El renunciamiento
Empecemos por un aspecto de lo ocurrido en estos días que debería llamar la atención casi en primer término porque, precisamente, es lo único que no explotó.
12/12/2022 OPINIÓNEmpecemos por un aspecto de lo ocurrido en estos días que debería llamar la atención casi en primer término porque, precisamente, es lo único que no explotó.
Podrá considerarse exagerado detenerse en el tema cuando hay una vicepresidenta condenada y en ejercicio.
Más, su decisión de bajarse de toda candidatura, que revoluciona o trastoca el escenario político hasta límites hoy impredecibles.
Una decisión que debe tomarse bien en serio, al pie de la letra, como corresponde a la coherencia histórica de CFK entre sus anuncios y determinaciones. Es increíble que haya gente capaz de elucubrar sobre sus intenciones de victimizarse, para que algún Operativo Clamor le corrija su resolución. Hay adherentes a ella que confunden deseos y realidad. Y entre quienes la repudian quedan descolocados, porque nuevamente movió de manera sorpresiva.
Más, el escándalo nunca visto -con semejante grado de precisión- en torno a los jueces, fiscales, servicios, funcionarios y empresarios del principal grupo mediático del país, involucrados directamente en una maniobra de corrupción espeluznante (es uno de los adjetivos que corresponde, salvo que se haya cruzado el límite de perder toda capacidad de asombro).
El tema ése, el de lo único que no explotó, es la indescriptible tranquilidad pública de una parte de los escrachados con pelos y señales.
¿Por qué “una parte”?
Porque nadie esperaría excusas, réplicas o acciones firmes, por vergüenza propia, de los enchastradísimos «directivos de Clarín».
Como era obvio, ellos y sus socios de establishment se ampararon en la procedencia ilegal del espionaje y en la deontología de la profesión periodística. Insólito, si no fueran quienes son.
Hay pródigos antecedentes jurídicos internacionales, que protegen este tipo de divulgación: interpretan que el bien a custodiar -derecho popular a estar informados en asuntos de sensible interés público/institucional- es superior a la preservación de intimidad. Además de eso, se cansaron (es un decir) de amplificar “información” y grabaciones con idéntico origen “espurio”, en nombre de la libertad de prensa que emplean como partido del Poder.
Pero, en el caso de Marcelo D’Alessandro, ministro de Justicia y Seguridad de la Ciudad, y de los magistrados que viajaron a la “magnánima” mansión de Joe Lewis en Lago Escondido (¿a qué, ya que estamos, como pregunta que de tan natural nadie se formula?), la displicencia en su impunidad es inenarrable. Y si sucediera que alguno de ellos tiene por fin la ¿dignidad, a esta altura? de dar algún paso al costado, nada variaría la obscenidad del tiempo que se tomaron tras el espectáculo difundido.
Una nota de la colega Luciana Bertoia, en Página/12, el jueves, es muy didáctica sobre la incidencia de los chats del lawfare. “Mucho corrillo y poco repudio público para los jueces viajeros”.
A nivel institucional, sólo silencio. La Asociación de Magistrados no se pronunció. La Corte Suprema tampoco. El Consejo de la Magistratura, que debería tramitar las denuncias, está paralizado. En Comodoro o Inodoro Py, “todos hablan del escándalo de los chats, (pero) nadie cuenta haber tenido contacto con el juez federal Julián Ercolini”.
Y la Unión de Empleados Judiciales de la Nación, que lidera Julio Piumato, emitió un comunicado que repudia a los magistrados viajeros, pero remite a “cuatro jueces que con su accionar ponen en jaque a todo el sistema”, tras haber calificado de “ilegal” a la filtración y de salir al cruce de que hay una mafia.
Como señala Bertoia, ante la inacción de los espacios institucionales, crecen reclamos para que los magistrados que viajaron a lo Escondido del Lago dejen, al menos, de dar clases en la universidad pública… Ercolini es el director de la especialización en Administración de Justicia de la Facultad de Derecho de la UBA… (disculpas, si cabe, por lo continuo de los puntos suspensivos, pero es complicado hallar una fórmula de indignación más efectiva).
