El Censo nacional contempla las tendencias de la sociedad
Como en toda construcción de conocimiento, la mirada del observador determina lo que se ve. Desde Bachelard, consideramos que “el vector epistemológico va de lo racional a lo real nunca a la inversa”.
16/05/2022 OPINIÓNComo en toda construcción de conocimiento, la mirada del observador determina lo que se ve. Desde Bachelard, consideramos que “el vector epistemológico va de lo racional a lo real nunca a la inversa”. Por eso, no hay que perder de vista que una referencia a recolección de datos, como si fueran cosas puestas a disposición para que sean levantadas por alguien, es ilusoria. Todo dato es construido e implica una selección de aspectos del mundo que nos rodea a la que dirigimos nuestra atención. Si bien la selección está siempre presente, es más transparente cuando se usan instrumentos muy estructurados, para que quien responda no diga otra cosa que lo que se pregunta y que deba adecuar su respuesta a las opciones ofrecidas. El censo construye datos a partir de una selección que hace de algunos aspectos de las unidades que observa: la población, los hogares, las viviendas. Qué se pregunta y qué se ofrece como opciones de respuesta revela el recorte decidido por el Estado, en el marco de las condiciones de un operativo que se dirige a 15 millones de hogares y del que participan 600 mil censistas.
Un conjunto de preguntas del censo remite a las variables demográficas clásicas: sexo, edad, lugar de nacimiento y de residencia 5 años antes, cantidad de hijos. Éstas sirven para describir el tamaño y la composición de la población, identificar migraciones internas o internacionales y comportamientos reproductivos. Estos datos se inscriben en una secuencia temporal: al tiempo que proveen una foto instantánea del momento, ilustran la evolución demográfica a lo largo de los 150 años que Argentina tiene de historia censal. Además, estos datos alimentan las proyecciones de población, las previsiones sobre la evolución demográfica futura, que son insumos para planificar políticas públicas. El censo es la única fuente de datos que los ofrece a nivel geográfico detallado, por lo que permite hacer estas previsiones también a pequeña escala, como la municipal.
Otras preguntas responden a intereses de la época. Si en el segundo censo nacional, de 1895, se preguntó por el lugar de nacimiento de los propietarios de industrias, esos datos valieron para mostrar la prosperidad que esperaba a europeos que decidieran venir a habitar estas tierras. Como dispositivo de Estado, el censo intenta seguir las tendencias de la sociedad; el de 1960 incorporó la opción de “uniones de hecho” como situación conyugal, en 2001 el sondeo comenzó a identificar personas que se reconocieran como pertenecientes o descendientes de pueblos originarios y en 2010 indagó por afrodescendencia. Respecto de la identidad de género, hubo retrocesos y avances. Hasta el censo de 1980, era una pregunta que la persona censada debía responder, pero en losregistros de 1991 y 2001, se transformó en un ítem “de observación”, dejando en la percepción del o la censista la decisión de si se trataba de un hombre o una mujer. La modalidad de preguntar a la persona por su sexo se recuperó en 2010. Un nuevo avance en esa dirección se da en 2022, porque el interrogante se desdobla en dos: el sexo registrado al nacer (indispensable como insumo demográfico) y el género autopercibido. Al incorporar este dato, los resultados del censo 2022 van a enriquecer nuestro conocimiento sobre configuraciones familiares y composición de los hogares, con lo que aportarán a la visibilización de aspectos de la sociedad que habían sido ignorados hasta aquí, como identidades de género, etnias y lenguas que habitan el país.
Imposible dejar de mencionar el aporte que el censo hace a la construcción de la idea de Nación, comunidad imaginaria a la que pertenecemos, ya que, desde el “cuántos somos” o “dónde vivimos”, se puede derivar en la pregunta “cómo somos”, cuya única respuesta es “diversos”, tan diversos como los habitantes de cualquier país.
Por Eduardo Bologna
*Doctor en Demografía. Profesor Titular Universidad Nacional de Córdoba.