María, la criancera de la Línea Sur que nunca baja los brazos
Historias de la Línea Sur. Maria Caril se ocupa sola de las tareas en el campo a seis km de Jacobacci. En el 2011 perdió su rebaño de ovejas y chivas por las cenizas, pero logró recuperarlo.
12/10/2018 MUNICIPIOSHistorias de la Línea Sur. Maria Caril se ocupa sola de las tareas en el campo a seis km de Jacobacci. En el 2011 perdió su rebaño de ovejas y chivas por las cenizas, pero logró recuperarlo. En el 2012, una tormenta tumbó su casa de adobe y ahora la levanta de ladrillos. ¿Rendirse? Jamás.
A lo largo de su vida, María Caril ha tenido que afrontar situaciones muy adversas, pero nunca bajó los brazos, y redobló los esfuerzos para superarlas.
“Por más que tengamos que atravesar situaciones difíciles, siempre hay una salida. No debemos perder las esperanzas”, señala.
Tuvo que hacerse cargo de un campo que llevaba adelante su papá, criar a sus cinco hijos sola, levantarse luego de la catástrofe que provocó la erupción del volcán Puyehue en el 2011 y empezar a reconstruir su hogar en el 2012 luego de que una feroz tormenta le derribará gran parte de la precaria vivienda de adobe.
Nada de ello pudo con su inquebrantable espíritu combativo. Y aunque admite que podría estar mejor, se siente feliz por lo que tiene y porque puede hacer lo que ama: cuidar a sus animales.
Todo empezó en Colitoro
María nació hace 50 años en Colitoro, paraje a unos 70 kilómetros al norte de Jacobacci donde su papá cuidaba ovejas contratado por un campesino. Es la menor y única mujer de los seis hijos del matrimonio entre Rosa Criban (82) y Pedro Caril, quien falleció en noviembre pasado a los 84 años.
A los pocos meses de nacer su mamá se trasladó con ella a Jacobacci y desde entonces estuvo ligada a la producción ovina y caprina en un pequeño predio familiar a 6 km del pueblo.
Los primeros años de su vida transcurrieron en el campo haciendo trabajos del hogar y ayudando a su papá en las labores campestres. Eso le impidió escolarizarse a la edad adecuada.
Pudo hacerlo de grande, en la escuela de adultos a donde concurrió hasta 4° grado. A los 15 años cuidaba abuelos y trabajaba como empleada doméstica para ayudar a su familia.
Luego se casó y tuvo cinco hijos, a los que crió sola. Tiempo después se divorció y nunca más pensó en casarse otra vez. Hace unos 20 años, cuando su papá no pudo continuar, se hizo cargo del campo familiar y continuó así ocupando las 1000 hectáreas fiscales donde cría a sus animales.
Hace unos años le diagnosticaron artrosis en sus rodillas y problemas en la columna. Eso le impide hacer fuerza, pero no salir a diario a recorrer a pie el campo, cada vez que debe juntar a los animales para encerrarlos en los corrales por la noche.
“Mi papá llegó a tener casi 200 animales, entre ovejas y chivas. Después, en el 2011 la ceniza nos mató casi la mayoría. Y al año siguiente la tormenta me tiró la casa. “
“La pasé muy mal porque me quedé casi sin nada y parecía que no podía seguir… pero siempre tuve fe en Dios. Trabajé de lo que pude y me ayudó mucho la cooperativa (Ganadera Indígena) y así pude salir adelante… “
“Menos la muerte, todo tiene solución. Por más difícil que se nos haga la vida, siempre hay una salida. Hoy, lo que más me gusta es vivir en este lugar y criar a mis animales”.
Caminar hasta el pueblo
Está a unos 6 km al este de Jacobacci. Allí María cría unos pocos animales, entre ovejas, cabras criollas, gallinas y pavos. Cuando necesita algo del pueblo, camina hasta ahí. Desde hace unos meses vive junto a su madre y cada quince días recibe a su hijo menor (de 15 años) que divide su tiempo de convivencia entre ella y su papá. Los fines de semana, la visita de sus otros hijos y sus nietos la llenan de cariño. Al poco tiempo de hacerse cargo del campo, la erupción del volcán Puyehue, en junio de 2011, la ceniza le mató más del 95% de los animales.
Solo 12 chivas
“Nos quedaron 12 chivas, nada más. Y después tuve que empezar a viajar mucho a Bariloche porque mi papá se enfermó. No podía estar en el campo todo el tiempo y se me perdieron esos animales. Pensé que no podía seguir. Empecé a cuidar a abuelos y a hacer trabajos domésticos en casas de familia. Tenía que criar a mis hijos. Iba Jacobacci y venía a todos los días a pie. Después me ayudó mucho la Cooperativa Ganadera Indígena y volví a tener animales”, detalla.
