La estrategia de vincular a las Pymes con trabajadores de la economía popular

Con la reactivación económica en la salida de la pandemia, los movimientos populares prueban modos de subir a sus trabajadores a la rueda de la producción. Una de las iniciativas en debate es relacionar a sus cooperativas con pequeñas y medianas empresas.

Con la reactivación económica en la salida de la pandemia, los movimientos populares prueban modos de subir a sus trabajadores a la rueda de la producción. Una de las iniciativas en debate es relacionar a sus cooperativas con pequeñas y medianas empresas. En esta nota, un empresario Pyme y los cooperativistas cuentan la experiencia.

La empresa Envadec, dedicada a la fabricación de bolsas y envases flexibles, trabaja desde septiembre con una cooperativa de recicladores de la economía popular. La experiencia pone a prueba una estrategia –por ahora más un deseo que una realidad– de vincular a las pymes con las trabajadoras y trabajadores de los movimientos populares, aprovechando la recuperación económica en la salida de la pandemia.¿Puede llegar a funcionar? Se trata de un debate abierto, que recién empieza. Y que en este caso, además, se toca directamente con la ley de envases.

La cooperativa

La cooperativa trabaja en un galpón de Somos Barrios de Pie, en Tres de Febrero. Unas pocas cuadras más allá empiezan el cinturón del Ceamse y los asentamientos de la cuenca del río Reconquista: Puerta 8, Costa Esperanza.

El galpón está a tope bolsones de obra, bolsones llenos de plásticos que fueron envoltorios de packs de cerveza o gaseosas. En alguno todavía se ve una etiqueta: Quilmes, Pepsi, Gatorade. Todas marcas de grandes empresas. Hay también plásticos que empacaron cartones de cigarrillos o medicamentos.

Sentada en la cúspide de un bolsón, a dos metros del suelo, Milagros Campos toma un plástico y le quita una etiqueta. Le saca además cualquier otra cosa –hilos que ataron el paquete, por ejemplo– hasta dejar nada más que el material original. Usa sólo las manos y a veces una trincheta. Terminado el trabajo de separación, un camión pasará a retirar el plástico limpio. La cooperativa recicla así 10 toneladas por semana.

Este trabajo de hormiga es realizado por doce personas. Todos se consideran con suerte de estar en la cooperativa. ¿Por qué? Por la seguridad de que van a cobrar según lo trabajado, y a fin de mes el plan Potenciar. ¿Viven con ese ingreso? Indudablemente no, no les alcanza. Lo que ganan araña el salario mínimo. Sin embargo, en este momento incluso eso es un privilegio. “Tenemos mil compañeros que nos están pidiendo entrar. Y en la cooperativa los números nos dan sólo para 12”, señalan.

Hablar de la experiencia con sus protagonistas –el dueño de la PyME y los trabajadores– es remover prejuicios instalados. Por empezar el que supone que el que cobra un plan social no trabaja.

Porque en realidad los trabajadores de la economía popular hacen más de una actividad para vivir. Especialmente las mujeres. En la cooperativa trabajan de lunes a viernes, de 8 a 17, y a la salida siguen.

Milagros, por ejemplo, es madre de dos nenas. “Las dos todavía usan pañales”, cuenta sobre las dificultades económicas. Por eso la mamá de Milagros, que cuida a las nenas mientras ella va al galpón, prepara tortas y pastafrolas que Milagros va a vender a una feria, después de su primer trabajo.

Otro caso: Claudia, su compañera de trabajo, en el tiempo que le queda libre junta cartones. Los acumula en la casa, lo que pueda cada día, porque los va buscando mientras hace alguna compra. Cuando puede, también sale a caminar un poco para ver qué encuentra en la calle. Cada tres o cuatro semanas ya tiene suficiente para venderlo a un depósito. El viernes pasado así ganó 2600 pesos. Una entrada más

Con variantes (hacer pizzas y empanadas por encargo, vender ropa, limpiar casas) esa es la situación de la mayoría.

La PyME
Nicolás Runca es el empresario PyME. Él no está en el galpón –la fábrica queda a unos dos kilómetros de acá– pero más tarde habla con Página/12.

“Nosotros somos fabricantes de envases flexibles y usamos como materia prima materiales reciclados”, explica. “Con la pandemia veníamos consiguiendo pocos insumos, incluso llegó un momento en que tuvimos que pasar a producir con insumos de peores calidades. Por eso tuvimos la necesidad de trabajar materiales más complejos, que por lo general no son reutilizados y a los que la mayoría de las empresas le escapan porque requieren de muchísima mano de obra. Era una cuestión productiva”. “Hicimos una experiencia de recuperar ese tipo de plástico en nuestra planta, pero no nos fue bien. No teníamos el espacio para trabajar con protocolos, ni el personal, no lo sabíamos hacer. Se nos juntaron toneladas de material. Por eso salimos a buscar a quién encargarle el trabajo”.

