¿En qué campaña está el Frente de Todos?
El lamentable espectáculo que acabó con el despido de Matías Kulfas, y lo que puede inferirse de su impacto social, llaman otra vez a preguntarse si lo que discute el Frente de Todos es de fondo o de formas.
06/06/2022 OPINIÓNEl lamentable espectáculo que acabó con el despido de Matías Kulfas, y lo que puede inferirse de su impacto social, llaman otra vez a preguntarse si lo que discute el Frente de Todos es de fondo o de formas.
Si es por la interna oficial, el Presidente resolvió rápido y bien la actitud intolerable de un ministro que jugó tras bambalinas (¿exclusivamente por las suyas?). Alberto Fernández preservó lo que quede de su relación con CFK.
Pero, de cara al interés popular, lo que sobresale es otra muestra de que el frente gobernante radica en un despelote que parecería sin remedio.
“La gente”, qué duda cabe, no estará leyendo sobre los vericuetos de volúmenes de caños, licitaciones ni demases. Observará que la interna no se detiene ni siquiera por unas horas, tras las transcurridas en relativa calma luego del acto por YPF.
El minoritario país politizado ya ingresó a “modo campaña”, desde algunas de las figuras que tienen expectativas electorales para un 2023 ya a la vuelta de la esquina.
Muy por el contrario, en las grandes mayorías sociales sólo rige que la única campaña (efectiva) posible consiste en si podrán sujetarse los precios de una economía que, precisamente, si algo no tiene es precios.
Ésa es la referencia, cuando se intenta evaluar el costo de un producto, el cálculo de cuotas, lo que ocurrirá con las tarifas, el “valor” de servicios o cosas ligadas a perspectivas con el dólar, etcétera: “No se sabe, no hay precios”.
Por otra parte, según admite el propio establishment de actores de poder en general, los grandes índices económicos muestran una recuperación sostenida en sectores formalizados.
El frente externo de los pagos de la deuda en moneda dura, pública y privada, fue pateado para dentro de unos años sin que deje de representar una amenaza.
Y las paritarias corren de atrás al ahogo inflacionario. Pero, entre el cierre de las más importantes y las mallas de protección hacia abajo, no hay o no habría riesgos de estallido social.
Sí pasa que no terminan de articularse los números de las divisas entrantes y salientes, pese a cifras récord de exportaciones. Eso tampoco supondría problemas inmediatos extendidos, aunque ya están la crisis en varias provincias por falta de gasoil y las tensiones inevitables con el dólar si la inflación no decae y la brecha no se resuelve.
Lo cierto es que “la macro” va o semeja ir para un lado y el humor social, claramente, para el otro.
Entonces, el modo campaña de intenciones electorales ocupa un lugar que queda muy lejos del interés de “la gente”.
En el costado oficialista, sea que el Presidente se pone el casco verbal y acusa al Poder Judicial de no perseguir a los ladrones de guante blanco; sea que “a su izquierda” se reclama sacar al ministro de Economía y poner a alguien “más humano” y decidido (¿quién?); sea que se ensaye poner centro en el adefesio que es la Corte Suprema y la necesidad de ampliarla; sea lo que sea, con una inflación proyectada en derredor del 70 por ciento anual, o más, no hay modo campaña que valga para ningún oficialismo de ninguna parte.
La excepción sería que, al menos, haya un horizonte, constatable, de poder amortiguar este drama argentino. Y mundial, guerra mediante.
De ser por lo que pudiera implementarse en lo doméstico, habría que arrancar desde acuerdos políticos básicos en y desde la formalmente vigente alianza que gobierna.
Es cierto que el FdT parece roto sin retorno. Pero lo es también que numerosos funcionarios del ala kirchnerista permanecen en sus puestos, a todo nivel.
Eso, que debiera ser un signo de que la coalición todavía es “salvable”, resulta intrascendente al interior social profundo. Lo mismo ocurre con otros méritos que pueden adjudicarse al Gobierno. La inflación tapa o arrastra todo.
Veamos al respecto lo siguiente, sólo por ejemplo.
Unas últimas encuestas –de las más o menos creíbles, de diversos orígenes y tanto publicadas como reservadas– son demostrativas de que, por fin, una mayoría de argentinos juzga positivamente el programa de vacunación contra el covid.
