Entre objetos y museos, la memoria de Malvinas se ilumina contra el olvido

Algunos espacios como el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur en la exEsma, los museos que atesoran veteranos en sus hogares y en centros de exhibición comunitarios y un proyecto de investigación que indaga en los objetos de Malvinas como portadores de historias, le hacen mella al relato del olvido.

Algunos espacios como el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur en la exEsma, los museos que atesoran veteranos en sus hogares y en centros de exhibición comunitarios y un proyecto de investigación que indaga en los objetos de Malvinas como portadores de historias, le hacen mella al relato del olvido.

Desde el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur en la ex Esma hasta los museos que atesoran veteranos en sus hogares y los que colaborativamente edifican como centros de exhibición comunitarios, o un proyecto de investigación que indaga en los objetos de Malvinas como portadores de historias, la relación entre la cultura material e inmaterial en torno a las islas habita distintas memorias que dialogan y entretejen matices para comprender el movimiento que péndula entre la omisión, la soberanía y la épica heroica, una memoria que si bien se presenta fragmentaria coincide en hacerle mella al relato del olvido.

Sobrevolar los campos de batalla donde se libró el conflicto bélico iniciado en abril de 1982 es encontrarse con un museo a cielo abierto, dicen quienes lo han volado. El estudio sobre la distribución de esos elementos -municiones, restos de comida y de armamento- algún día podrá reconstruir otra escala de la guerra, esa herida que para muchos está poblada de relatos en disputa que se tensionan entre la narrativa dictatorial y la gesta heroica. Tal es así que, como dice Carlos Landa, arqueólogo, «la materialidad que quedó allí continúa algún tipo de combate».

Pero la memoria o la historia no sólo se aloja en el terreno y hay otras dimensiones complementarias por las cuales un fenómeno se puede abordar. Un abrelatas, un casco, un collar o una carta son materialidades que alojan esas memorias y funcionan «como nodos que entretejen historias», sostiene el miembro del Equipo Arqueologías Memorias, porque los objetos «en tanto producidos» dicen mucho sobre las relaciones sociales. «Los seres humanos vivimos por y a través de objetos».

Landa fue convocado por el historiador Sebastián Ávila para llevar adelante un proyecto sobre la relación entre memoria y objetos de Malvinas, entendiendo que «los objetos son mediadores y tienen poder de evocación». Junto a un equipo de arqueólogos, historiadores y documentalistas empezaron a entrevistar a ex combatientes a partir de los recuerdos que tienen con sus objetos. No son fusiles, no son armas: lo que ellos eligen es una carta, un casco, una foto, elementos marcados por un componente más afectivo que se activa para alivianar el dolor, como una forma de «poner en palabras cosas que tal vez están atrapadas en esos objetos, incluso, objetos de compañeros caídos».

En la cuenta de Instagram @objetos_memoria_malvinas, el equipo interdisciplinario comparte fragmentos de ese trabajo de registro que tiene como uno de sus ejes las entrevistas a personas que estuvieron en la guerra, sin distinción de su historia, rango o fuerza. «Cuando un ser humano cuenta una historia repite siempre lo mismo y encarar (la indagación) a partir del objeto descentra el casete y surgen cosas muy profundas, relatos minúsculos que contienen y los lleva a otras vivencias», explica Landa. Tomás Morrison, documentalista del grupo, suma: «Lo que permite la pregunta de los objetos es dimensionar en lo cotidiano, cómo era estar ahí».

«La memoria es fragmentaria y es creativa porque nadie recrea el pasado, uno le pone a eso que vivió en el pasado cuestiones que le pasan en el presente. Y el objeto es mediador de eso y los lleva a un lugar profundo». Si se fragmenta porque el pasado se recuerda en el matiz subjetivo de cada experiencia, ¿es posible identificar algún nodo común en estas memorias? «El compañerismo -responde Landa- . Más allá de la fuerza, de lucha por la soberanía, todos estaban ahí por el hermano y establecieron vínculos de compañerismo únicos, de amor y sacrificio por los otros». Un mate improvisado en una granada, es un símbolo potente del compañerismo y del objeto como construcción social.

