Dos países y los muertos que vos matáis
Se ganó. Se ganó y Alberto y Cristina saben mejor que nadie lo que costó alcanzar este triunfo electoral, de enorme trascendencia para el futuro.
31/10/2019 OPINIÓNSe ganó. Se ganó y Alberto y Cristina saben mejor que nadie lo que costó alcanzar este triunfo electoral, de enorme trascendencia para el futuro. Ahora lo que viene es trabajar porque es gigantesca la tarea y exige serenidad, inteligencia, honradez, constancia y firmeza, por lo menos y todo junto y para arrancar. Además hay demasiado que hacer y todo urgente, y los tradicionales primeros 100 días de changüí gubernamental en este caso serán pocos y no es seguro que sean respetados.
Se ganó, y aunque esta columna sí piensa que hubo irregularidades, también confía en que el escrutinio definitivo, ya en marcha, como dice el tango «batirá la justa» y las representaciones parlamentarias serán las que quiso el pueblo y no algunos diarios y la telebasura.
Pero esto mismo vale para reflexionar el viejo, irónico apotegma del título, que desde hace siglos y aquí y ahora también sugiere que «los muertos que vos matáis, gozan de buena salud». Dicho sea en esta ocasión con fraternal espíritu hacia algun@s compañer@s que desde el triunfo electoral del domingo podrían apresurarse a dar por vencidos definitivamente a los adversarios.
Un tema que, con variaciones, suena en todos los instrumentos y en todos los ritmos de la música política argentina desde hace 200 años.
En este mismo diario, hace más de una década David Viñas atribuía esa expresión al escritor español José Zorrilla, autor del drama religioso y fantástico Don Juan Tenorio (1844), coincidiendo en ese punto con Adolfo Bioy Casares, que por entonces dudaba entre atribuirlo a Zorrilla o a Tirso de Molina en El burlador de Sevilla, drama que hacia 1630 inauguraba a Don Juan, todavía el personaje más universal del teatro español. Y frase que también se ha endilgado al mexicano Juan Ruiz de Alarcón, al dramaturgo francés Pierre Corneille y hasta a Domingo Faustino Sarmiento.
Como sea, esta chanza le cabe a la perfección al Peronismo, y obviamente a su versión Siglo 21: el Kirchnerismo. Que por más ataques que recibe (incluso en 2015 se escucharon apresuradas actas de defunción) siempre sobrevive. Y sobrevivirá, porque las ideas que Juan Domingo Perón y Eva Duarte inculcaron en el pueblo argentino en las décadas del 40 y el 50 fueron y siguen siendo, aunque a tant@s les cueste admitirlo, una marca para siempre. Y la razón es sencilla: los intereses de las clases trabajadoras –obrer@s, peones rurales, cuentapropistas, pequeñ@s y median@s empresari@s– son inmanentes. Como lo fue la sanción constitucional en 1949 de los derechos de la ancianidad y de los niños, y la posterior educación universitaria gratuita, y tanto más. Todo lo cual valida aún el anhelo de la Patria Justa, Libre y Soberana, que tiene plena vigencia ahora mismo como punto de partida para combatir el hambre, recuperar la dignidad del trabajo y retornar a una fraternidad latinoamericana que atienda los intereses de los pueblos, la autodeterminación y la no dependencia de intereses extranjeros.
Ese sentimiento, por llamarlo de algún sencillo modo, jamás dejó ni dejará de existir, y eso es tan real como el amor que hoy mismo inspiran Evita y Cristina a millares de adolescentes, por caso.
Pero está claro –debería estarlo y habrá que hacer docencia para que lo esté– que el apotegma del título también le cabe al secular conservadurismo argentino, creación de Adolfo Alsina, Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca y varios presidentes más, antes, durante y después de Hipólito Yrigoyen y Juan Perón. Y concepción que instauró en esta tierra un fuerte y vertiginoso crecimiento económico, pero concentrado en favor de minorías oligárquicas durante sus primeros por lo menos 40 años, a la vez que producía una gran transformación social y cultural, que, sin embargo, jamás dejó de ignorar los intereses y derechos de las mayorías inmigrantes, de l@s trabajador@s urbanos y rurales y sobre todo de los pueblos originarios.
Antagonistas in extremis de todo cambio político, económico y social capaz de afectar sus intereses de clase acomodada, siempre se agruparon en instituciones políticas defensoras de sus privilegios. Con nombres epocales como Partido Autonomista Nacional, Partido Demócrata, Partido Conservador, Partido Liberal, Partido Federal, Ucede y muchas expresiones más, algunas provincianas, en su versión contemporánea se ha llamado en estos años PRO, Cambiemos, y ahora JxC, o lo que llamamos Macrismo con la misma naturalidad con que hace más de un siglo se le llamaba Roquismo.
Quizás, valga la conjetura, este reconocimiento necesario –que no implica síntesis ni conjunción– podría servir aunque sea de modesto inicio para una explicación, y superación, del drama nacional que seguimos viviendo como nación: me refiero a la estúpida, infantil y necia pretensión de aniquilamiento del antagonista.
Releer nuestra Historia es necesario y urgente para ello, y también por eso fue importantísimo el comicio del otro día. Porque abrió puertas a la reeducación y a la tarea cultural refundacional que será buscar, de una buena vez, una comprensión pacífica de las feroces disputas entre federales y unitarios, entre Lavalle y Dorrego, entre Urquiza y Paz, entre Rosas y Urquiza, y entre Urquiza y Mitre al menos hasta la batalla de Pavón, y también entre caudillos del interior profundo y sus montoneras enfrentados a anglófilos citadinos que concebían a este país como una factoría extranjera en un poderoso y rico puerto, de espaldas a una surgente nación de indígenas y gauchos a los que explotaron y despreciaron sistemáticamente.
Es de esperar que a partir de que se anuncien los resultados del escrutinio definitivo, la República Argentina deje de ser un país partido al medio, más allá de lo numeroso de cada medio. No dudo en afirmar que el abismo entre ambos es el principal problema a enfrentar. Por eso todo agrandamiento, soberbia o triunfalismo que abunden del lado nacional-popular deberá autocontrolarse, para que del lado del antiperonismo cerril, con su carga de racismo, insensibilidad y resentimiento, por lo menos se morigere. Porque solamente podrá convivirse en esta tierra en paz y democracia si entre tod@s conseguimos extirpar el odio que ha venido inculcando, y que es parte de su ADN, el neoliberalismo.
Estas reflexiones las provocó el exabrupto del diputado Eduardo Amadeo, quien, enfurecido, en una entrevista deseó «una úlcera» a Raúl Zaffaroni, Pablo Echarri, Dady Brieva y este columnista. Pobre hombre, ha de ser tremenda la úlcera que le toca sufrir, y ojalá se le alivie. Dicho sea sin ironía y agradecido porque desató esta reflexión.