En el Fondo siguen siendo lo mismo
El ministro Nicolás Dujovne dice que éste es otro FMI, pero siguiendo las recetas del organismo a España le costó ocho años recuperar su economía, Portugal comenzó a mejorar cuando abandonó las condicionalidades y Grecia nunca se recuperó.
21/05/2018 El PaísEl ministro Nicolás Dujovne dice que éste es otro FMI, pero siguiendo las recetas del organismo a España le costó ocho años recuperar su economía, Portugal comenzó a mejorar cuando abandonó las condicionalidades y Grecia nunca se recuperó.
Una vuelta que nadie quiso ver
Por Mara Ruiz Malec *
Los recuerdos más recientes de Argentina solicitando dinero al Fondo Monetario Internacional son los años del fin de la convertibilidad. El Presidente decidió volver a esa fuente de financiamiento, pero ¿de verdad estamos tan mal? A finales de 2017 hubo señales de vulnerabilidad. El país registró el mayor déficit comercial de la historia reciente. Las exportaciones crecieron, pero no hay ningún “boom”. La fuga de divisas fue superior a la de 2015 e incluso mayor a la del 2011. Entraron menos dólares por inversión extranjera que en 2013.
La Argentina necesita dólares para poder importar, producir y cubrir la demanda de ahorristas y turistas y los dólares llegaron de dos fuentes: las inversiones especulativas atraídas por las altas tasas de interés y la deuda externa pública. Esas inversiones especulativas titubearon a fines de abril. Algunas desarmaron y se fueron. Aunque todos los emergentes devaluaron, la devaluación fue mayor en Argentina. El Banco Central intentó controlar el tipo de cambio y no pudo, generando más fuga. Finalmente, el gobierno anunció que recurriría al Fondo.
¿Podrían haber parado la corrida sin acudir al FMI? No está claro que la corrida haya terminado ni tampoco que acudir al Fondo haya ayudado. El dólar parece más calmo pero a un tipo de cambio de 25 pesos, luego de que las LEBACS se renovaran a una tasa de 40 por ciento y con una ayudita de fondos de inversión amigos.
La mala praxis no se limita a las últimas semanas. Lo ocurrido en estos días no es más que la consecuencia de medidas tomadas a lo largo del gobierno Cambiemos. Su propia “pesada herencia”. El gobierno asumió en 2015 afirmando que cuando el dólar sube, la suba no se traslada a precios. No solo se propuso no intervenir ante escaladas del dólar, sino que dio de baja todas las herramientas heredadas para controlar y regular la entrada y salida de los dólares. Removieron el llamado “cepo”, los límites de compra anteriores de 2 millones de dólares, liberaron los encajes para las inversiones golondrinas, quitaron la obligación de liquidar los dólares de las exportaciones e incluso eliminaron la obligación de informar por qué concepto entran y salen dólares a la Argentina. Desde antes de asumir, Cambiemos había vetado vía denuncia judicial una de las herramientas que tiene un banco central para influir sobre el tipo de cambio: el dólar futuro.
La realidad fue más dura que los deseos: La inestabilidad de 2018 implicó el abandono por parte del BCRA de gran parte de sus dogmas. A partir de marzo reconoció explícitamente la necesidad de administrar el tipo de cambio por su impacto inflacionario, en abril instrumentó alguna herramienta regulatoria (desarmar las posiciones de los bancos) y en mayo intervino en dólar futuro. El gobierno no parece interesado en volver a regular el mercado de cambios. Y sí en continuar con las recomendaciones de ajuste del FMI, algunas de las cuales ya había comenzado a implementar (cambios en la movilidad jubilatoria, reforma impositiva, etc.).
El ministro Dujovne dice que este es otro FMI. Que cambió con la crisis de 2008. Lo cierto es que a España le costó, siguiendo las recetas del Fondo, ocho años recuperar su economía. Portugal comenzó a mejorar cuando abandonó las condicionalidades. Grecia nunca se recuperó. Hay dos cosas en las que el Fondo cambió. Una es que ahora pide un ajuste progresivo, si es que tal cosa existe. La otra es que acepta los controles de capital y afirma que no siempre es aconsejable una liberalización completa, y que en todo caso debe realizarse de manera gradual. Paradójico. Igual, esta no será la recomendación de cabecera. El FMI ya le sugirió a Argentina reducir más el gasto, flexibilización laboral y más apertura comercial. Es difícil distinguir qué políticas pide el Fondo y qué políticas quiere llevar adelante Cambiemos porque el programa es muy parecido. En todo caso, un acuerdo con el Fondo dará impulso para abandonar más rápido cualquier sesgo de gradualismo. Nada que solucione los problemas que llevaron a esta corrida, si no los agrava.
