La final empieza en marzo
Como era fácil de prever, y así continuará porque es un pronóstico sencillo, la semana pasada arrojó un crecimiento de tensiones cuyo interés –cabría pensar- no es masivo aún.
17/02/2020 OPINIÓNComo era fácil de prever, y así continuará porque es un pronóstico sencillo, la semana pasada arrojó un crecimiento de tensiones cuyo interés –cabría pensar- no es masivo aún.
En la calle, salvo alguna excepción, hay todavía un aletargamiento al que referiremos líneas más abajo. Pero la densidad del clima es evidente para quienes saben ver en lugar de mirar.
Quienes sumieron al país en una de las crisis económicas más graves de su historia dicen que, como mucho, tienen solamente una cuota de responsabilidad en el drama del endeudamiento estremecedor. Porque de eso se trata.
Estaría bien que la deuda no fuese un monotema, pero no hay forma de que cualquier discusión seria sobre el futuro económico no incluya a la deuda en rol determinante.
Las vocerías del “macrismo” que hundió la Argentina, montadas en los medios que expresan derecho viejo el interés de los acreedores, se las arreglaron para embarrar datos duros. Ya que estamos: eso hace a que el Gobierno deba perfilar mucho mejor sus dispositivos de comunicación.
Pretenden que el uso del financiamiento externo para fugar divisas, en términos que el mundo nunca conoció, es un invento oficial. Arguyen que la porción mayor de lo ingresado por el FMI se empleó para pagar el muerto kirchnerista y –no se puede creer– pasa de largo, alegremente, el interrogante de cómo, si fue así, Argentina debe el doble que hasta 2015 en la proporción de su PBI.
Insistir sobre la culpabilidad macrista, de todas maneras, tiene dos aspectos. Por un lado es imprescindible para que la memoria no descanse, y por otro no es el ingrediente ejecutivamente central para salir del atolladero.
Ocurre algo análogo con la también extravagante crítica opositora al rumbo de los fondos e incrementos jubilatorios.
Dejaron agónico al sistema previsional. Casi quebraron la Anses, produciendo un proceso inflacionario gigantesco que tuvo a la clase pasiva entre sus víctimas principales, endeudándose con el organismo para pagar remedios, y boletas de luz y gas. El PAMI fue internado en terapia intensiva, junto con el incremento colosal del precio de los medicamentos (alrededor del 500 por ciento, en las cuatro temporadas del mejor equipo de los últimos cincuenta años).
Y ahora dan lecciones sobre cómo reparar a los jubilados.
Sirve para indignarse -o debería- pero no para arreglar el desastre.
En síntesis, diagnosticar correctamente la herencia es un factor necesario… pero marche preso a la hora de implementar soluciones.
Es esta gestión la que debe mostrar logros, so pena de ir agotando el crédito popular. Tarde o temprano llega la instancia en que el relato de la catástrofe recibida, por más certero que fuese, deja de impactar. Ya le sucedió a los propios cambiemitas.
Se re-impone aquello tan necesario de diferenciar entre contradicciones principales y secundarias, desde quienes, con diferentes graderíos, apoyan esta unión de peronismo y adyacencias de izquierda que hasta hace unos meses parecía un milagro.
Eso atiende más en la sociedad que en sus autoridades gubernativas, porque resulta que las críticas siempre se centran en los factores dirigenciales y poco, muy poco, en la subjetividad de los conjuntos populares.
Hay ejemplos recientes y vigentes.
El Gobierno se exhibió (muy) falto de reflejos en torno de provocaciones varias, acerca de si técnica o semánticamente puede definirse que hay presos políticos. Ni hablar de la barahúnda interna por la política de Seguridad en la provincia de Buenos Aires. Lo peor del caso, como reflexionó Mario Wainfeld en PáginaI12, es que el origen consistió en errores no forzados. El Gobierno, algunos ministros, ciertas figuras caracterizadas, se metieron solos en discusiones que abonaron un picnic de las palometas mediáticas.
Vale la pregunta de si no puede coordinarse la comunicación gubernamental, que es decididamente mala. La habilidad declarativa del Presidente, su tono llano que no pierde rigor institucional amainando y calentándose cuando se debe, salva las papas. Hasta ahí. No todo debe pasar por él. Más tarde o más temprano eso desgasta, según antecedentes que sobran.
Pero también es justa la pregunta de si esa es acaso una contradicción primaria.
¿No es lógico, incluso, que entre los miembros de un frente -como éste- haya tiranteces que produzcan encontronazos por izquierda?
Lo mismo vale respecto del “cristinismo” que operaría de guapo contra las pretensiones “albertistas” de jugar amigablemente con “los mercados”.
