Fragueiro y la libertad de expresión
En la ciudad de Buenos Aires, la calle Fragueiro está casi oculta en el barrio de Villa Luro, siendo una de las que lleva al estadio del Club Atlético Vélez Sársfield. En la ciudad de Córdoba, en cambio, es una de las arterias principales del centro-norte de esa capital
11/01/2021 OPINIÓNEn la ciudad de Buenos Aires, la calle Fragueiro está casi oculta en el barrio de Villa Luro, siendo una de las que lleva al estadio del Club Atlético Vélez Sársfield. En la ciudad de Córdoba, en cambio, es una de las arterias principales del centro-norte de esa capital, donde a lo largo de unos cinco kilómetros atraviesa y comunica barrios, y en Alta Córdoba se hace importante avenida y conecta una media docena de importantes barriadas.
Seguramente en algunas otras localidades algunas calles lleven el nombre de este hombre de la Confederación Argentina (CA) que fue importante a mediados del siglo 19 y del que hoy muy pocos tienen conocimiento. Lo que se explica -–y hoy es necesario–- porque Mariano Antonio Fragueiro (1795-1872) fue un hombre clave del país que pudimos ser y el que hoy somos.
Como enseña el destacado constitucionalista Jorge Cholvis, rescatarlo es decisivo por la vigencia de sus ideas en materia comunicacional. Comerciante, financista y ministro de hacienda de la Confederación Argentina -–que entre 1831 y 1861 fue la forma organizativa de la república que hoy somos–- Fragueiro fue figura fundamental de aquella confederación de estados soberanos que delegaban la política exterior y algunos poderes en el gobierno de Buenos Aires a cargo de Juan Manuel de Rosas, y que empezó con el Pacto Federal de 1831 entre Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, al que adhirieron dos años más tarde las otras nueve provincias entonces existentes. Y sobre todo fue precursor de una concepción de la libertad de expresión, o «de prensa» y específicamente «de imprenta» como se decía a mediados del siglo 19, que hoy tiene implacable vigencia frente al cretino concepto de «libertad de expresión» que con cinismo imponen los actuales mentimedios y sus heraldos de plastilina.
En su libro «Cuestiones Argentinas» (de 1852), Fragueiro definió a la «Libertad de Imprenta» como el medio o instrumento esencial para la trasmisión de ideas. Cuatro siglos antes, el invento de Gutenberg se había convertido en esencial para el acceso a lo que ahora llamamos «libertad de expresión», y para Fragueiro las imprentas debían ser «del Estado a fin de protegerla contra los abusos del egoísmo: procuramos destruir el absolutismo de los empresarios, redactores, editores y gerentes de los periódicos, que bajo de estos nombres anónimos ejercen un poder señorial sobre los productos del talento. La imprenta, siendo un verdadero poder moral, una potencia social, no debe dejarse al interés personal. Este poder, como el del crédito, el de la justicia y demás debe organizarse en sentido del interés general, que es el interés del pueblo». ¿Le suena esto a l@s lector@s?
El notable cordobés sostenía que la imprenta -–entonces instrumento de acceso a la «libertad de expresión»–- «emancipada del capital y de los intereses particulares, será la tribuna en que el pueblo hable al pueblo, será la redacción de los intereses generales para instruir al público». Denunciaba además que «la imprenta, como está hoy en la Confederación Argentina, tiene más restricciones que las que proponemos». Entre ellas, «la que contiene al escritor en ciertos límites, por temor a incurrir en las penas»; también «la restricción del capital, porque el pobre, el que no puede pagar la impresión, no puede publicar». Y finalmente condenaba «la restricción de los empresarios, editores y redactores, que no consentirán la impresión de ningún escrito contrario a sus doctrinas».
Fragueiro luchaba por no «coartar la libertad de imprenta, sino ensancharla, dando protección a las capacidades pobres, que no pueden luchar con el capital. Estimamos de tanta importancia los productos de la inteligencia, que deseamos que ninguna idea útil quede sin manifestación por falta de medios para publicarla».
Cabe resaltar que el marco político de sus posiciones era un país que se desangraba por organizarse, y acabó organizándose de pésima manera, como hoy sabemos. Baste recordar que tras la batalla de Caseros, en 1852, el entrerriano Justo José de Urquiza invitó a todos los gobernadores a una reunión en San Nicolás de los Arroyos, donde fue nombrado Director Provisorio de la Confederación Argentina y se convocó a un Congreso General Constituyente en la ciudad de Santa Fe. De ahí salió la Constitución de 1853, hoy vigente a pesar de traumáticas circunstancias, y de cuya convención constituyente Buenos Aires no participó por decisión de Bartolomé Mitre, quien auspició la creación y secesión del Estado de Buenos Aires.
Mitre entró en guerra contra la Confederación que presidía Urquiza, que fue el primer presidente constitucional argentino (1854-1860). En las Batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861) el triunfo militar fue de las tropas confederadas. al mando de un Urquiza al que todavía la Historia no juzga porque fue insólita y políticamente neutralizado por Mitre, quien logró acabar con la Confederación e inició la implacable hegemonía de la oligarquía liberal instalada en la ciudad de Buenos Aires. Y además se adueñó -–hasta hoy–- de la aplicación y control de la Constitución del 53 en todo el territorio, incluso desplazando a otro cordobés, Santiago Derqui, que fue el segundo presidente de la Confederación pero sólo 15 meses, forzado a renunciar después de Pavón. Asumió la presidencia, claro está, Mitre.
Este apretado resumen histórico puede que sirva para comprender, hoy, la esencia de los principios sostenidos por Fragueiro hace 160 años. Los que, aunque las tecnologías cambiaron todo, siguen vigentes. Y sobre todo la actual hiperconcentración que no sólo es antidemocrática sino, peor, deformadora del pensamiento y la expresión libre del pueblo. Y deformaciones que la Argentina sufrió especial y sanguinariamente desde los golpes de estado de Junio y Septiembre de 1955, y desde los condicionamientos a Alfonsín, las corruptelas menemistas y las vías siempre chuecas para quedarse con todo: el cable, las licencias, la telefonía y toda posibilidad de comunicación democrática y controlada por el Estado. Cierto que la ley de Medios abrió camino a un sistema mixto, pero lo hicieron papilla. Y así ahora se ordena una red de fibra óptica (que todavía no arranca) y la verdad es que no tenemos sistema ni ministerio ni política explícita de Comunicación y estamos frente al mundo menos que en pañales, en pelotas. Hoy son los mentimedios que defienden intereses espurios los que de veras parecen gobernar.