siendo absoluto desconocedor de los laberintos de la economía sabe que el Jefe de Gabinete está mintiendo cínicamente. Porque como el frío que lastima su rostro a la intemperie cada mañana cuando sale hacia su trabajo, el laburante siente que lo que está ocurriendo deteriora su poder adquisitivo no apenas en términos estadísticos, sino a la hora de la verdulería, la carnicería, el almacén o el supermercado del barrio.
¿De qué indicadores habla Marcos Peña cuando se refiere a «transformaciones» donde hasta los más fanáticos votantes de Cambiemos leen fracaso porque no pueden superar las peripecias de una vida cotidiana acosada por la inflación, el desempleo y el desaliento general?
Peña sigue argumentando empecinadamente desde el cinismo discursivo que enarbola el gobierno y del cual el Jefe de Gabinete es, junto al Presidente, uno de sus máximos exponentes. Porque, asegura, «la Argentina está yendo por el camino correcto» y no se necesitan cambios porque Mauricio Macri “tiene el mejor equipo para hacer esa tarea”.
Ni Macri ni su «mejor equipo» pueden desconocer que la angustia está instalada en la casa de los trabajadores y las trabajadoras argentinas que sienten que su calidad de vida se deteriora cotidianamente. No puede pedir tranquilidad el Presidente cuando, hasta el último argentino, aprendió que la devaluación favorece a la especulación financiera de los ricos, empobrece a la clase media y entierra en la indigencia a los más pobres.
Nos podemos preguntar si hay que hablar de incapacidad, de insensibilidad o directamente de cinismo. Cualquiera sea la conclusión la consecuencia es siempre la crisis y las víctimas siempre los asalariados. Hay caída de la producción, del empleo, inflación y recesión.
Lo más jóvenes no vivieron el 2001 y quizás sus mayores no se detuvieron a relatarle la crudeza de los momentos vividos en esa oportunidad. Sin embargo a medida de que aquellos trágicos momentos asoman como fantasma impulsado por la gestión de Cambiemos, los más grandes sienten el escozor de una historia que se repite y los jóvenes reciben rápidas lecciones acerca de cómo la Argentina recae en los mismos errores.
Sin dejar por fuera de esa consideración que parte del mismo escenario es el descrédito y el deterioro político del Presidente y su «mejor equipo» reflejado en pérdida de credibilidad, hacia adentro y hacia afuera, como lo demuestran los hechos. No le creen ni aquellos que los aplauden y dicen respaldarlos. También porque ninguna de las respuestas ensayadas acierta en encontrar soluciones.
Si la plata no alcanza, si se pierde el trabajo, no es suficiente que el gobierno y los medios de comunicación aliados le sigan diciendo a los ciudadanos que estamos en el camino correcto. Porque cualquiera que deje de mirar la televisión y con la ñata contra el vidrio se asome a la ventana para mirar lo que sucede afuera percibe la dureza de la realidad.
Pero no menos cierto es que el empecinamiento del oficialismo puede conducir a los argentinos a un camino sin retorno que conduce hacia imágenes del desastre. No porque no haya otras soluciones o no existan alternativas. Sino porque Macri y el «mejor equipo» no lo quieren reconocer dado que inocultablemente gobiernan para su propio beneficio y el de sus socios-aliados.
Por Washington Uranga