Las puertas que ya no se cierran
La denuncia de Thelma Fardin, acompañada por el abrazo sororo del Colectivo de Actrices Argentinas, generó un efecto cascada, imparable. Sus palabras destaparon cañerías obturadas con excrementos por años (por siglos, diría)
14/12/2018 OPINIÓNLa denuncia de Thelma Fardin, acompañada por el abrazo sororo del Colectivo de Actrices Argentinas, generó un efecto cascada, imparable. Sus palabras destaparon cañerías obturadas con excrementos por años (por siglos, diría) y las redes sociales se llenaron de testimonios de acosos y abusos sexuales en el ámbito del espectáculo y los medios, pero no solo: también en otros espacios. Las llamadas al Programa Las Víctimas contra Las Violencias, que encabeza Eva Giberti, a través de sus líneas 137 y 0800-222-1717 se multiplicaron: al mismo martes que habló Thelma, aumentaron un 23 por ciento en relación al lunes, y al día siguiente, 105 por ciento. De 16 llamados recibidos el lunes, se pasó a 1317, el miércoles, según información difundida por el Ministerio de Justicia. Las historias no son nuevas: pero el relato de la actriz, apoyada por sus pares, le dio empuje y valor, a otras mujeres que habían vivido situaciones de violencias machistas, en sus distintas caras, para contarlas, y sacarlas del silencio. El abuso y el acoso sexual salieron del closet.
Pero fue necesaria una descripción de una violación tan cruda y atroz, como la que dio Thelma, para que se creyera. El hecho de que fuera adolescente al momento del suceso y su victimario, un actor consagrado que la triplicaba en edad, lograron la empatía hasta de comunicadores conocidos por su misoginia y su destrato hacia mujeres. Darthes fue el límite.
Las denuncias anteriores contra el mismo actor le dan aún más veracidad a las palabras de Thelma. Construyen una geografía de las conductas del acosador y abusador. Quienes no quisieron creer antes, tuvieron que salir a pedir disculpas ahora.
“Afortunadamente lo que está pasando va a permitir que los médicos, los abogados y los psicólogos aprendan aquello que las universidades no enseñan. Porque las universidades todavía son eminentemente patriarcales”, dijo Giberti a este diario, sobre lo que debería dejar este momento histórico: que profesionales que deben intervenir en estos casos aprendan cómo actúan los acosadores y abusadores, cómo se esconden detrás del disfraz del buen padre de familia, que sepan que a las víctimas, sobrevivientes de sus ultrajes, les lleva tiempo hablar, que les crean.
Los relatos que inundan las redes sociales tienen un denominador común: la relación jerárquica laboral de un victimario sobre su víctima, que se monta sobre la propia subordinación histórica de las mujeres en la sociedad: ese caldo de cultivo habilita a algunos hombres –vamos viendo que son muchos, pero no todos, claro– a cometer acosos y abusos en los contextos más diversos. “La presencia del patriarcado en la educación de las mujeres, criadas para obedecer y subordinarse a los varones, las torna más vulnerables. Y los que tienen un mínimo poder, se aprovechan de esa vulnerabilidad para apropiarse de sus cuerpos”, apuntó Giberti, para entender la avalancha de testimonios, que no se detiene.
Pero la respuesta a esta “catástrofe de género”, como la llamó la antropóloga Rita Segato, en una entrevista con Radio Con Vos, no debe ser el aumento de las penas a los violadores, como propuso en un editorial Joaquín Morales Solá, en La Nación. Esa es la salida fácil, para los políticos y para el Gobierno: la mano dura. Quien lo propone no entiende nada del problema. La educación es el camino. La respuesta debería ser, en primer lugar, la aplicación obligatoria y efectiva de la Educación Sexual Integral en todos los niveles educativos, en escuelas públicas y privadas, laicas y confesionales, como dice la Ley 26.150: es la herramienta federal que permitirá educar a niños, niñas y niñes, con otro paradigma alejados del machismo, que le va a dar a las chicas la capacidad para poder defenderse en el momento, para poder hablar, denunciar; a los chicos, le va a permitir correrse de ese lugar de machos, que por ser machos, deben demostrar que lo son, sometiendo a una mujer, como dice Segato para confirmar ante sus pares su pertenencia a la “corporación masculina”; con la ESI se puede educar en relaciones igualitarias, democráticas, para construir una sociedad plural, sin sometimientos. Es el gran desafío.
Sin embargo, hay que recordar que el programa Nacional de Educación Sexual fue debilitado durante los dos primeros años de Gobierno de Cambiemos, recién para el 2019 se espera una inyección de fondos y la decisión política de darle impulso, pero también depende de la voluntad de los gobiernos provinciales de ponerla en práctica efectivamente. El presidente Mauricio Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal se solidarizaron con la denuncia de Thelma: pero la violencia machista no se previene y combate con expresiones de deseo; son necesarias políticas integrales y presupuestos generosos –sin recortes– si se quiere encarar el problema en serio.
Las puertas que están abriendo las palabras de Thelma, no se pueden cerrar más.
Por Mariana Carbajal