En el 2012, presentó un proyecto en la cooperativa y empezó a criar gallinas ponedoras. Pero ese año también le dejó una fuerte secuela. Una feroz tormenta provoco una fuerte corriente de agua que, al bajar desde la ladera del cerro, literalmente le “comió” los cimientos de la precaria vivienda de adobe y gran parte de la edificación se derrumbó.
En el 2013 obtuvo nueve chivas criollas y 25 ovejas en el marco del Programa de Repoblamiento Ovino que ejecutó el gobierno provincial. Así comenzó a salir adelante. “Hoy tengo 55 ovejas y 60 cabras criollas. Ya hice la devolución de las que me habían dado. Las cuido mucho porque estamos muy cerca del pueblo y a veces llegan perros vagabundos y me matan animales. Por eso hay que estar muy pendiente”, agrega.
Rutina campera
María se levanta temprano para soltar y arrear a sus animales hasta algún lugar cercano para que puedan pastar. A la tardecita, vuelve a recorrer el campo para juntarlas y arrearlas hasta los corrales, donde quedan encerradas durante la noche. Es un trabajo que debe realizar todos los días. Con frío, viento, calor, nieve o lluvia, los animales tienen que comer. “Ahora, en octubre, los animales empiezan a parir y el trabajo se intensifica: hay que andar día y noche cuidándolos y a veces ayudarlos a parir. Y a pesar de que por ahí me duelen un poco las rodillas o la columna, tengo que hacerlo. No puedo ocupar a un peón porque no tengo como pagarle. Pero si pudiera tampoco lo haría porque esto es lo que me gusta. El campo me hace sentir bien”, se despide.
“La luz y el agua me cambiaron la vida”
Poco a poco, María va reconstruyendo su vivienda. La tormenta del 2012 le redujo su precaria casa a una sola dependencia habitable. Pero, con mucho sacrificio, va levantando una nueva edificación. Pudo ampliar la cocina y arreglar el sector dañado.
Hace unos años la Cooperativa Ganadera Indígena le instaló una pantalla solar que la abastece de luz. Por otro lado, a través de un proyecto que desarrollaron en forma conjunta las cooperativas Ganadera Indígena, de Agua y Otros Servicios Públicos de Jacobacci y Surgente, fue beneficiaria con un sistema de agua que incluye una bomba solar, una de sogas y tanques de almacenamiento de agua para consumo humano y animal.
“La luz y el agua me cambiaron la vida. Antes de eso teníamos que acostarnos temprano, cuando se oscurecía. Ahora nos quedamos con mi mamá escuchando música o haciendo cosas a la noche. También el sistema de agua fue importante. Yo tenía que ‘baldear’ mucho. Tenía que sacar del pozo entre 20 y 30 baldes de 20 litros de agua por día para darles a los animales y para tener yo. Ahora abro una canilla y sale, fue una gran ayuda”, afirma. Estos servicios se suman al de telefonía celular, que puede utilizar debido a la cercanía del campo con la ciudad.
Su meta está puesta en terminar su vivienda. Y el objetivo inmediato es poder construir un baño privado. “Lo estoy haciendo de a poco porque los materiales están muy caros. Cuando puedo compro algunos ladrillos, algo de cemento y así voy. Quiero terminarlo porque mi mamá es una persona mayor y le cuesta mucho ir hasta el lugar donde está el baño ahora (una letrina ubicada a unos diez metros de la vivienda). Sé que de a poco lo voy a lograr. Mi primera meta fue terminar de criar a mis hijos y ahora es terminar mi casa. Ojalá que Dios me ayude a hacer muchas cosas más. Quiero disfrutar de mis nietos”, agrega.
“¿Por qué no podemos las mujeres?”
María lleva adelante un emprendimiento que generalmente es manejado por hombres. Pero su condición de mujer no le impide ponerse a la par de ellos y hacer las mismas tareas.
Por eso, el trabajo del campo, además de “pastorearlos”, le demanda esquilar a los animales, en ocasiones ayudarlos a parir, señalarlos y también faenarlos cuando se necesita carne para consumo personal o familiar.
“A veces todavía me dicen ‘el trabajo que vos hacés es para varones…’ pero yo creo que si Dios nos dio manos, piernas, nos hizo prácticamente como los hombres, ¿por qué no podemos hacerlo las mujeres? En muchos campos trabajan a la par de los hombres. Acá da la casualidad que estoy sola. Siempre hay que tener fe y no pensar que uno no puede hacer tal cosa. Todo está en la persona Esto a mí me gusta: esquilo a mis ovejas, las ayudo a parir, las cuido, hago todo. Porque todo se puede en la vida, hay que ponerle ganas, empeño y no bajar los brazos por más que la situación sea complicada. No hay que rendirse nunca”.