Optimismo y política exterior
El diplomático canadiense John W. Holmes afirmó en 1983: “El optimismo es un instrumento de la política”. Para él era indispensable que un líder pudiese imaginar un mundo mejor y actuar en consecuencia.
12/09/2019 OPINIÓNEl diplomático canadiense John W. Holmes afirmó en 1983: “El optimismo es un instrumento de la política”. Para él era indispensable que un líder pudiese imaginar un mundo mejor y actuar en consecuencia. Pero a renglón seguido dejó en claro que el optimismo no debía ser base de una política. Según Holmes era clave, en política exterior, no confundir una convicción personal con un diagnóstico riguroso sobre el mundo. De allí que el divorcio entre optimismo y realismo era (y es) letal pues una cosa es una aspiración individual y otra muy distinta la realidad cabal de la política mundial.
A mi entender uno de los mayores errores de la política exterior del presidente Mauricio Macri fue convertir su propio optimismo en la base de una estrategia. Una mirada al contexto inicial de su gestión muestra que las expectativas de un impacto promisorio derivado de su victoria electoral -la emblemática lluvia de inversiones- fueron injustificadas. Veamos por qué. En octubre de 2015 el informe sobre el panorama económico mundial del FMI señalaba que la expansión global era elusiva, que los riesgos y costos generados por la gran recesión iniciada en 2008 eran aún significativos, que el deterioro del comercio internacional persistía y que la debilidad de las economías emergentes era elocuente. Nada indicaba en el reporte del FMI que se asistía a un escenario económico prometedor.
Entre julio y agosto de 2015 se acordó el tercer rescate de Grecia con la participación del FMI. El ex director del Fondo Dominique Strauss-Kahn se refirió a las condiciones “espantosas” de la ayuda a ese país. Ya se dibujaba en un caso concreto el efecto recesivo de las políticas de ajuste. Asimismo, los precios de los productos primarios exportados por la Argentina venían declinando: el precio promedio anual de la tonelada de trigo pasó de US$ 300 dólares en 2008 a US$ 200 dólares en 2015; el precio promedio anual de la tonelada de soja estuvo arriba de los US$ 500 dólares en 2012 y descendió por debajo de los US$ 400 dólares en 2015; y el precio promedio anual de la tonelada de maíz superó los US$ 250 dólares en 2012 y cayó a US$ 150 en 2015. La paulatina caída en los valores de los commodities era evidente y preanunciaba un contexto exportador difícil.
En cuanto a la región el horizonte no parecía alentador. El informe de 2015 de la CEPAL era, de hecho, inquietante. El crecimiento en América Latina fue inferior al de 2014, el comercio mostraba bajo dinamismo y prevalecía la volatilidad de la inversión. En el caso particular de Brasil, el principal socio del país, se produjo un decrecimiento del PIB de 3.5%. En términos políticos, la elección al Parlamento Europeo de 2014 mostró el avance de movimientos y partidos de derecha y extrema-derecha, al tiempo que en las legislativas de ese año en Estados Unidos los republicanos pasaron a controlar ambas cámaras y avanzaron en la conquista de gobernaciones tradicionalmente demócratas. Ya para 2015 era claro el auge político de sectores y grupos conservadores y reaccionarios que cuestionaban la globalización, estimulaban el proteccionismo, alimentaban la xenofobia y exacerbaban el nacionalismo.
En síntesis, no había motivos para que el presidente Macri y su gobierno se sintieran tan optimistas como repetidamente manifestaban. Salvo por un hecho que a la postre sería muy importante: la tasa de interés en Estados Unidos fue de 0.25% a partir del 17 de diciembre de 2015; fenómeno que facilitó una política de endeudamiento masivo y acelerado.
Tampoco 2016 fue un año para el entusiasmo. El precio de la soja se mantuvo bajo, Brasil tuvo otra caída del PIB de -3.3%, se produjo el BREXIT, triunfó Donald Trump, creció la incertidumbre en la economía mundial y las tensiones geopolíticas globales se incrementaron. En breve, en 2016 no había muchos indicadores halagüeños que despertaran optimismo, salvo, nuevamente, por la baja tasa de interés estadounidense que al 15 de diciembre de 2016 era de 0.50%. ¿Por cuánto tiempo más creyó el gobierno que podía seguir endeudando al país en un escenario internacional tan incierto y cambiante?
El optimismo de la administración de Cambiemos pareció no contemplar el hecho de que es usual que existan contingencias, virajes y sacudones globales. El Presidente Macri mostró una propensión a creer que los propósitos que buscaba podían ser alcanzados sin grandes dificultades. En general, el optimismo exagerado trasciende la tendencia a ver las cosas en su aspecto más favorable: asume, tácita o inconscientemente, la capacidad de control sobre los resultados. Y Argentina hace tiempo que no tiene la posibilidad de incidir sobre eventos y fenómenos externos cruciales.
Cuando se llegó a 2018 y se terminó recurriendo al FMI se hizo evidente la desmesura del optimismo oficial. Y cuando se tiene un acuerdo de tal magnitud con el FMI y se cuenta con el apoyo casi exclusivo del gobierno de Estados Unidos para ello la política exterior pasa a tener más componentes de aquiescencia a Washington.
Sería muy bueno que si es electo Alberto Fernández eludiera toda invocación al optimismo. Un nuevo gobierno en la Argentina debe tener presente la gran vulnerabilidad del país en medio de una profundización de la competencia entre Estados Unidos y China y de una mayor inestabilidad en América Latina. La prudencia y el realismo son hoy fundamentales: la inmoderación acompañada de grandilocuencia solo agudizarán los graves problemas que ya padecemos.
Por Juan Gabriel Tokatlian
* Profesor Plenario, Universidad Di Tella.