La quimera de la transición
No hay nadie en la Argentina que se atreva a augurar un futuro exitoso para el gobierno de Macri. Tal vez si le preguntan a Alejandro Rozitchner puede ser, pero hablamos de gente que interactúe más o menos razonablemente con la realidad.
13/08/2018 OPINIÓNNo hay nadie en la Argentina que se atreva a augurar un futuro exitoso para el gobierno de Macri. Tal vez si le preguntan a Alejandro Rozitchner puede ser, pero hablamos de gente que interactúe más o menos razonablemente con la realidad. El presidente y la coalición que lo sostiene han entrado en una franja de evidente descomposición política; no hay un solo pronóstico positivo en materia de inflación, salarios, ocupación, balanza comercial, crecimiento industrial. Nada de nada. La política de la mentira y la manipulación toca su límite.
Hay algo en la escena política a partir de los últimos días que adelanta, o por lo menos insinúa, un corrimiento táctico de algunos sectores del poder. La explosión de los cuadernos Gloria parece tener algo que decir en esta cuestión. La puesta al rojo vivo de la vieja cuestión de los negocios espurios con la obra pública no puede dejar de ser observada desde un punto de vista distinto de la alharaca mediática: ¿nada menos que la relación entre el estado y las empresas de la construcción es lo que está en el centro de la escena?, ¿en medio del gobierno de una persona de apellido Macri? La verdad es que el gobierno estaba necesitando como el pan algún asunto que lo sacara de la asfixia discursiva y política: ¿cuánto tiempo podría el presidente pasar llamando a conferencias de prensa en medio del derrumbe, en las que sus frases no pudieran pasar el nivel del célebre Chance de la novela “Desde el jardín” de Koszinsky? Hay que reconocer el mérito del ejército de manipulación psicológica que, según es fama, dirige Durán Barba. Pero la mentira puede jugar un papel en un proyecto de dominación hasta un cierto límite. Necesita, tarde o temprano, de algún elemento material y real que le provea cierta legitimidad. Menem hizo una contrarrevolución neoliberal en la Argentina y logró revalidarse y ser reelecto; pero Menem contó con un conjunto de condiciones precariamente favorables. Tenía un sector público de la economía que liquidar a cambio de la apertura de la canilla del endeudamiento. El proyecto (el saqueo) duró todo el tiempo que la canilla se mantuvo abierta. Después voló por los aires, en las lamentables manos de De la Rúa y la primera alianza.
Macri no tiene promesas que hacer a la sociedad argentina. No se puede llamar promesa a decir que los argentinos gastamos más de lo que producimos, que hay que gastar menos y producir más. Todo el mundo sabe que cuando escucha en su familia decir una frase así se vienen tiempos terribles. Políticamente la frase equivale, como además se dice enfáticamente, a borrar siete décadas de historia. Pero no es solamente la historia argentina que empieza con el primer peronismo. Es borrar la historia del mundo después de la segunda guerra mundial. La historia del estado social, la historia de los derechos laborales y sociales, la historia de la promesa de que los hijos vivirían mejor que los padres. La memoria no se suprime por una conferencia de prensa.
He aquí que el chofer de un ex funcionario público irremediablemente kirchnerista llena de palabras un montón de cuadernos, los difunde a través de un periodista y después los quema, o cree haberlos quemado. El heroico periodista luce como el autor de la investigación. ¿Qué investigación? Lo que siguió -en el momento en que los autores de la operación consideraron oportuno- fue un operativo infernal, de estilo nazi. Muchos presos, muchos “arrepentidos” (ninguno de los cuales se arrepiente tanto de su conducta como de su relación, real o supuesta, con Néstor y Cristina Kirchner). Todo apunta a la prisión de Cristina Kirchner, el móvil principal por el que viene trabajando el establishment argentino y sus referentes globales por lo menos desde principios del año 2008. Hasta aquí todo bien para Macri. Porque hay otro tema del que hablar, sin tener que explicar la caída de la industria, la caída del salario, la caída del empleo, la subida de los precios, la subida del dólar. Más aún algún comentarista económico eufórico por la buena nueva ha escrito (dónde, si no en Clarín) que la economía argentina ha entrado en una zona problemática a causa de la falta de confianza internacional que provocan ¡los cuadernos del remís!. Sí, adivinó el lector, lo sugiere Bonelli en su columna semanal, el mismo que llamaba a confiar en Cavallo, en De la Rúa y en el FMI allá por los finales de 2001.