Cuando regresaron del combate o en los viajes posteriores a las Islas, hubo una práctica generalizada entre los ex combatientes de traer algún objeto, como lo cuenta en una de las entrevistas de la iniciativa German Farías, soldado conscripto, que cuando regresó a Malvinas y llegó a su trinchera bajó y empezó a escarbar. «Quizá uno busque eso, busque lo que dejó, latitas, un Kolynos». Se fueron armando pequeñas colecciones personales y «la mayoría -cuenta Morrison- tienen espacios en sus casas vinculados a la guerra. Algunos, incluso, traen tierra» pero además «hay mucha autogestión de veteranos que arman sus propios museos con la idea de ´malvinizar´ y hacer memoria».

Si todo empezó en las paredes o rincones de sus casas, en una repisa, en otros casos la experiencia común llevó a muchos a compartir esas memorias materiales y crear espacios de exhibición en sus municipios o pueblos para compartir la causa y el dolor Malvinas: pequeños locales físicos alquilados con sus propios ingresos, el garaje de uno, la combi que compró otro. De un tiempo a esta parte comenzaron a emerger varias de estas iniciativas que se erigen como patrimonios de lo que fue la guerra.

Juan Rattenbach, historiador y secretario ejecutivo del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, identifica que «en los últimos diez años se pasó de un gran desarrollo de escalas, memoriales y monumentos a crear dispositivos museológicos y museográficos para las distintas comunidades a escala federal impulsadas por ex combatientes», desde Almirante Brown, Río Grande o Tandil

Uno de ellos es Fabián Abraham, que no se nombra como «ex» sino como combatiente porque «todavía seguimos combatiendo contra el olvido». Con sus compañeros armó el Museo Veteranos en Hurlingham, que reúne muchos de esos objetos «reales que estuvieron en la guerra»: cascos, borcegos, relojes, turba, elementos de aseo, cajas de municiones, hasta un asiento de Hércules, un fusil FAL y un cañón del Ejército que le prestaron las tres fuerzas por constituirse con personería jurídica. «La idea es malvinizar siempre de forma pacífica. No más a un conflicto bélico transmitiendo que la guerra no sirve para nada y desde la paz y la palabra», cuenta a Télam Abraham sobre este proyecto cuya pata medular son charlas en escuelas y un museo itinerante: una combi que él mismo se compró y con la que viaja por el país.

«La idea es malvinizar siempre de forma pacífica. No más a un conflicto bélico transmitiendo que la guerra no sirve para nada y desde la paz y la palabra»

«Hoy una ciudad por más chica que sea, tiene una plaza, una escuela, un monolito, un mural, un lugar que los homenajea. Hay más de 480 monumentos en todo el país que recuerdan a nuestros compañeros caídos o que tienen un vínculo con Malvinas», describe por su parte Edgardo Esteban, veterano de Malvinas y actual director del Museo Malvinas, el sitio que en 2014 buscó transformar la omisión museográfica oficial con un espacio centrado en la soberanía en el espacio de Memoria y Derechos Humanos para imprimirle a la causa Malvinas una lectura en clave de derechos humanos.

Ya no en la memoria de los veteranos sino como relato institucional, desde su creación el Museo Malvinas buscó acercar un discurso integral sobre la soberanía de Malvinas, atendiendo a su historia desde el siglo XIX, su geografía, su fauna, mostrando que Malvinas no empieza ni termina en la guerra. En palabras de Rattenbach, el museo buscó desde sus orígenes superar un contexto de «desmalvinización» de los años 80 y 90 «generar un re-enamoramiento de Malvinas».

