Posbreza: posverdad y pobreza
La pobreza hoy en Argentina constituye un caso arquetípico de posverdad. Preconceptos endurecidos, maniobras de prensa intencionadas, datos científicos para todos los gustos y un problema en constante mutación
09/01/2019 OPINIÓNLa pobreza hoy en Argentina constituye un caso arquetípico de posverdad. Preconceptos endurecidos, maniobras de prensa intencionadas, datos científicos para todos los gustos y un problema en constante mutación se mezclan en una tormenta perfecta de desinformación en la que se mojan los medios, se empapan las audiencias y se ahogan los pobres.
La pobreza es un fenómeno complejo y multidimensional, en permanente transformación para el que existen mediciones alternativas que permiten sostener todo tipo de argumentos. Existen mediciones científicas serias, metodológicamente correctas y producidas por organismos oficiales, entidades internacionales y por universidades de primera línea para afirmar que la pobreza en Argentina es del 0,06% (BM), del 5% (Indec), del 19% (AAM), del 27% (Indec), del 33% (UCA) o del 48% (Unicef).
Estas verdades alternativas son terreno fértil para la posverdad. Medios que en el 2014 eran opositores descreían de las mediciones oficiales de pobreza, ponderaban mediciones privadas y titulaban en potencial que “La pobreza sería cinco veces mayor a la publicada por el Indec” (Clarín, 26 de abril de 2014).
Del otro lado de la grieta, medios afines al poder político de turno creían en el Indec y tildaban a las mediciones privadas de “operaciones políticas”. Cuatro años más tarde las posiciones se invertían. Una minoría informada entiende que esto sucede porque los medios traban una doble relación, por un lado con el espacio público (sus audiencias), por otro, con el ámbito político, los gobiernos y sus oposiciones, tal como lo describe Natalia Aruguete (2013). “El resto engullirá gozoso la divina bazofia” afirmaba en 1929 el Rufián Melancólico.
La pobreza es un tema muy importante que no le importa a nadie. Se trata de un tema muy caro al sentimiento público; la pobreza duele, duelen sus imágenes y su cotidianeidad. En el discurso público de lo políticamente correcto -el imaginario social- es un tema grave. Sin embargo, en las encuestas de opinión pública nunca aparece entre los temas prioritarios.
Un recorrido rápido por cuatro encuestas nacionales publicadas en los últimos dos años (Ibarómetro, Pascal-Unsam, M&F; Gustavo Córdoba & Asociados) sirve de botón de muestra: los principales problemas de los argentinos son la inseguridad y la inflación (se alternan según la coyuntura), en tercer y cuarto lugar aparecen la corrupción y el empleo, luego, los principales servicios públicos (salud, educación, justicia) y finalmente, los servicios vinculados a la cotidianeidad de la gente (vivienda, transporte, recolección de residuos, bacheo, alumbrado público, etc.).
Después de todas estas prioridades y mezclada con temas como el medio ambiente, la igualdad de género, los derechos al consumidor y las adicciones aparece la pobreza con porcentajes de prioridad de entre el 7% al 12%.
Así pensamos y así votamos los argentinos, y los políticos lo saben.
Por último, Argentina no es la excepción a la utilización tendenciosa que se hace de la pobreza en todo el mundo. Históricamente, los oficialismos así como los medios que les son favorables tienden a invisibilizar el tema, a presentarlo de modo liviano y a usar artilugios para tirar las mediciones de pobreza hacia abajo, mientras que las oposiciones (y los medios que las acompañaran) exageran el fenómeno, lo dramatizan y tienden a utilizar las mediciones que lo inflan para argumentar la necesidad de un cambio de gobierno. En definitiva, “se trata de una disputa simbólica alrededor de la generación de sentido público” (Aruguete, 2013, p.207).
Mientras los argentinos que no somos pobres elegimos cuál de las verdades sobre pobreza se acomoda mejor a nuestras posiciones ideológicas y políticas, los argentinos pobres no participan de este festival de la posverdad porque están muy ocupados tratando de llegar a fin de mes.
Por Martín A. Maldonado
* Conicet/UNC.