Macri participa de la euforia, pero hasta cierto punto. Sabe que no es lo mismo el operativo clamor contra Cristina que su suerte en el futuro inmediato. Encuentra que hay más de uno que se prueba las ropas que va a dejar. Que ha aparecido un nuevo relato en esta Argentina tan relatada. El nuevo relato se quiere parecer a uno viejo que ocupó el centro de la escena en medio del derrumbe de la primera alianza. Dice así: hay un solo enemigo y es la corrupción. Los políticos (todos) agitan falsas banderas para justificar sus injustificables ingresos. Hablan de proyecto nacional y popular, de reivindicaciones sociales. Pero no sólo eso, también hablan de cambio, de transparencia, de pobreza cero… Hay que salir de los gobiernos “ideológicos”. Hay que construir un centro político de naturaleza moral y de pericia técnica. Ese centro político tiene que guiar una transición. Es necesario formar un “gobierno de transición”, un “gobierno técnico” como usaba la política italiana antes de que los italianos castigaran despiadadamente en las urnas a su clase política. Hay que encontrar la figura que encarne ese gobierno que esté por encima de la política. Son muchos los candidatos. Puede ser cualquiera, lo único imprescindible es que no tenga sospechas de cercanía con Cristina Kirchner. Y cada vez es más difícil que tenga chances alguien que forme parte de las cercanías de Macri.
Por ahora, es decir mientras las variables económicas se mantengan dentro de un penoso y descendente control, los promotores de la “transición” aceptan que hay que seguir apostando a que el gobierno de Macri se mantenga como pueda. Es necesario ocultar la presencia de su familia en el centro de los supuestos delitos que mencionan los incinerados cuadernos. Es necesario contar la historia de las irregularidades público-privadas con la obra pública como si el apellido Macri no figurara en ella. Como si hubiera otra forma de explicar la fortuna acumulada por el clan que se identifica con ese apellido.
Pero todo esto es provisorio. Durará lo que dure el orden político en el contexto de un evidente y creciente derrumbe económico y social. Después será el tiempo del plan “b”. Y éste estará justificado en la necesidad de un gobierno menos ideológico; ni nacional-popular ni liberal. Un gobierno que ordene las cuentas y mejore las conductas políticas. En el papel todo funciona más o menos bien. En la realidad esa estrategia no tiene ninguna posibilidad de éxito, por lo menos si hablamos de éxito duradero. El país no es el de fines de 2001. La Argentina de hoy vive un profundo antagonismo político. Profundo e irreversible. Ciertamente pueden venir momentos muy duros, muy difíciles. Momentos en que el salvoconducto para esquivar la cárcel pasará por el establecimiento de discretas distancias respecto de Cristina Kirchner y su gobierno. Ese salvoconducto que clara y valientemente rechazó y denunció Amado Boudou cuando dijo de su orgullo por haber formado parte de ese gobierno frente a los “jueces” que ya tenían decidida su prisión. Y ese salvoconducto que rápidamente aprovechó algún “importante” funcionario de ese gobierno que dice haber recibido dinero engañado en su buena fe.
Argentina entra en un juego de temporalidades cuyo cruce irá generando acontecimientos hoy imprevisibles. Están los tiempos que lleve el cumplimiento del designio del poder (de las grandes corporaciones económicas, de la parte de ellas que monopoliza los medios de comunicación, de los jerarcas de la banca y los grupos financieros concentrados, de los dueños de la tierra, de los especuladores globales). Ese designio es público y notorio. Es la prisión de Cristina y la ampliación de la persecución, represión y censura a todo lo que se identifica con ella. También están los tiempos del imposible cierre de los números económicos, de la viabilidad del acuerdo con el Fondo cuando los dólares vuelan hacia afuera y el equilibrio fiscal es dinamitado por quienes lo sostienen como panacea. Y lo más importante: están los tiempos de los que quedaron o van quedando afuera y sienten que eso no puede ser revertido mientras sigan estas políticas. Nunca la represión pudo resolver ese problema. La historia desde 1955 hasta hoy es elocuente al respecto.
Circunstancialmente la decisión de los tiempos está en manos de personas que dicen ser peronistas. Ellos son los que tienen la llave institucional para el desafuero y la cárcel de Cristina. Son, claro, peronistas autocríticos, decentes, defensores de las instituciones y de la gobernabilidad. O por lo menos así lo reconocen los dueños de las carpetas que periódicamente les recuerdan sus obligaciones. No la tienen fácil. Participar en la ordalía anticristinista les acercaría ventajas inmediatas e importantes. Lo problemático es el después. El macrismo no es el futuro de nada en este país. Y la idea de una carrera política peronista posterior a la saga de infamias perpetradas en estos dos años y medio es, en el más optimista de los pronósticos, bastante difícil de pensar. Por otro lado, la carrera política macrista no está en su momento más luminoso. Todo es incertidumbre.
Lo más probable es que la Argentina que viene sea la del antagonismo agudizado entre dos proyectos de país. Y que el lugar del medio siga siendo una quimera de políticos del sistema que aceptan todo, menos el riesgo. Los actores políticos vuelven a enfrentarse con el hábito argentino de la inminencia.
Por Edgardo Mocca