La solución es depender menos de estos “capitales especulativos”. Para eso hay que tener más y mejor industria y servicios nacionales para exportar más e importar menos. Estos dos años muestran que no alcanza con el “clima de confianza” o con bajar el gasto público. El desarrollo requiere planificación, inversión pública, coordinación con el sector privado y sobre todo tiempo. Mientras tanto, debería alcanzar con más de 50 mil millones de reservas, un bajo nivel de deuda heredado, y mejores regulaciones. Sí se puede.
* Economista ITE – Fundación Germán Abdala.
Faltan dólares, no pesos
Por Eugenia Arioua *
La semana pasada el presidente Macri compartió algunos lineamientos que, para el gobierno, llevaron a la estampida del tipo de cambio en el último mes. El déficit fiscal estructural que tiene el país fue el elemento principal. O sea, el Estado gasta más de lo que recauda y el financiamiento del faltante puede obtenerse por dos vías: endeudamiento o emisión monetaria. El primero incrementa el pago futuro de intereses y puede generar inflación, el segundo acelera la evolución de los precios, siendo estos dos problemas con distintas implicancias y consecuencias. En segundo lugar, Macri le echó la culpa al excesivo “optimismo” en las metas de inflación, tirando en este caso la pelota afuera y apuntando al ex ministro de Hacienda Prat-Gay. En igual sentido, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, sostuvo que “la culpa de que gastemos más de lo que tenemos es de los argentinos”.
El gobierno parece entonces tener una maestría en admitir errores, algo sumamente valorado por sus votantes. Pero la pregunta que subyace es si la turbulencia pasó realmente. El problema estructural que tiene nuestro país no es sólo el déficit fiscal, sino principalmente la restricción externa. El gobierno nacional y buena parte de los analistas económicos desfilan por los medios de comunicación hablando del déficit fiscal, pero omiten una parte igual o más importante del problema. Este es la falta de dólares, no la de pesos. En todo período de crecimiento la economía incrementa su desbalance de las cuentas externas gastando más dólares de los que genera, presión que en algún momento termina desarmándose a través de una devaluación o, en el peor de los casos, de una crisis de balanza de pagos.
En 2017, Argentina gastó 30.000 millones de dólares más de los que generó exportando al resto del mundo, lo que equivale a un 5 por ciento del PBI. Sin embargo, esto estuvo más que compensado por la toma de deuda externa y por el ingreso de capitales financieros atraídos por una elevada tasa de interés y un tipo de cambio estable que garantizaban una ganancia extraordinaria en dólares. A su vez, el flujo de fondos financieros fue tan masivo que se logró un importante incremento en el nivel de reservas del BCRA.
No es posible desconocer que el incremento en la tasa de interés de los bonos a 10 años de la Reserva Federal de Estados Unidos generó una reversión en el flujo de capitales en países emergentes. Esto implicó salida de fondos en toda la región. La principal consecuencia fue el encarecimiento del dólar. No obstante, en Argentina se desencadenó una estampida contra el dólar, la liquidación de reservas y la suba en las tasas de interés, dejando al descubierto que el desequilibrio externo está más vigente que nunca.
Aunque tras haber superado sin sobresaltos la última renovación de Lebacs la situación parece haberse calmado, el terreno aún está inestable. Junio no tendrá solamente un tinte mundialista, sino que estará cargado de nuevos sucesos que pueden volver a presionar al tipo de cambio. En primer lugar, el 12 y 13 la FED podría definir un nuevo incremento de la tasa de interés de corto plazo. Esta situación incentivaría nuevamente a los capitales internacionales a virar hacia tierras más firmes y con mayor rentabilidad. Seguido a ello, el 19 vencen nuevamente las Letras del Banco Central, lo que podría, en caso de no renovarse, presionar al tipo de cambio. Por último, y un escenario sumamente pesimista, al día siguiente se darán a conocer los resultados de la calificación de MSCI, que en caso de mantenernos en la zona de frontera reduciría el ingreso de capitales (sin tener en cuenta que este resultado podría filtrarse previamente entre los principales fondos, implicando una salida más temprana de fondos).
Si bien esto último no debería suceder, la dependencia de la estabilidad macroeconómica al ingreso de capitales pone en evidencia la vulnerabilidad del modelo. En este marco, todavía resta camino por andar antes de preocuparse por las próximas elecciones presidenciales, pero en el medio se juega la convalidación del modelo económico. Frente a la eliminación de herramientas de control por parte del gobierno, una nueva salida de capitales que implique una mayor corrida contra el dólar dificultará aún más la ya inoperante política de desinflación y castigará aún más al consumo, dejando en evidencia un modelo que lejos de crecer, continuará estancado.
* Economista UBA.