No debería ser un dato menor, vista la brutal propaganda adversa que desató la oposición desde el primer momento de la pandemia.
Es imprescindible acordarse de que llegaron a hablar de vacunas rusas truchas, de virus soviéticos, de coimas exigidas a Pfizer (la comandante Pato arrugó al respecto; pero ya se sabe que las desmentidas jamás tienen el mismo impacto que el espectáculo inicial de las noticias falsas).
De postre, si se quiere, Elisa Carrió (23 de diciembre de 2020) denunció al Presidente, a Ginés González García y a Carla Vizzotti por “envenenamiento”, entre otras delicias.
El fiscal Guillermo Marijuan, meses después, solicitó desestimar la ridícula presentación de la ex diputada nacional, que tuvo amplio despliegue en los medios opositores. Carrió dijo que no quiso decir lo que dijo, ni lo que presentó en sede judicial, porque –arguyó– apenas citó “envenenamiento” como “acto de protesta” frente a la situación de los derechos humanos en Rusia.
¿Cuánto sigue registrado o considerado, en forma masiva, de esas barbaridades que supimos consumir?
Nada, podría decirse con seguridad, porque los balances políticos que hace la/una sociedad tienen memoria cada vez más corta.
Hoy, que el Gobierno haya salido eficazmente de la pandemia, reduciendo sus efectos sin perjuicio de decenas de miles de muertos que pudieron ser muchos más, del tembladeral ante lo desconocido, de lo que el virus significó en términos universales, no tiene ningún valor frente a las urgencias económicas.
Y no es práctico aducir que eso es injusto. Simplemente es. Así funciona. Tantas vidas salvadas, tantos efectos reducidos, en el mejor de los casos quedaron en el arcón de los recuerdos al contrastarlos con las franjas medias y bajas que sufren una inflación tremebunda.
De hecho, esas mismas encuestas, en modo verosímil, indican que el peronismo, kirchnerismo, progresismo, Gobierno o la variante descriptiva que fuere de lo que se entiende por oficialismo, siguen cayendo de manera continua en la imagen popular.
Más aún: algunos relevamientos gubernamentales, de los reservados, admiten que la caída ubica a sus principales referentes en pisos insólitos, inéditos, capaces de que la coalición “populista” pueda no entrar a una segunda vuelta de las urnas.
Por supuesto, lo que hay enfrente no presenta alternativa alguna y, si es por los cambiemitas incluyendo a sus miembros de la UCR que en lo gestual intentan diferenciarse de los Macri o las Bullrich, “técnicamente” se desconocen por completo sus propuestas de economía. Debería alcanzar con inferirlas. Carecen de misterio.
No lo dicen porque –hoy, siempre hoy, mañana no se sabe– todavía es vergonzante reconocer que volverían a hacer lo mismo que Macri pero más rápido. Larreta sí lo planteó, corrido por la derechización global. Habló de que no se tratará de los primeros cien días, sino de las primeras cien horas…
Para ladrar por derecha extrema tienen al sociópata que no para, o no pararía de crecer, entre variados segmentos. Justamente por eso, los medios cambiemitas están retirándole el protagonismo freakie porque el sujeto les muerde votos.
No ha sido de la noche a la mañana que Clarín y La Nación le descubrieron que usa pasajes aéreos de su condición de diputado para hacer campaña, ni que lo consideren el boludo de la semana, ni que se indignen porque hizo juicio al interpretar que lo calificaron de nazi.
Al fin y al cabo, todas fruslerías que no hacen al centro de la cuestión.
La hora de definirse los encontrará (mucho) más juntos que separados, sea que electoralmente vayan unidos o que se dibujen como opciones diferentes. Ni dudarlo.
Carlos Heller convoca a una síntesis provocativa, muy difícil de refutar. Te corren todo a la extrema derecha, para que después la derecha te parezca moderada.
Ambos, cambiemitas y libertarios (qué horror usar la segunda palabra, de sólo pensar en que correspondió a los emocionantes anarquistas de comienzos del siglo pasado) aprovecharán lo que no sabría resolver esta experiencia frentista en cuanto a acuerdos mínimos, elementales, para trazar el control relativo de la inflación y probabilidades esperanzadoras.
Si el oficialismo no quiere, no sabe o no puede resolver ese dilema, no podrá echarle la culpa más que a sí mismo.
Por Eduardo Aliverti