La Marcha que jamás se detuvo
Con el cambio climático todo puede trastrocarse. Antes de dicha catástrofe, el otoño era la mejor estación del año en Buenos Aires. Abundaban días como el de ayer: con sol que entibiaba de lo lindo y fresco disponible a la sombra.
25/03/2019 OPINIÓNCon el cambio climático todo puede trastrocarse. Antes de dicha catástrofe, el otoño era la mejor estación del año en Buenos Aires. Abundaban días como el de ayer: con sol que entibiaba de lo lindo y fresco disponible a la sombra. Ciertos árboles porfiaban en mantener el follaje verde. Otros se amarilleaban, deshojándose.
A las dos de la tarde otoñal-porteña, en la Plaza de Mayo hacía calorcito. Las columnas demorarían en llegar, algunas agrupaciones o partidos habían colgado, preventivamente, pasacalles o zepelines.
Corría la primera hora, una muchedumbre de personas no encuadradas caminaba por la plaza. Una mujer de 30 (máximo) con un pañuelo verde atado al antebrazo llevaba de la mano a su hijita, onda tres años y con pañuelo blanco en la cabeza. La vasta policromía de los pañuelos fue una de las novedades de ayer. Blancos, como siempre. Verdes, en cantidad jamás vista antes de 2018. Más los naranjas o violetas.
La Poderosa copa la escenografía, he ahí un clásico acunado en este siglo. Afiches, pasacalles, un kiosco a media cuadra de la Catedral, dedicado al “Control popular a las Fuerzas de seguridad”. “La comunidad al servicio de la comunidad”, “un grupo de vecinos y vecinas” propone y facilita denunciar actos de violencia institucional.
Las policías Metropolitanas y Federal no se dejan ver, no alardean, no “saturan” el espacio. Mejor así. Nunca se puede saber del todo por donde andan los services de inteligencia del Estado, maestros en ocultamiento. En una de esas están auditando “Animales Sueltos” o se tomaron franco por ser domingo.
El torrente humano fluye sin cesar, se riza, repleta las calles, llena los bares. Al cronista se le da más pensar en otros 24 de marzo ulteriores a 1983 que en el de 1976. Pero alguna remembranza llega.
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Como cualquiera, uno estaba pegado a la radio el 23 de marzo. Se sucedían reuniones en la Casa de Gobierno, luego se sabría que para demorar el golpe o disuadir, in extremis, a “los milicos”. Lorenzo Miguel, el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, salió de la Rosada y dijo algo así como que todos podían irse a dormir en paz. Los textuales no importan ni habrán sido memorables. “Lorenzo” era lacónico, monosilábico a veces, unimembre otras, autor de frases de veinte palabras cuando estaba locuaz. No se sabe si macaneó, consoló o “lo durmieron”. Lo cierto es que al día siguiente estaba preso.
Los secuestros habían recrudecido en esa semana. Los recordatorios que se publican en PáginaI12 dan debida cuenta. Amanecido el 24, la radio y la tele eran pura cadena oficial con tono marcial y música castrense. Había que escuchar radio Colonia para enterarse de “algo”. Este cronista tenía 27 años. Según su ojímetro, la mayoría de los participantes de ayer no había nacido.
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Cuatro generaciones aplauden mientras pasa la gran bandera con fotos de los compañeros y compañeras detenidos desaparecidos. “El pueblo las abraza”, los cánticos acarician a las Madres y Abuelas. No se olvidan de los represores: “como a los nazis les va a pasar…”.
Podría pensarse que las marchas tejen una cinta sinfín que comenzaron poquitas Madres, sumaron militancia a medida que transcurría la dictadura. En 1996 aconteció un cambio cuali y cuantitativo: desde entonces siempre confluyó una multitud, conformada por gente habituada a movilizarse y otra que se iniciaba en esas lides.
Todas las reivindicaciones, todas las protestas, todas las demandas al sistema democrático buscaron eco en los 24 de marzo. Son clamores por memoria, verdad y justicia mirando al pasado, al presente y al futuro. La escena se reproduce en centenares de ciudades, en todo el país. Habría que sumarlas para cuantificar debidamente la magnitud de la jornada. Un dron ahí, por favor.
Las recordaciones se incrementan, según pasan los años. En uno de esos encuentros, en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, una mujer lleva una pancarta, caserísima. De un lado las fotos de dos estudiantes desaparecidos en el ‘76, del otro la imagen de Milagro Sala y el reclamo por su liberación. Las luchas continúan, se entrelazan, se resignifican.
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Quince años atrás el presidente Néstor Kirchner ordenó “bajar los cuadros”. También abrir las puertas de la ESMA que se mantenía blindada para la ciudadanía, detalle que se olvida. El simbolismo acompañó políticas de Estado, institucionales a carta cabal: convalidadas por el Congreso y el Poder Judicial, incluida la Corte Suprema. Se fulminaron por inconstitucionales las leyes de la impunidad arrancadas por la fuerza al presidente Raúl Alfonsín y los indultos dictados monárquicamente por el presidente Carlos Menem.
Kirchner no profirió bravatas “gratis”: se concretó un salto de calidad democrática. Jamás las víctimas apelaron a la violencia, cometieron vendetta. Su palabra pesó en los juicios pero nunca fue la única prueba.
Por eso, Kirchner es odiado por la derecha argentina, que no olvida, no perdona, no cambia su ideología ni los pilares de su programa económico perenne. Ni confiesa los crímenes que cometió, instigó o encubrió. Expresiones usadas en sentido penal, estricto. O en sentido político, más genérico.
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Afirmaciones de identidad, columnas que “se miran de reojo” para medir quién convocó más. Mensajes que se reiteran: las colectividades recordando a sus víctimas, quienes querellan contra “los crímenes del franquismo”, representantes del movimiento de mujeres por todas partes. El año pasado fueron dueñas del espacio público y van por más.
Una bandera con ilustración dividida en mitades convoca a un cambio de etapa, está “fechado” ahora. Encabeza una columna, expresa a la CTA Autónoma y a la CTA de los Trabajadores, juntas. La consigna común estampada: “La unidad es el camino”. Las divisiones del campo popular, evoca salvando las distancias el cronista, facilitaron el golpe del ‘76.
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Crónicas como ésta glosan las Marchas desde hace una bocha de años. Uno se manifiesta como tantos y goza del privilegio de poder contarlo. Suele dedicarle unas líneas a la oferta gastronómica, ayer dominada por la carne, los embutidos y las empanadas, dejando un espacio minoritario para la “comida vegan”. ¿Será el mercado quien determina la asimetría? ¿O se deberá a decisiones libres de los emprendedores? Vaya uno a saber.
Una lectora habitual de este diario se presenta como tal y le pregunta al cronista si ya comió algo de carne con pan. La respuesta es negativa aunque el escriba (ad)mira unos sangüiches de una suerte de guiso de bondiola con fideos. Un poema callejero. Piensa en el sobrepeso, el colesterol y el enchastre colosal que puede hacerse. Lo deja para el año que viene, esperando que haya un gobierno nacional, popular y respetuoso de los derechos humanos en la Casa Rosada. Si eso ocurre, tal vez sea buena ocasión para clavarse el sanguche.
Por Mario Wainfeld