Elogio de la tierra, el aire, el agua y el planeta en que vivimos
En política exterior hay por lo menos una evidencia incontrastable: en el mundo hipercomplejo en que vivimos, lo global que se nos proponía como paradigma ya no garantiza horizontes seguros de paz ni de desarrollo, y en cambio muestra perfiles amenazantes que a los argentinos nos atañen especialmente.
30/12/2019 OPINIÓNEn política exterior hay por lo menos una evidencia incontrastable: en el mundo hipercomplejo en que vivimos, lo global que se nos proponía como paradigma ya no garantiza horizontes seguros de paz ni de desarrollo, y en cambio muestra perfiles amenazantes que a los argentinos nos atañen especialmente. Y no sólo respecto del siempre vigente reclamo de soberanía sobre nuestras Islas Malvinas, o para el todavía no iniciado debate del Tratado Antártico a punto de vencer y sobre el que este país no termina de enterarse.
Y es que quizás, como advierte el pensador y multipremiado filósofo, sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour –autor de libros como «Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de posiciones apocalípticas»– el actual aumento de las desigualdades sociales y la negación del desastre climático son, de hecho, un mismo y único fenómeno porque el espacio en el planeta ya no alcanza para todos sus habitantes.
Así, el hasta ahora cacareado fenómeno de la globalización adquiere gravedad extrema, ya que todas las teorías mundializadoras se están retrotrayendo a una hasta hace poco inconcebible revalorización de las fronteras. Lo que explica el hipercontrol de las migraciones en todo el mundo, que arrasa con el sueño globalizador que tanto se cacareó las últimas dos décadas y que hoy se ha hecho trizas porque, sencillamente, no alcanza el suelo terráqueo para los miles de millones que lo habitan. Así de sencillo y dramático.
De ahí, también, la urgencia de acuerdos para el cuidado ambiental, la alarma por el calentamiento global y los desfasajes climáticos que la humanidad viene soportando. Por eso los países que más impulsaban la modernización expansiva, ahora se retraen porque se dan cuenta de que el planeta no es ni será compatible con la expansión económica ya que no hay desarrollo que alcance. Se necesitarían varios planetas Tierra para ello, pero la carrera espacial es mucho más lenta de lo que las dirigencias imaginaron en los años 70 del siglo pasado, cuando empezó la conquista planetaria. Y además de lenta es carísima. Y en tanto la degradación climática no cesó de expandirse, hoy cualquiera sabe o empieza a saber –en el poder y en el llano– que no hay otra solución que cambiar radical, absolutamente, el modo de vida planetario para empezar el cuidado de ahora en más obsesivo de la tierra, el agua y el aire disponibles.
El conflicto es colosal, son muy pocos los dirigentes mundiales que lo advierten, y no hay mejor prueba de este cambio desglobalizador que el nacionalismo cerril que postula el actual presidente del mundo, el Sr. Trump, que exige muros y cerrazones de fronteras cada vez más complejas y exigentes, y reclama frenos al tránsito migratorio en todo el mundo.
En este contexto la pueblada en Mendoza la semana pasada fue impactante, pero por todo lo anterior no debe ni pensarse que terminó. Mínimamente hay que mantenerse «atentos y vigilantes», como mandaba aquel astuto líder político que introdujo en la política argentina el vocablo ecología y la propuesta de conciencia ambiental. En Mendoza, como en la Patagonia y en Tierra del Fuego la lucha recién empieza.
Y siguen en nuestros Nortes: Salta, Formosa, Chaco, el Nordeste profundo de nuestro país donde aún quedan las últimas selvas generadoras de aire puro. La depredación allí es atroz: algunos gobiernos y todos los latifundistas están talando bosques a un ritmo alucinante de cientos de hectáreas por día. No me lo contaron, lo veo cada vez que voy a El Impenetrable y el espectáculo es dolorosamente atroz: decenas de camiones que salen de los montes, cargados de rollizos recién cortados, miles de toneladas de madera que luego son tanino o muebles, y todo para expandir la maldición de la soja. Ya casi no hay quebrachos, guayacanes, itines, y el palo santo que es una de las màs preciosas maderas del mundo se tala como yuyo y todos vemos salir los barcos de los puertos de la región repletos de rollizos con destino a China y Europa, donde se fabrican pisos para cruceros y yates de lujo, y así siguiendo.
En estos territorios el enemigo no es el cianuro, pero sí el publicitado y maldito glifosato y muchos venenos más, como me informa un experto local que me exige anonimato. «El glifosato representa sólo el 25% del total de agroquímicos que se utilizan en Argentina –explica–. A diferencia de EEUU y Europa, donde las fumigaciones son mucho más específias, aqui se hace y siempre se ha hecho un cóctel, y por eso los campos están como están y se ha degradado tanto la calidad de nuestras tierras. El glifosato que se vierte en esos cócteles es malo pero otro 20 % de la mezcla son lo que se llaman sulfatantes, que son detergentes de superficie que se vierten para abrir la superficie de las malezas y para que así penetre bien el glifosato, cuyo objetivo es en realidad desmalezar. Y el otro 50 o 60% son agroquímicos mucho más tóxicos, mucho más complejos y demostradamente agresivos, como el endosulfane, el clorpirifox, el 2-4D y otros clorados que todavía están en uso y de los que nadie habla. Así, el término glifosato sirve también para tergiversar y le ha servido a alguna gente para apretar a Monsanto y sacarle muchísima guita, por vía judicial y por otras, y con lo cual ojo que no estoy diciendo que sean buenos muchachos, pero sí digo que el glifosato ha sido y es una marca identificada que sirve para batir parches pero es sólo una parte de un problema colosal».
También se conocen estos días denuncias periodísticas de más degradaciones ambientales que arruinarán el agua que beben los mendocinos y todos los habitantes de este país increíble. Por caso, el ex presidente Macri y el de la Corte Suprema, Carlos Ronsenkrantz, se ha denunciado que tienen intereses mineros y algunos en relación con la empresa brasileña Odebrecht, famosa de corruptelas. A ellos se sumaría el asesor macrista Ernesto Sánz, mendocino de San Rafael, quien días antes de que asumiera el nuevo gobernador radical, Rodolfo Suárez, constituyó una sociedad minera-hidrocarburífera. Y habría que agregar a dos hermanos dirigentes del PJ, el diputado nacional Omar Félix y el intendente de San Rafael, Emir Félix, quienes en octubre pasado constituyeron la sociedad anónima minera «Sierras del Nevado».
La batalla contra Axel Kicillof en el inicio de su gobierno bonaerense es otra muestra del comportamiento de los sectores contaminantes más retrógrados, que además de poderosos son golpistas de libro. Por eso a nuestro gobierno le espera una tarea ciclópea, en la que habrá que ayudarlos también para capear estos temporales, que no fueron temas de campaña pero ahora irrumpen porque era lógico y natural que estallaran
Por Mempo Giardinelli