Milei funciona a las patadas

¿Cuál es la lógica de construcción de poder de Javier Milei? ¿Puede traducir los votos del balotaje en poder político e institucional, de modo de ser capaz de llevar adelante su plan de gobierno?

¿Cuál es la lógica de construcción de poder de Javier Milei? ¿Puede traducir los votos del balotaje en poder político e institucional, de modo de ser capaz de llevar adelante su plan de gobierno?

La hipótesis es que Milei se ve así mismo como un líder mesiánico, que tiene la misión de implementar un programa ultraliberal. No está en su imaginario, como sí lo estaba en el de Mauricio Macri, pasar a la historia porque terminó su mandato o preservar su figura más allá del tiempo presente. Milei busca cumplir su programa o victimizarse denunciando a los actores sociales que le impidieron hacerlo.

Eso mismo hizo con la ley ómnibus. Si salía era un éxito. Si caía, también lo presentaría como una victoria. Revolución o denuncia de la casta.

Por eso no necesita negociar. No tiene nada que perder.

Javier Milei asumió la Presidencia con menos del 15% de las bancas de la Cámara de Diputados y del 10% del Senado.

Ante la debilidad inicial tiene entonces dos opciones: negociar cada ley con los oficialistas críticos (u opositores amigables), o asumir que todos esas bancas son la expresión del cambio que él lidera. Cogobernar o subordinar. Va intentando lo segundo.

Milei no olvida que los dos principales referentes de la Alianza Juntos por el Cambio se apuraron a expresar que ellos representaban lo mismo que LLA y le dieron el apoyo de cara a la segunda vuelta. A sus oídos, le dijeron que los legisladores de Juntos eran suyos.

En la votación de la ley ómnibus, los diputados del PRO se alinearon casi sin chistar. Peor la pasaron los actores que, cercanos a las ideas liberales, no podían asimilar las centenares de reformas contenidas en esa ley fundacional. Analicemos solamente dos, Nicolás Massot (PRO) y Rodrigo de Loredo (UCR).

Ambos buscaron capitalizar “el aire de cambio”, pero poniendo límites a las desmesuras propias de Milei. En otras palabras, sumarse a los beneficios y preservarse de las críticas.

Con cierta inocencia, se sorprendieron de que los ataques más fuertes del Presidente estuvieran dirigido a ellos. Pero está claro que Milei no va a tolerar un apoyo crítico, capaz de heredar los votos liberales y de despegarse de los fracasos de gestión o los escándalos que necesariamente surgiría de la entrega de empresas estatales a empresarios amigos.

Milei los empuja a un lugar incómodo. O apoyan todo a libro cerrado o deberán ser opositores. No va a haber un libertarismo de buenos modales.

La sorpresa de ambos dirigentes expresa su incapacidad de asumir esa dicotomía. Massot reprocha: “Al final las casta éramos todos”. Critica: “Lo único que quiere el gobierno es construir un enemigo”.

Peor papel le tocó a De Loredo, quien puesto en la tensión entre aprobar todo sin discutir y ser opositor entró en crisis y se puso a llorar. “Había una gran oportunidad (…) Por ahí me siento un ingenuo, pero la verdad, nosotros somos reformistas”.

Lugar imposible: si se quieren identificar con el giro liberal deberán subordinarse, o si no serán señalados ferozmente como parte de la casta.

Milei demostró que está dispuesto a dejar caer sus iniciativas antes que cogobernar.

Por eso es un error la idea de Macri (y de los que detestan a Macri) de esperar que un Milei desesperado en busca de gobernabilidad comparta con él las decisiones del gobierno.

Milei sabe que si fracasa se lleva puesto a Macri y que éste no puede dejarlo caer.

El primer juego de la gallina es entre Milei y Macri. El mesianismo y el ambicioso. El loco y el calculador. Va a ganar Milei.

Cuando Macri pida ministerios y Milei no se los dé, ¿que opción le queda? ¿Criticarlo por La Nación +? ¿Hacerle caer las leyes?

Macri no puede dejar que Milei pierda gobernabilidad. No puede encender el helicóptero tan temido por el antiperonismo.

Milei lo va a subordinar y luego va a ir por lo que representan Massot y De Loredo, que van a tener que elegir entre asumir a Milei como jefe político o ser opositores.

Si Milei logra disciplinar al PRO y a todo el sistema de medios en que se apoyó el antiperonismo por los menos los últimos 15 años, ¿qué posibilidades tendrán los diputados de la extinta alianza Cambiemos para marcar diferencias con Milei?

Habrá sin embargo algunos referentes que se diferencien, y deberán elegir entre una construcción testimonial o sumarse a la mayoría opositora. (Spoiler: harán lo primero).

La hora de definición también se acelera para los gobernadores peronistas como Martín Llaryora y Osvaldo Jaldo. Deberán decidir si disputan el liderazgo del peronismo siendo opositores o aceptan la férrea jefatura de Milei. Ellos lo saben, porque son conductores en sus provincias. Para los espacios políticos que nunca tuvieron el rol de conducir nada o que hace décadas que son actores de reparto en la política argentina puede ser un descubrimiento. Para un peronista con poder territorial, es una verdad de perogrullo.

Ellos tienen más elementos y menos incentivos para doblegarse ante Milei, pero saben que el espacio opositor está claramente hegemonizado por el peronismo/kirchnerismo. No hay alternativa a Milei que no contemple alguna síntesis, acuerdo, unidad o interna con el peronismo de la provincia de Buenos Aires. Pero para eso falta mucho.

En la exacerbación de la política agonal, Milei empezó a disciplinar a todo el espacio liberal a su conducción. En los inicios del kirchnerismo algunos dirigentes del PJ bonaerense se quejaban de la forma de conducción de Néstor: “Nos lleva al paraíso a patadas en el culo”, decían. Era su forma de expresar que estaban de acuerdo con el camino de recuperación de la producción y el salario y a la vez la incomodidad por su nula capacidad de influir en la política que trazaba la nueva conducción.

Milei tiene la más difícil tarea de disciplinar en el marco de un brutal ajuste. La tentación es decir que “nos lleva al infierno”. Pero ser ecuánimes habrá que cambiar esa frase por otra, que pronto estará en boca de todos los actores que no se animen a enfrentarlo: “nos lleva a la libertad a patadas en el culo”.

Por Cristian Arroyo

(Cristian Arroyo es licenciado en Trabajo Social, especialista en políticas sociales y docente e investigador en la Universidad Nacional de Mar del Plata)

Fuente: Página 12