La PyME compra rezagos industriales a terceros, a empresas que se dedican a retirarlos de las grandes fábricas. Mandan esos rezagos a la cooperativa. Finalmente retiran los plásticos separados, listos para reciclar.

Runca dice que no supieron que la cooperativa era parte de un movimiento popular hasta después de un tiempo. A su modo de ver, la presencia de la organización, a pesar de su rol sindical, no es necesariamente un punto en contra. “Nos da previsibilidad, en el sentido de que sabemos que van a cumplir con la producción comprometida”.

Oficios
Otro prejuicio extendido dice que los trabajadores de la economía popular son «inempleables». En realidad, lo que más se ve es que son muy jóvenes –por eso este es su primer trabajo– y que los mayores tuvieron trayectorias laborales interrumpidas, que incluyeron trabajos industriales.

Martín Benítez (35 años) es el encargado de la cooperativa, su líder en todo sentido: el que enseñó a los demás e hizo el contacto con la PyME. Martín empezó a cartonear con su papá a los 10 años. “Cirujeábamos”, dice, usando una palabra de esa época.

Pero el padre no fue cartonero solamente. Si se pregunta más sobre su historia, resulta que además de ciruja en otros momentos históricos fue obrero metalúrgico, soldador y chofer de larga distancia. Se volcó al cartón en los picos de crisis, cuando quedaba desocupado, y especialmente después de 2001. También Martín, que tuvo como primer trabajo el cartoneo, fue operario industrial, en una fábrica de pinturas y adhesivos. Y estuvo trabajando ahí 13 años. El reciclado es el oficio que nunca perdió, al que volvió y que mantuvo: es entendible, porque es casi la única actividad en la que se puede trabajar sin capital y sin patrón, y empezar de inmediato.

“Estuve en los galpones del Ceamse, donde nos enseñaron a identificar los plásticos, quemándolos, a distinguirlos por olor. Venía a capacitarnos gente de Venezuela y de Colombia”, cuenta. También trabajó en cooperativas cartoneras de CABA, siempre con su papá. E intentó abrir su propio negocio en el rubro, pero se fundió. Dice que cree en el reciclado “porque se puede desarrollar. Lo ví, ya se hizo en otros lugares. Está todo por hacer”.

Tercerizados
Su comentario deja a esta nota en las puertas de otra cuestión, que es la de romantizar a la economía popular, creyendo que va a crear otro tipo de trabajo o de lazo social, que va implicar menos explotación, por sí sola.

¿Cuál es la polémica en esta línea? Que terceriza el trabajo, y se sabe que la tercerización implica la pérdida de derechos laborales. El trabajador gana menos, está más expuesto a producir a destajo, y el uso de planes puede fijar un piso de salarios privados más bajos.

Por otra parte, en este nivel de actividad, de subsistencia, rige una ley de la selva potenciada. De movida no son actividades que se autosostengan. Los trabajadores, sueltos, la pasan mal. En este caso, Somos Barrios de Pie paga el alquiler del galpón, que resultó clave porque sin espacio no se puede hacer el trabajo. El movimiento popular es también un lazo con el Estado para la gestión de los planes, que funcionan como complemento de los ingresos. Y sin dudas, tiene la tarea de pulsear para que el trabajo adquiera derechos.

¿Podría la cooperativa ser más productiva, mejorar las pagas, incorporar más trabajadores? En este momento les falta capital para poner una línea eléctrica en el galpón, que les permita usar maquinarias. Y claro, luego las maquinarias mismas. No tienen acceso al crédito, lo que les queda es pensar en algún aporte del Estado.

“Como PyME entendemos las dificultades que tiene la cooperativa, por ejemplo la demora para descargar un camión, y no exigimos más de lo que pueden dar. Por otro lado vemos que ponen el lomo, que no es poca cosa, porque todo ese trabajo que hacen, si tuvieran equipos, un autoelevador, una prensa, sería muchísimo más eficiente. Tendrían una ganancia mayor y podrían encarar otro tipo de actividades”, apunta Runca.

Asegura que “la experiencia funciona y tiene mucho para crecer porque acá trabajamos con 150 toneladas de insumos por mes, sólo nosotros, y la cooperativa hoy separa 10 toneladas. Otro buen punto es que podemos procesar materiales que nadie viene procesando, materiales que se desperdiciaban. Hoy mucho de eso va al relleno sanitario, y por eso es especialmente interesante recuperarlo”.

Fuente: Página 12