Cómo impacta la crisis en las mujeres

Entre la población de menores ingresos 7 de cada 10 son mujeres y entre las jóvenes de 14 a 29 años la desocupación llega al 23,1 por ciento.

Entre la población de menores ingresos 7 de cada 10 son mujeres y entre las jóvenes de 14 a 29 años la desocupación llega al 23,1 por ciento.

Pobreza feminizada
Por Natalia Zaracho* y Ana Acosta**

Cuando hablamos de que la pobreza se encuentra feminizada lo decimos con fundamento y las estadísticas lo sustentan. Las mujeres estamos más desocupadas, somos más pobres y estamos más precarizadas. Tener que dedicar más tiempo al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado nos relega a empleos peores pagos y más precarios. En el porcentaje de la población de menores ingresos 7 de cada 10 son mujeres y la tasa de desocupación en jóvenes de 14 a 29 años alcanza el 23,1 por ciento en las mujeres mientras que en varones es de 18,5 por ciento.

Una evidencia de la vulnerabilidad en la que nos encontramos se puede ver en la economía popular, pero, ¿quiénes son? Son los excluidos y marginados del sistema, sin acceso al mercado de trabajo formal y tuvieron que inventarse su propio trabajo. Es un universo que alcanza a casi 3,5 millones de personas que hacen trabajos por cuenta propia, con una máquina de coser en sus casas o en talleres clandestinos, juntan cartones, cultivan la tierra, salen a vender en la vía pública, se vuelcan a emprendimientos precarios de escaso capital tecnológico, se dedican al trabajo doméstico de manera informal, etc. Este sector se fue aglutinando en unidades productivas populares; en cooperativas textiles, en la agricultura familiar, ferias, centros de reciclado, se organizaron en los barrios populares y en el trabajo comunitario para mejorar sus condiciones de vida y buscan ser reconocidos como trabajadores.

En el total de las actividades que componen la economía popular la participación de mujeres es cercana al 60 por ciento. Las estimaciones de la Federación de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCYR) a nivel nacional da que hay entre 150 y 200 mil cartoneros de los cuales al menos 90 mil son mujeres. En CABA, hay un total de 11 mil cartoneros de los cuales 60 por ciento son mujeres. Más de 5 mil están dentro del Sistema de Reciclado con Inclusión Social y el resto se encuentra por fuera. En Provincia de Buenos Aires se estima que existen alrededor de 40.000, número que está creciendo en los últimos años y podría llegar a 70.000 (incluye a quienes trabajan en basurales, carreros y recuperadores puerta a puerta). Alrededor de 30.000 son mujeres.

En la rama textil la distribución por género es equitativa, ya que suelen trabajar con la familia y/o cónyuges y existen cooperativas solo de mujeres. Identifican algunos problemas de desigualdad en el trabajo, por ejemplo, en la baja productividad de las mujeres al tener que ocuparse de las tareas del cuidado, o que las negociaciones con los fabricantes en general las hacen los varones. Actualmente algunas cooperativas organizadas en CTEP-MTE comenzaron a atender la necesidad de crear guarderías, pero previamente las que no podían mudar su trabajo al polo textil eran las mujeres y se quedaban trabajando en sus casas reproduciendo un esquema de desigualdades y precarización.

En la actividad rural también la distribución es pareja, y persiste la dependencia económica que tiene de fondo el acceso a la tierra (titulación y contratos de alquiler) que están siempre a nombre de los hombres. Existen desigualdades en la carga del trabajo doméstico, la responsabilidad de la crianza y el nivel educativo. Uno de los problemas fundamentales es la violencia doméstica.

En cuanto al trabajo sociocomunitario en ollas y merenderos desde la creación del Salario Social Complementario, por primera vez, las tareas de reproducción de la vida son consideradas como una rama más del trabajo y perciben un salario, aunque sea insuficiente.

Las compañeras se organizan en talleres, asambleas, asesoramiento en situaciones de violencia, en educación sexual y reproductiva, bachilleratos populares para acceder a la educación.

Pero en un contexto de avance de las políticas de ajuste y pérdida de derechos este sector vuelve a crecer y hay nuevos excluidos. Las más expuestas a caernos del sistema somos las mujeres, las más desocupadas, pobres y precarizadas. Las primeras en ser esas costureras, cartoneras, productoras de la tierra, trabajadoras domésticas, en hacer el trabajo comunitario. Si se habla de la feminización de la pobreza necesariamente tenemos que hablar de la economía popular porque somos las más vulnerables, quienes en tiempos de crisis tenemos que salir a inventarnos nuestro propio trabajo para pagar la olla.

