El odio, la negación y la tarea
Uno de los dramas que vive la Argentina es el odio instalado. Ese que sienten, sobre todo, las burguesías tanto de Capital como de provincias; las clases medias y medias bajas con aspiraciones de ascenso social; y sin dudas la oligarquía y obviamente los contentos.
12/09/2018 OPINIÓNUno de los dramas que vive la Argentina es el odio instalado. Ese que sienten, sobre todo, las burguesías tanto de Capital como de provincias; las clases medias y medias bajas con aspiraciones de ascenso social; y sin dudas la oligarquía y obviamente los contentos. Quizás haya más, pero básicamente estos núcleos componen el voto macrista y comparten la esperanza de que el actual gobierno se mantenga y repita.
Podría ser no cuestionable el odio en sí. Que lo sufra quien lo sienta. Pero lo preocupante y doloroso en la Argentina de hoy es el odio social extremo, irracional, absoluto, inducido con malevolencia. Odio injustificado, desde ya, y absurdo, porque a los odiadores no se les ha hecho daño. No se los afectó en bienes o derechos. Al contrario, de 2003 en adelante la vida les fue y es propicia, y para muchos fenomenal en lo que va del milenio: ganaron dinero, ascendieron socialmente, viajaron, se beneficiaron con casi todas las leyes y decisiones del gobierno anterior.
Y sin embargo odian. Y a su manera también sufren, porque no ha de ser grato vivir odiando, puesto que el odio, como ya se dijo en esta columna, es un sentimiento inferior. Una enfermedad. Les inocularon el odio, y ahora parece que no saben qué hacer con tanto odio extraño, que se diría que es un odio neogorila, como un resentimiento contra natura.
Así, constituye una paradoja extraordinaria que millones de compatriotas que podrían sentirse justificadamente resentidos, en general no lo están y no odian. Habrá más de uno que sí, desde ya, pero en general los pobres, los marginados, los afectados por tanta bestialidad oficialista, no odian. Están con bronca, eso sí, y mucha, porque no es grato ni sencillo bancar tanto atropello. Pero no odian.
Es realmente curioso que los que odian son los ricos. Que son además los que niegan este sentimiento. Yo no odio, te dicen, pero ni ellos se lo creen. Quizás temen que se les acabe la fiesta. Que se va a acabar, sin dudas, más temprano que tarde. Entonces niegan.
Tod@s vemos la realidad espantosa y cruel que vive la Argentina. Ell@s también. Y acaso odian más por eso mismo.
Oligarcas, ricos y contentos están resentidos y tienen miedo. Saben que el pobrerío es inextinguible pero apuestan a eliminarlo. Raro, pero es lo que hacen. Que se mueran, dicen. Son negros, indios, vagos, lacras, que se mueran todos, dicen. Acabemos con el peronismo, los cabezas, los grasas militantes, los choripaneros, los sucios y feos. Y lo desean en serio, aunque no lo pronuncien. Aunque algunos sí, cuando el odio los desborda. El desprecio del odiador no tiene límites.
Pero la mayoría de ellos niega, mira para otro lado. La herencia recibida, dicen. Se robaron todo. Y aceptan cada invento de los mentimedios y la “justicita” oficial: Nisman, López, las fortunas ocultas de CFK, las fotocopias de cuadernos que nadie vio y demás fantasías que se urden en Comodoro PRO. Y ni se diga las mentiras y tropiezos lingüísticos de un Presidente que en general no sabe lo que dice. Le creen todo, incluso que lo peor ya pasó.
Y es claro que es paradojal y asombroso: gente rica enferma de odio porque “los pobres no los dejan vivir tranquilos”. Hasta parecería chistoso.
¿Será que no ven la realidad? ¿Que no la quieren ver? No. No es eso. Cierto que algunos, muchos, no ven nada, están ciegos. Pero otros, quizás la mayoría, sí ven lo que sucede. Pero la cuestión con oligarcas, ricos, gorilas y contentos no es que vean o no la realidad social; es que no les importa. Y el sufrimiento ajeno, a algunos contentos, hasta les causa placer. Hay gente así. Convivimos con ellos.
Por supuesto que no son tod@s iguales. Hay quienes se dan cuenta, incluso quienes sienten culpa. Hay también los que reaccionan y cambian sus pareceres. Son los mejores, los recuperables porque les queda sensibilidad. Y un patriotismo chiquito, también.
El problema verdadero es que oligarcas hay pocos y casi no circulan. Lo que más se ve son caricaturas, especuladores, gerenteo engreído, arribistas puntaesteños, tilingaje de mayoreo y menudeo. Pero son muchos, y reconocerlo es imperioso. Un 30 por ciento bastante macizo que aparece en todas las encuestas, casi sin fisuras y electoralmente sustantivo. Mientras que el campo nacional y popular es un territorio amplísimo pero con exceso de alambrados separadores. Y con un rey muerto, una dama que no se decide al jaque mate y demasiadas torres y alfiles con ambiciones dispersas, algunas de ellas sospechosas, y pocos peones sobre el damero.
Entonces se entiende que el Gobierno goce de impunidad. Aun flaco y cascoteado, sigue su obra destructora sin inmutarse. Vean las caras de Caputo, Dujovne, Peña Braun, Vidal, Larreta, Quintana y cuantimás. Seguro que los va a despeinar la Historia, pero no, por ahora, los vendavales. Entonces y por eso siguen adelante con la tarea que se, y les, impusieron: endeudar al país hasta fundirlo, liquidar todas las legislaciones laborales y sociales, entregar los grandes recursos (agua, petróleo, litio, oro y plata), restaurar y fortalecer el latifundismo transnacional en nuestro territorio, abandonar la Antártida y el Atlántico Sur, Malvinas incluidas, asentar tropas imperiales en nuestro territorio apuntando hacia adentro y hacia Bolivia, reorganizar un aparato represivo capaz de cualquier ferocidad y con todo eso, finalmente, liquidar el monstruo más temido durante 70 años: el peronismo.
La vieja frase “sólo el pueblo salvará al pueblo” tiene vigencia, y más que nunca. Sin odio, pero con huevos y ovarios y con organización (que es perfectamente posible), un día de estos con una conducción blindada en los principios, la honradez y el amor a la Patria los vamos a desplazar para la gran tarea restauradora. Por nosotr@s y las generaciones venideras, recuperaremos el poder ahora en manos del malandraje odiador, por la vía magnífica y siempre imbatible del pueblo argentino: el voto popular, en papel y contado uno por uno. Ésa es la tarea.
Por Mempo Giardinelli