Coronavirus, deuda y salud pública
El modo en que una sociedad resuelve los problemas que la interpelan, en especial los relacionados con el bienestar de todos sus miembros, es un indicador de su modelo de desarrollo.
03/04/2020 OPINIÓNEl modo en que una sociedad resuelve los problemas que la interpelan, en especial los relacionados con el bienestar de todos sus miembros, es un indicador de su modelo de desarrollo. En este sentido, hoy el gobierno nacional frente a la amenaza sanitaria del Covid-19, más que un plan de emergencia, está poniendo en acción una idea de sociedad. El protagonismo del Estado en el manejo de la crisis, la movilización de todos los recursos disponibles desde una perspectiva federal y con asesoramiento especializado, el refuerzo de ingresos a sectores vulnerables, son todas intervenciones que brindan contención a la población en una situación excepcional como la que estamos atravesando. Se trata de un comportamiento equiparable a algunos países del llamado primer mundo, pero con recursos y condiciones sanitarias de un país empobrecido y con un Estado debilitado por el manejo irresponsable que hizo del mismo el gobierno de Mauricio Macri entre 2015 y 2019.
¿Cómo explicar que algunos sectores exijan al Estado respuestas propias de países ricos, cuando hace poco más de un año y medio pasó inadvertido, a pesar de los alertas que se dieron, que el presupuesto del 2019 reducía la distribución de vacunas en un 5,4 por ciento, mientras que los servicios de la deuda pública crecían 5 veces más que lo destinado a salud?
Ante la amenaza de la epidemia se hace difícil explicar a la población las condiciones de abandono y desidia en que el nuevo gobierno encontró las áreas que hoy tienen que dar respuesta a la emergencia. ¿Qué dejó el gobierno anterior además de desocupación y una deuda impagable? Dejó: programas de saneamiento y vivienda social subejecutados, licitaciones de vacunas y leche sin instrumentar, deudas millonarias con proveedores de alimentos y medicamentos. Todos ajustes que se traducen en el aumento de enfermedades prevenibles como tuberculosis, dengue, sarampión y sífilis, entre otras. Enfermedades que, frente a una amenaza como el Covid-19, hacen que nuestra población en riesgo no se limite a los adultos mayores, sino también comprenda a niñ@s, adolescentes y jóvenes pobres, discapacitados y miles de personas en condiciones de precariedad habitacional. De manera frecuente se dice que el neoliberalismo mata, lo correcto sería agregar que primero enferma.
Las epidemias constituyen hitos en la historia de los países y del mundo. Sin ir más lejos, la Ciudad de Buenos Aires debe gran parte de su excepcional equipamiento sanitario (hospitalario y de servicios) al brote de fiebre amarilla de 1871. Si bien en esa época Buenos Aires era la ciudad más próspera del país, tenía un altísimo déficit sanitario. A causa de los estragos que dejo la epidemia, el entonces intendente de la ciudad, Torcuato de Alvear (1883-1887), solicitó un relevamiento de los conventillos. El informe resultante consignaba expresiones tales como: “Aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan las más terribles enfermedades que luego llegan por emanaciones a los palacios de los ricos…”. Según se podía inferir de ese informe, el problema no era la falta de saneamiento de la ciudad, sino la forma en que vivían los pobres en la ciudad.
Por el modo de expansión de este nuevo virus, la asociación acrítica y siempre vigente entre pobreza y enfermedad se pone en crisis. El Covid-19 viene de países ricos y debemos enfrentarlo con una economía debilitada en condiciones de desventaja con quienes lo propagaron. Todavía todos los países afectados están a la defensiva y no se observa que se activen grandes mecanismos de cooperación supranacionales.
Hoy son el gobierno nacional, las provincias y los particularmente los gobiernos municipales (por su relación de proximidad) los que pueden actuar con alguna eficacia en la emergencia. Este es un momento de redes activas y organizadas con centralidad en el Estado, que a su vez requiere de recursos, reaseguros y dinero para el cuidado de aquellos que no tienen red propia, ni casa, ni salud física y/o emocional para atravesar este periodo especial. Se trata de miles de familias que son las que quedan del otro lado de la grieta cada vez que los ciclos redistributivos se han visto interrumpidos ya sea por la fuerza o, como ocurrió en la historia reciente, por encantamiento mediático. La interrupción del ciclo redistributivo siempre significó un recrudecimiento de las desigualdades y la pérdida de conquistas sociales.
A la consigna del «Nunca más a la dictadura» tenemos que ampliarla con el “Nunca más a la deuda”, porque en definitiva el dinero que se fugó del país es el que ahora podría permitir al Gobierno reducir los daños y definir políticas activas de mediano y largo plazo. Esto último también es una cuestión de memoria, verdad y justicia.
Por Adriana Clemente
Directora del CEC, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).