«La causa Malvinas como tal y como sentimiento patriótico fue duramente atacada por la fecha del 14 de junio cuando se firma el cese de hostilidades entre las fuerzas armadas argentinas y las fuerzas reales británicas» pero la discusión de soberanía «no quedó anclada en junio de 1982. La guerra no impactó en la discusión de soberanía y hay que discutir Malvinas hoy, en tiempo presente», destaca.

«La causa Malvinas como tal y como sentimiento patriótico fue duramente atacada por la fecha del 14 de junio cuando se firma el cese de hostilidades entre las fuerzas armadas argentinas y las fuerzas reales británicas»

En esa discusión Rattenbach propone pensar en los «espacios marítimos de Malvinas, nuestros recursos naturales del Atlántico Sur, y de alguna manera cómo está posicionada hoy la Argentina para reclamar nuestra soberanía en el archipiélago partiendo de la suposición de que Malvinas es una causa nacional y de América Latina pero también internacional en contra del colonialismo».

En su opinión, «puede haber divergencias en cuanto a las interpretaciones de los acontecimientos dentro de la historiografía argentina pero lo que está en juego es la disputa de sentido con los dispositivos propagandísticos británicos», señala y distingue como «muy positivo» que «el Museo ha recibido delegaciones extranjeras, embajadoras, docentes universitarios, que han venido a indagar por qué las Malvinas son argentinas».

¿De qué modo dialogan todas estas memorias fragmentarias? ¿Cómo conversa la memoria que podría señalarse «oficial» difundida desde un espacio como Museo Malvinas con el patrimonio material que atesoran ex combatientes como objetos disparadores de memoria? «Hoy, en el año 2022, podemos decir que dialogan, no necesariamente institucionalmente entre sí, pero desde la creación del museo se han generado una gran cantidad de museos o de muestras de Malvinas impulsadas por ex combatientes».

Además de lo excombatientes con sus museos individuales o sus centros de veteranos que impulsan espacios para compartir desde la exhibición lo que representa Malvinas, el entretejido de estas iniciativas tiene otros actores de la sociedad que se propusieron rendir homenaje a quienes «lucharon por la patria», como Gabriel Fioni, en la ciudad de Oliva, Córdoba, artífice del Museo Nacional de Malvinas (Munam). Fioni tenía 12 años cuando se desató la guerra y quedó impactado por el sacrificio de esos hombres de carne y hueso. Durante diez años le escribió una carta a cada una de las familias para darles su agradecimiento. El museo está emplazado en una réplica de la proa del crucero ARA General Belgrano y es un símbolo de esa ciudad cordobesa. Nació con la donación que unas caponas de gala que le entregó la viuda de un capitán fallecido en combate, luego de una de las cartas que Fioni le envió.

Hoy el museo reúne un montón de objetos que representan y permiten reflexionar sobre el conflicto y los efectos, además de maquinaria militar y otros elementos portentosos. Sin embargo, explica Fioni, «no es un museo de la guerra; es un memorial que resguarda las historias de vida de quienes fueron a defender nuestra tierra y ello se ha convertido en un espacio respetado por propios y extraños».

El Munam, resume, «hace sentir con fuerza la calidez de esa tierra que debemos recuperar. El guión está marcado por la realidad de los objetos y por el silencio ensordecedor de las historias que guardan. Cada uno de los miles que allí se encuentran es patria, soberanía, reclamo, homenaje, valor, frío y hambre, es gloria y vida y también muerte. No seremos capaces de reclamar por nuestros derechos en cada rincón del mundo sino hemos construido antes una memoria colectiva que siembre en el corazón de cada argentino la necesidad de explotar en emoción cada vez que la Bandera Nacional llegue al tope del mástil y que inunde nuestros oídos aquella canción ‘Y ante el sol de nuestro emblema, pura, nítida y triunfal, brille ¡oh Patria!, en tu diadema la perdida perla austral´».

Fuente: Telam