Cuando las aguas bajan turbias
Se titula esta nota en honor de Hugo del Carril y su versión cinematográfica de la novela de Alfredo Varela, y para recordar que siempre que hay mucho movimiento, las aguas bajan turbias.
14/06/2021 OPINIÓNSe titula esta nota en honor de Hugo del Carril y su versión cinematográfica de la novela de Alfredo Varela, y para recordar que siempre que hay mucho movimiento, las aguas bajan turbias. Dicho sea ahora en conocimiento de que algunos colegas periodistas muy respetados han empezado a ser contactados por algunas grandes empresas actoras principales del río Paraná. Y sondeos en los que, dicen las fuentes, esta columna ha sido de las más mencionadas. Lo que nos honra y en cambio sí obliga a consideraciones específicas porque la cuestión ya no es nomás la soberanía, que finalmente tendrán que respetar si se confirman los indicios de que el Presidente estaría molesto con este tema.
Lo que se confirmaría si se advierte que ha venido siendo pésimamente asesorado por un obeso sindicalista vinculado al río que, desde posiciones combativas hace años, se habría desbarrancado menemistamente para asociarse a concesionarios luego de varios viajes a Bruselas y a todo lujo.
Claro que no sería un caso único, y también por eso la cuestión crece en ardor. Prueba del humor social y la amplitud que ha alcanzado la lucha por recuperar el río y la soberanía nacional, es la puesta en marcha de un proceso de unidad de más de un centenar de organizaciones, colectivos y agrupaciones que, bajo el nombre de Confluencia Abierta Federal por la Soberanía Nacional, lanzó esta semana una campaña de firmas con banderas como la derogación inmediata del Decreto 949/2020 y la renacionalización del Paraná para que el Estado se haga cargo de todos los controles, dragados, puertos, fiscalizaciones y peajes, así como del cuidado ambiental del río. El reclamo incluye que todos los puertos vuelvan a ser argentinos, se recuperen la Industria Naviera y las Flotas que fueron orgullo nacional y otras reinvindicaciones, y no es dato menor que esta campaña, sin publicidad, en los primeros tres días consiguió más de 10 mil firmas, mayoritariamente del interior del país.
Y además fue trascendente, y sugestivo, el hecho de que el Presidente denunció esta semana que ”Malvinas es para nosotros un dolor enorme, porque no las tenemos”. Por lo que dispuso trabajar diplomáticamente para recuperar la soberanía en las islas. “No debemos nunca claudicar en nuestro reclamo», dijo, porque “las Malvinas fueron, son y serán argentinas». Palabras que perfectamente caben al reclamo popular por el Paraná.
Claro que ahora se suman complejidades, como el hecho de que ha empezado a ser vox-pópuli que el Astillero Río Santiago, nada menos, podría ser privatizado o alquiladas sus instalaciones en favor de la gran empresa automotriz china, la Chery, lo cual alarma y exaspera al heroico personal del ARS que incluso lo consideraría incoherente con la posible nacionalización del Paraná, si como se espera se concreta.
Más allá de todo lo escrito y hablado, la lógica más elemental muestra que lo que hay que hacer en el mes y pico que queda desde la extensión del plazo dispuesto el pasado 30 de abril, debe empezar por dar por terminada toda concesión del Paraná y organizar rápidamente su ocupación por instituciones y personal nacionales. Es perfectamente posible hacerlo y además aconsejable, porque en estas circunstancias no tendría costos para el Estado, tecnológicamente estamos en perfectas capacidades y además significaría dar empleo a miles de trabajadores, e incluso iniciar el cuidado de la salud del río Paraná, hoy gravemente afectada, y tema del que nos ocuparemos en próxima nota.
Lo más notable es que todo lo antedicho puede hacerse fácilmente siguiendo el ejemplo norteamericano del manejo de sus ríos: en los Estados Unidos sólo pueden navegar embarcaciones de bandera norteamericana, y para llevar esa bandera deben haber sido construidas en los Estados Unidos. Y el dragado del sistema hídrico nacional está a cargo del cuerpo de ingenieros del ejército norteamericano. Ése es el camino.
Hacer esto, además, fortalecería extraordinadiamente nuestros reclamos de soberanía sobre las Malvinas, y sentaría precedentes formidables para la recuperación de todos los acuíferos existentes en nuestro territorio, hoy en manos de empresas y/o millonarios extranjeros, contrariando incluso leyes nacionales vigentes.
Es un hecho que hoy en el mundo el negocio de ríos y aguas se está convirtiendo en estratégicamente fundamental para muchos países, y la Argentina debe prepararse para ello. Extraer agua y arena del fondo de los ríos plantea cuestiones geopolíticas de primer orden, y nuestro país, y su aparato diplomático, debería empezar a estudiar la cuestión porque como ya sucedió con el litio, y antes con las megamineras, las presiones van a ser, y están siendo, feroces. Y encima con el problema adicional de que los lobbies empresariales argentinos son posiblemente los peores del mundo, por voracidad y corruptibilidad. Y como las diplomacias norteamericana, china y europeas no se van a andar con chiquitas en estas materias, es urgente que nos preparemos para el mundo feroz que se viene.
Es sabido que el Paraná es uno de los más importantes ríos del mundo, y la segunda cuenca sudamericana en extensión después del Amazonas. Además es fabulosa y no siempre tenida en cuenta la recepción de aguas de grandes ríos surcontinentales como el sistema Paraná brasileño-Iguazú, el Pilcomayo, el Bermejo y la cuenca central que forman los cordobeses ríos Tercero y Cuarto y el Carcarañá santatesino. Todo esto está en riesgo porque desde la sojización de la agricultura en los últimos 20 años se han talado millones de hectáreas de bosques nativos y sus consecuencias ecológicas son brutales. Se ha expulsado a millones de personas que trabajaban los campos, se han vaciado pueblos enteros, se tienen desmesuradas tasas de cáncer per cápita y encima se ha deteriorado el control en todos los órdenes. Y todo por el Estado Idiota que hoy tenemos, que más allá del incesante esfuerzo de trabajadores y técnicos prácticamente no controla nada.
Según datos oficiales, hoy de las 10 principales empresas agroexportadoras de la Argentina, en los dos primeros lugares figuran las norteamericanas Cargill y Bunge, seguidas del grupo chino Cofco. En cuarto lugar está la francesa Dreyfus, y quinto el grupo ADM/Toepfer, también de Estados Unidos. Y de las argentinas que siguen, Aceitera General Deheza está asociada a Bunge, y Vicentin a la suizo-británica Glencore y la alemana Ultramar. O sea.
Y desde que se desguazó nuestra Marina Mercante, se calcula que la Argentina pierde más de 5.000 millones de dólares anuales en fletes marítimos, hoy todos en manos extranjeras. Más del 95% de los barcos que navegan el Paraná son de bandera extranjera y ya no se ven, como antaño, banderas argentinas. Lo que además de infame y doloroso es explicable, porque el río «concesionado» es en realidad un río privatizado, extranjerizado e internacionalizado. Mayor vergüenza, difícil.
Y todo esto se escribe en el infame contexto en que la Sra. Milagro Sala está a punto de cumplir 2.000 días privada de su libertad de la manera más canallesca. Es repugnante su condición de presa política, contradicción inadmisible bajo un gobierno nacional y popular. Quizás ya esté siendo demasiado.
Por Mempo Giardinelli