La hora de los clubes de barrio

En este comienzo de año pletórico de novedades –claras señales del nuevo rumbo del país– y en medio del saludable replanteo de la cuestión agropecuaria y las mentiras mediáticas sobre latifundios y producciones, el mundo del que somos parte vuelve a ser escenario de la locura imperial.

En este comienzo de año pletórico de novedades –claras señales del nuevo rumbo del país– y en medio del saludable replanteo de la cuestión agropecuaria y las mentiras mediáticas sobre latifundios y producciones, el mundo del que somos parte vuelve a ser escenario de la locura imperial. Señal de debilidad antes que de fuerza, están provocando lo que puede ser otra guerra casi mundial en Oriente Medio. En tal contexto puede parecer extraño que aquí en la tierra como en el pobrecito cielo argentino nos ocupemos de una cuestión tan doméstica como trascendente: la situación de cientos de miles de compatriotas que frente al desmadre resultante de cuatro años de macrismo se preguntan, cada noche y cada mañana, cómo seguir sosteniendo la vida comunitaria y la paz y la educación cívica que es imprescindible enseñar a millones de chicos y chicas de todas las edades y en todo el país.

Me refiero a los clubes de barrio, esas instituciones que siendo tan argentinas, y de y para todas las clases sociales y todas las prácticas y convivencias, están hoy más en peligro que nunca antes. Lo que amenaza su función generosa y patriótica, probada a lo largo de más de un siglo.

Y es que puede decirse que la vida argentina, durante generaciones y por lo menos todo el Siglo 20, giró en torno de ese tejido maravilloso de instituciones barriales, comunitarias, deportivas y sociales, que tuvieron (y algunas todavía tienen) sus bibliotecas y sus campos de deporte, sus salas de juegos de salón, sus bares y cafés, sus billares y su mundo de risas y alegrías para celebrar cada fiesta patria, cada fin de año, cada festejo de sus socios.

Hace muy pocas semanas terminó el «Primer Relevamiento y Mapeo de Clubes de Barrio de la Argentina», iniciativa de la Universidad Nacional de Avellaneda y el Observatorio Nacional de Clubes de Barrio y Afines (Osecba), entidad ésta fundada a fines de 2016 para resistir las políticas de desguace de este tipo de instituciones populares por parte del macrismo. El trabajo contó con la participación de dirigentes de la Confederación Argentina de Clubes de las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Mendoza, Tucumán y Buenos Aires.

Ambas instituciones se unieron para realizar una primera encuesta para conocer el estado y las acciones de las entre 15 y 20 mil instituciones autoreferenciadas como clubes de barrio que hay en toda la república. Para ello enviaron un cuestionario a 6.780 clubes (de los cuales 2.844 porteños y bonaerenses, y los otros 3.936 situados en las 23 provincias encabezadas en número por Santa Fe y Córdoba). Y es que no hay provincia, ciudad o pueblo donde no existan una o más instituciones de todos los tamaños, cantidad de asociados y actividades deportivas, sociales, culturales. Se calcula que en ese universo trabajan unos 300 mil dirigentes (la inmensa mayoría ad-honorem) que garantizan el funcionamiento de esos clubes en los que diversas estimaciones coinciden en que habría un mínimo de ocho millones de personas que realizan actividades deportivas y otras cuatro millones nucleadas para actividades sociales y culturales. Como coincidieron Jorge Calzoni, rector de la Unav, y Cristian Font, presidente de Osecba, «son más de 20 mil los clubes de barrio que hay en Argentina y por los que pasan más de 16 millones de personas que realizan algún tipo de actividad social, cultural o deportiva».

Los primeros resultados de la encuesta son impactantes. Entre ellos:

* La participación de varones en los clubes es del 64,71% y de mujeres del 35,17%, siendo el pequeño resto de otros géneros. Y lo más asombroso es que la mayoría de los participantes de las actividades (casi el 70%) son jóvenes de 10 a 19 años (30%), niños/as de hasta 9 años (21%) y adultos jóvenes de 20 a 29 años (18%).

* Las actividades que se practican son mayoritariamente fútbol (53%), seguido de «otro deporte» (28%) y del básquet (8%). Luego hockey, artes marciales, voley, natación, handball y box.

* Es interesante destacar que el 73% de los clubes presta sus instalaciones a instituciones estatales como escuelas, hospitales, bibliotecas, municipios, y en el 91% de los casos gratuitamente. Y mientras que desde el punto de vista institucional sólo el 32% de los clubes tiene personería en regla, el 68% la tiene en trámite.

El gran problema de los clubes de barrio, en todo el país, es que durante los últimos cuatro años el gobierno macrista no quiso reglamentar la Ley Nacional de Promoción de Clubes de Barrio y de Pueblos –la 27.098, votada por unanimidad en ambas cámaras del Congreso y promulgada en enero de 2015– y en cambio promovió la creación de sociedades anónimas deportivas, polo opuesto de la red de contención social que es todo club de barrio. Como resultado, y castigo, hoy miles de clubes tienen enormes deudas por no pagar luz, agua y gas, lo que deja a muchos a un paso del cierre.

«Hace menos de 20 años la película Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella, conmovió a la Argentina precisamente por la identificación que todos los públicos sentimos ante la amenaza de cierre de aquel club –me dice Esteban, veterano dirigente de un club barrial chaqueño, entre dolorido y furioso–. Bueno, aquello fue un poroto al lado del destino que nos amenaza hoy, en 2020, a por lo menos la mitad de los 20 mil clubes que tenemos deudas de 250.000 pesos para arriba y no sabemos cómo afrontar».

Ya en Septiembre pasado Juan Brieva, dirigente de Osecba, había anticipado una Confederación Argentina de Clubes, que hasta entonces nucleaba clubes de 15 provincias, unidos no sólo por los comunes problemas de tarifas sino porque «la realidad es que nosotros no queremos tener empleados en negro, pero nos tratan como una sociedad comercial», y sobre todo lo impositivo «es un costo enorme, cuando se cobran cuotas de 50, 70 o 100 pesos con lo que resulta imposible tener todo en regla». Y encima «la gente no paga las cuotas, pues lo primero que se recorta son las cuotas para deporte y cultura».

Está claro que lo que los clubes piden es que se reconozca el impacto de la crisis social en las finanzas institucionales. Los costos altísimos en artículos de limpieza, seguros, equipos para deportistas, viajes y trofeos, se suman a las tarifas delirantes de luz, agua y gas. En contrapartida, reclaman dimensionar cuánto aportan los clubes a la economía y, sobre todo, a la paz social. Porque si algo contiene a cada nueva generación son los miles de clubes que hay en todas las ciudades y pueblos del país. Un tesoro que no debe ser desprotegido y que, al contrario, hay que apuntalar. Y eso es tarea del Estado.

Por Mempo Giardinelli

Fuente: Página 12