El académico Alfredo Serrano Mansilla, director del Centro estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), traza una hipótesis interesante. Dispara que la derecha podría estar equivocándose con su obsesión de apuntar diferencias entre Alberto y Cristina, porque de ese modo no hace más que reconocer la falta absoluta de liderazgo político entre sus huestes. Se dedica a conflictuar porque, falta de conductores o referentes al margen, no puede proponer nada creíble.
¿Cuál sería el problema de a Dios rogando y con el mazo dando?
¿Dónde se ha visto que las estrategias carezcan de tácticas en que los roles se distribuyen de manera diferente?
Lo comprobable, hasta ahora y más tras la intervención de Martín Guzmán en el Congreso, es que hay un piso de declarar a la deuda como impagable en las actuales condiciones y una cuesta arriba en la que Cristina previene enfáticamente sobre las andanzas del Fondo Monetario, Máximo Kirchner lo manda “a la cola” y el círculo rojo aduce, vocifera, provoca, que el Presidente ya tiene complicado qué hacer con Cristina y viceversa.
Ni siquiera hay necesidad de sumar que nunca, en la campaña, el Frente de Todos trazó como intención o probabilidad declarar otro default. Una recordación para quienes mentan al sanseacabó del pagadiós: Menem supo decir que si sinceraba lo que haría no lo hubiera votado nadie. ¿Qué debió haber hecho el FdT? ¿Mentir como Menem?
Otro tanto vale para esa polémica que, desde un principio, rodea a la política de incrementos en los fondos jubilatorios, reavivada por los anuncios del viernes.
Se privilegian los haberes del escalón más bajo de la pirámide, es cierto el perjuicio en los renglones que continúan y, sobre todo, en los que le siguen de inmediato. No hay allí jubilados de privilegio, precisamente. También cobran poco y pierden contra la inflación (después podrá discutirse, apartando el malhumor de la minoría de perjudicados, si eso sirve para inyectar capacidad de consumo reactivador).
Sin embargo, ¿se prometió algo diferente o está respetándose que, en efecto, habrá hasta más ver un angostamiento entre las puntas?
¿Es veraz o no que la inmensa mayoría del universo previsional tiene un aumento igual o mayor que el que hubiera correspondido con la fórmula macrista derogada en diciembre, aunque siga siendo marcadamente poco?
La distribución gratuita de medicamentos básicos, ¿es cierta o no?
¿El congelamiento de las tarifas de servicios públicos no es una mejora indirecta del salario y los ingresos? ¿Que no alcance quita todo valor hacia la dirección correcta, por más modesta que pueda estar siendo?
¿Nos perdimos nada menos que la parte de que se votó a un gobierno revolucionario y no a uno reformista?
Mientras se dirime este intríngulis de ámbitos analíticos que está bastante lejos de una mayoría de “gente común”, avanza que los tiempos se acortan.
La secuencia es que en agosto del año pasado hubo una victoria antimacrista de magnitud esperada por prácticamente nadie. Eso amortiguó que el clima social saltara por los aires. En octubre debía confirmarse la tendencia. Se ratificó en volumen menor al esperado por los fanáticos del entusiasmo, pero con una diferencia muy grande vista la cantidad de escépticos que hasta hacía muy poco pensaba en macrismo asegurado por varios años. Más luego esperar a la asunción del nuevo gobierno, y después las vacaciones.
Resumiendo, la final -no ya de expectativas, sino de la paciencia social que cada vez es más corta en su espera de resultados concretos- empieza en marzo.
Los pibes vuelven a las aulas con el costo de una canasta escolar enmarcada en la inflación que apenas empezaría a bajar. Se viene la “amenaza” de la puja en paritarias y la “comprensión” mayor o menor de los sindicatos. El Presidente abrirá las sesiones ordinarias del Congreso con margen reducido para tirar la pelota hacia delante, en cuanto al subrayado del rumbo macro y cotidiano.
Hasta aquí quedó claro que los choques y definiciones discurren en los números grandes de la economía. No en la percepción, urgencias y demandas populares, sectores medios incluidos. O a la cabeza, más bien, porque son las clases medias quienes fijan el humor que luego los medios dominantes amplifican. Ese paquete empezará a mostrarse desatado en pocos días. Sólo empezará.
Será en algún momento de ese trayecto cuando arribará la decisión político-técnica, clave, de quiénes pagarán qué, cómo, cuánto. Y la forma de comunicarlo también será decisiva.
Si la convicción de no hacer pagar a quienes menos tienen es auténtica, a corto plazo toda otra consideración es secundaria.