Entonces: ¿cómo no empezar por esta multitud paradigmática de empleados mediáticos, que ya se dieron el lujo de no emprender otro vuelo, pero a Alaska, cuando se corroboró lo incontrastable?
Luego y sólo luego, sí. Vamos a preguntas más o menos elementales que carecen de respuestas seguras.
¿Por qué fue la propia Cristina quien desalentó movilizaciones callejeras en su defensa?
¿Tomó nota de que la correlación de fuerzas le es desfavorable?
El/su gobierno, la “militancia”, ¿acaso vienen desvencijados y la dejaron sola?
¿Es ella misma quien advierte que primero se trata de bancar a como sea los alfileres con que está agarrada la gestión económica, porque no existe alternativa y porque eso le condicionaría el tono de una campaña?
¿Es tan difícil comprender, como se insistió hace poco desde aquí, que CFK es tanto una líder indiscutible e inigualable como alguien que ya lo dio todo, y que porta todo el derecho del mundo a esperar que se recojan sus esfuerzos, y sus señalamientos estratégicos, por más yerros que haya tenido?
Se equivocan, en nuestra opinión, quienes crean que, al apartarse del barro electoral del año que viene, Cristina deja huérfano al campo popular.
Simple y abrumadoramente, a riesgo de ir presa, exige que tomen el bastón, o algunos bastones, ciertos mariscales piripipí. Porque, otra vez, ella sola no alcanza.
¿Qué pretenden los dirigentes del campo popular ése, y viudos de tiempos revolucionarios a los que imaginan retornables así como así? ¿Seguir “viviendo” de lo que se trazan de la combatividad de la líder, quien ya (les) dijo chiquicientas veces, a ellos y a la oposición, que es hora de acordar grandes líneas rectoras, incluso tapándose la nariz?
Cuando apenas había trascurrido un par de horas desde que Cristina respondió a la sentencia, quien firma escribió que no recordaba un discurso de esa índole por más esfuerzos que hiciera.
Que la recorrida por los chats de la mafia y el modo en que articuló a improvisación pura sus nombres y mecanismos son, ni dudarlo, uno de los momentos retóricos más impresionantes de nuestra historia.
Que con eso ya era suficiente para entender el meollo completo del veredicto que la condenó. Sin embargo, faltaba el epílogo que agita el corazón cuantas veces se lo vea.
«Mascota nunca, Magnetto».
«No seré candidata a nada, en ninguna boleta».
«Animate a meterme presa, vos y tus esbirros».
«Acá tenés mis fueros renunciados».
Y ahí tienen, los ansiosos eternos, una muestra suprema de valentía individual.
Todo el mundo político, de propios y ajenos, quedó con la boca abierta y, ni siquiera, con espacio para tímidas especulaciones.
Todavía es demasiado lo que debe procesarse tras el renunciamiento y, como también lo dijimos, sería una irresponsabilidad profesional lanzarse a especulaciones y juicios apresurados.
Salvo una cosa, por mucho que ciertos odiadores seriales se muestren exultantes: quisieron cargarse a Cristina y acaso lograron exactamente lo contrario, en términos de imaginar que resulta borrada del mapa.
Se especule e infiera lo que se quisiese, sólo por razones emotivas o con alto grado de frialdad analítica; apichonados en el palo y estimulados en el opuesto, porque la reacción popular y dirigencial del Frente de Todos es, hasta aquí, de una enorme tibieza; siendo muy incierto, para ser módicos, cómo se las arreglará el peronismo y el progresismo en general porque su figura clave se bajó definitivamente de competir en las elecciones, en nada cambia que Cristina permanece como la potencia capaz de alterar una mediocridad conservadora que tiene todas las de ganar.
Será en rol de árbitro, de contestataria, de reguladora de ínfulas trasnochadas o de posibilismos resignados. De lo que fuese.
Nunca será la salvadora épica que se construyen quienes depositan exclusivamente en ella todas sus esperanzas, su símbolo, sus expectativas.
Pero, siempre, será la amenaza que sus enemigos no pueden predecir ni controlar.
Por Eduardo Aliverti