37 años después: Historias de Malvinas que se transforman en literatura
En la previa del 2 de abril se presentó el libro "La guerra en mi", una recopilación de 17 historias de ex combatientes de Malvinas de la zona, pero contadas en forma de poemas o cuentos.
01/04/2019 MUNICIPIOSEn la previa del 2 de abril se presentó el libro «La guerra en mi», una recopilación de 17 historias de ex combatientes de Malvinas de la zona, pero contadas en forma de poemas o cuentos. Herving Vásquez, el actual presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Neuquén, es uno de los protagonistas.
Llega un nuevo 2 de abril y siempre es una buena oportunidad para presentar materiales sobre la Guerra de Malvinas. Esta vez se trata de “La guerra en mi”, un libro que narra 17 historias de ex combatientes pero que lo hace desde la ficción: hay cuentos, hay poesías y hasta una obra de teatro.
La idea central del texto que fue escrito por el profesor de historia Diego Suárez, el actor Darío Altomaro, la profesora de literatura Ailín Muchella y el psiquiatra Juan José Servidio y que fue financiado mayoritariamente por la municipalidad de Plottier es acercar las historias de Malvinas a los alumnos de la provincia.
Herving Vásquez es, además de presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Neuquén, uno de los protagonistas del libro que nació siendo un “libro sobre la Guerra de Malvinas” y terminó siendo “un libro de la gente que estuvo en Malvinas, de hombres que estuvieron atravesados por la guerra, de hombres que tuvieron un pasado, que tuvieron ese presente en la guerra y que después tuvieron que volver, de familias que los acompañaron, que estuvieron siempre presentes”, tal como contó Suárez en conferencia de prensa.
La idea es arrancar una malvinización y queremos que Malvinas deje de ser solamente una efeméride y que sea a lo largo y ancho de todo el año” señaló Herving Vásquez, protagonista del libro y actual presidente del Centro de Veteranos, durante la presentación de texto.
Herving es nacido y criado de Neuquén, en 1982 tenía 18 años y le tocó hacer el servicio militar en Río Gallegos. Entró en enero y el 4 de abril desembarcó en Malvinas. Fue voluntario, pero no sabía lo que le esperaba.
“Cuando yo estaba en Río Gallegos comentaban que habían tomado Malvinas y que teníamos que ir, honestamente yo pensé que no venían, entonces de los 60 que éramos 30 tenían que ser voluntarios, yo fui el tercero en anotarme. El problema fue cuando los ingleses vinieron, ahí me hice la pregunta de por qué no me quedé callado”, rememora el actual presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas hablando de lo que fue el principio de tiempos difíciles.
Él vivió toda la guerra. Llegó tan solo dos días después y dejó Malvinas dos días antes de la rendición. Su misión era cuidar el aeropuerto. Junto con otros tres soldados estaban a cargo de cañón antiaéreo alemán “con un precisión extraordinaria para la fecha”, cuenta Herving. Derribaron un avión en el aire y averiaron otro. Pero estuvieron expuestos constantemente a cañonazos y bombas.
“Nuestra posición fue muy cruda, tuvimos la suerte de volver, pero los cañonazos, las bombas caían a tres o cuatro metros de la posición nuestra,sentíamos la onda expansiva que nos entraba por la boca aunque nos cubríamos como nos habían enseñado. Terminaba el bombardeo por la noche y a la mañana salíamos y no lo podíamos creer, parecía un campo arado, pero parece que Dios puso una mano encima de donde estábamos cubiertos, porque nunca cayó una bomba encima, si no hubiese sido una perdición para los cuatro”, asegura el ex combatiente.
La misma adrenalina de su cuerpo hizo que la situación de estar expuesto a bombardeos se vuelva moneda corriente y ya no le generara el miedo de los primeros días.
“El primer día fue catastrófico para nosotros, teníamos miedo, temor, hasta lloramos, el segundo día no tanto y a la semana nos habíamos adaptado. Se fue haciendo un tanto rutinario así que ya era fácil, ya no teníamos miedo o habíamos aprendido a manejarlo. Según un médico me dijo que la adrenalina nuestra estaba tan arriba que no nos dábamos cuenta, el problema fue bajarla cuando terminó la guerra, no se baja de un momento para el otro y nos costó mucho porque llegamos a Río Gallegos y nos tuvieron hasta el 1 de noviembre hasta que nos dieron la baja”, recordó Vásquez.
Pero todavía faltaba un proceso muy complicado. La vuelta a la vida diaria, lejos de la guerra. Y ahí fue su familiar el pilar esencial para poder sobrevivir a una experiencia traumática como la que le había tocado vivir.
“Cuando yo llegué a Neuquén un mundo de gente me fue a recibir, yo no entendía nada, yo no había vivido lo que vivieron acá. A mi me llevó mucho tiempo darme cuenta el furor y la importancia que tuvo, a mi me daba vergüenza. Después me cargaron tanto, me hicieron tantos chistes que yo estuve 10 años sin hablar del tema, ni en mi casa, ni en ningún lado, no se hablaba de Malvinas en ningún lado”, cuenta, con los ojos brillosos, uno de los soldados de Malvinas que logró salir del pozo depresivo en el que cayeron la mayoría.
Y cierra: “Tuve la fuerza de voluntad de mi mamá y de mi papá que me sacaron adelante, ellos entendían lo que me pasaba y de alguna forma me iban llevando de a poco, de a poco, hasta que me sacaron adelante. Yo había caído en un pozo depresivo muy grande, yo vivía cerca del aeropuerto y se escuchaba perfectamente el avión cuando llegaba a la madrugada y yo me tiraba de la cama buscando el FAL. Cuando mi hermano prendía la luz, me daba una vergüenza terrible. Eso con el tiempo fue cambiando y mejorando hasta que por suerte no me pasó más nada. Tuve una familia maravillosa, eso me ayudó, pero no todos tuvieron la misma suerte”.