* Trabajadora de la Economía Popular y candidata a diputada nacional por el Frente de Todos.

**Economista del Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas-OCEPP.

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El trabajo de las mujeres
Por María Julia Eliosoff Ferrero y Marcia Molina Heredia***

La economía feminista sigue imponiéndose como campo académico y político dentro de la disciplina económica, ya que cada vez más, explica, evidencia y da herramientas para entender una de las principales preocupaciones de los economistas heterodoxos: la desigualdad. Es imprescindible desde esta perspectiva incorporar las relaciones de género y por lo tanto, de poder; implícitas en lo económico.

En este sentido, es necesario analizar desde la economía feminista la recesión y el ajuste fiscal que atraviesa Argentina. Esto posibilita echar luz sobre fenómenos donde la disciplina económica, esencialmente androcéntrica, no detecta más que comportamientos forzadamente normalizados.

Los efectos de la devaluación impactan en los ingresos de los sectores populares, evidenciando un aumento interanual del nivel general de precios que acumula un 55,8 por ciento para el mes de junio. Estos sectores destinan la totalidad de sus ingresos al consumo de bienes como alimentos y bebidas o el transporte que aumentaron 60,8 y 63,6 por ciento respectivamente, con incrementos por encima de los promedios de otros bienes y servicios. Es decir, son estos sectores los que puntualmente sufren un impacto mayor de la inflación respecto a las personas que pueden ahorrar o tienen capacidad de diversificar sus gastos. Ahora, considerando la sobrerrepresentación de las mujeres en los sectores de ingresos más bajos, se hace evidente la pérdida de su poder adquisitivo, en particular.

Un contexto de recesión se caracteriza también, por la profundización de problemáticas estructurales del mercado laboral, con un correlato aún peor para mujeres, lesbianas, travas y trans. Agudiza tanto la precariedad como la discriminación; situación que se refleja en las brechas salariales, incrementos en tasas de desempleo y subocupación.

Un tercer punto que analizar en términos de ajuste fiscal se relaciona con la caída en las erogaciones destinadas a políticas sociales. Para esto, es necesario pensar la forma en que las sociedades organizan sus cuidados; reconociendo aquí cuatro dispositivos: el mercado (al que pueden acceder quienes tienen los ingresos suficientes), los hogares, la comunidad y el Estado. Tal como refiere Corina Rodríguez Enríquez, ésta forma de organización es doblemente injusta, porque recae mayoritariamente en los hogares y allí en las mujeres, que realizamos el 76 por ciento de dichas tareas. Somos nosotras las que resolvemos el cuidado diario de las personas de manera privada, individual e invisibilizada. En los dispositivos restantes, el cuidado también es resuelto por las mujeres, de manera precaria y subvalorada, tanto económica como socialmente.

Cuando el Estado deja de financiar las políticas públicas que contribuyen a sostener la vida de las personas (en los ámbitos de salud, educación, vivienda y cuidados, en particular), las mujeres y los cuerpos feminizados somos quienes asumimos esas responsabilidades. Así es que, en los barrios, proliferan comedores comunitarios, se organizan redes de cuidado necesarios para la subsistencia familiar, entre otras estrategias lamentablemente creativas.

Todo este andamiaje de cuidados y responsabilidades se basa en la utilización del tiempo de las mujeres. Así, es su tiempo (el nuestro) que funciona como variable de ajuste ante la ausencia del Estado, deteriorando nuestras vidas: menos y peor atención a la salud propia, peor alimentación, menos tiempo libre para el ocio y autocuidado, para formarnos y buscar mejores empleos. La crisis económica y la retirada del Estado en la política social refuerzan los roles de cuidado sistemáticamente asignados a las mujeres.

La crisis multisistémica en la que vivimos necesita de diagnósticos y propuestas desde la economía feminista. La urgencia de ponderar la sostenibilidad de nuestras vidas por sobre los mercados es apremiante y nos convoca, en buena hora, desde las luchas feministas disputando los derechos que nos faltan para garantizarla. Y como dice Arantzu Varela en su micro El Tornillo: “¡Hasta la próxima vez que nos dejen salir!”

***Economistas feministas integrantes del Espacio de Economía Feminista de la Sociedad de Economía Crítica.

Fuente: Página 12