El plan bomba después de octubre
Que todo el escenario electoral gire alrededor de Cristina es comprensible porque se trata de la figura central en el ancho arco que va del amor al odio, de la adhesión al rechazo o como quiera llamarse a las pasiones que suscita a favor y en contra.
12/06/2017 OPINIÓNPor Eduardo Aliverti
Que todo el escenario electoral gire alrededor de Cristina es comprensible porque se trata de la figura central en el ancho arco que va del amor al odio, de la adhesión al rechazo o como quiera llamarse a las pasiones que suscita a favor y en contra. Pero es también un elemento distractivo acerca de otras cuestiones profundas que se juegan para después de octubre.
En el mapa macrista las cosas están prácticamente definidas y los únicos chaparrones son el disgusto de algunos dirigentes territoriales del radicalismo. Tras aceptar ser el furgón de cola de la derecha, franjas de ese partido que orgánicamente ya no quiere decir nada, hace rato, se sienten despechadas porque el PRO les ocupa los principales lugares de las listas. Pero no se ve que eso pudiera ocasionarle serios perjuicios a la alianza gobernante. Son muy mayormente las disputas de pago chico a que son tan afectos los otrora correligionarios, aunque se abrió cierta incógnita sobre cuánto pueden incidir la divisiones y enfrentamientos en Santa Fe y Córdoba. Lo ideológico no interviene en absoluto. Y respecto de la marcha gubernativa, exceptuando una situación económica que no despega o precisamente por eso, la parte sustancial de los esfuerzos está dedicada a que los alcances del escándalo Odebrecht sólo toquen a funcionarios del kirchnerismo. Sin embargo, se sabe que el clan Macri podría quedar comprometido y el Gobierno duda acerca de cuántos destapes de olla podría maniobrar. La ofensiva mediática contra los K sospechados es más grande que la convicción gubernamental sobre dejar que se avance. No sea cosa.
El peronismo con sede bonaerense, nada menos, sí afronta una lucha donde se expresan valores ideológicos. De hecho, así lo indica la sola enunciación de que hay peronismo y kirchnerismo. La enorme mayoría de los intendentes del conurbano ya aceptó que Cristina es la referente exclusiva en condiciones de ganar. Pero la sugestiva insistencia competitiva de Florencio Randazzo, quien se lanzó formalmente a la virtual primera vuelta en un acto a puertas cerradas, traza un panorama desgastante que el aparato de propaganda macrista aprovecha sin detenerse. Randazzo calcula y construye hacia 2019 mucho antes que para este año, con algunas adhesiones igual de llamativas que no quieren inmolarse en el riesgo de que CFK pierda o el número de su triunfo no baste para cuadrarse con seguridad detrás de ella. Hay lecturas más pérfidas, concomitantes con la anterior: el ex ministro como figura de recambio del establishment por vía peronista, siendo que Sergio Massa no parece –hoy– dar el piné, y estructuras clientelares que requieren para su subsistencia de los fondos de Desarrollo Social aportados por Carolina Stanley. Como sea, la ambición personal es implícita a cualquier carrera política y Randazzo está en su derecho de ofrecerse contra Cristina. El pequeño detalle es que esa codicia empalma con servir a los intereses de Cambiemos en particular, y de la alianza de derecha gobernante en general. Obligar a Cristina a ir por afuera la dejaría sin fondos de repartija electiva y sin publicidad en los medios, e impedir la participación de Randazzo mediante ardides burocráticos lo victimiza.
Paralelo a dirimirse el escenario electoral, una serie de gestos, trascendidos y anuncios oficiales explican las intenciones para después de octubre, sea cual fuere el resultado de las elecciones. El achicamiento del gasto público significa hachar programas sociales; partidas educativas, de salud, vivienda, cultura, y recortes jubilatorios, que el Gobierno presenta hoy, a través de sus voceros periodísticos, como eliminación y fusión de ministerios. Juntar a Educación con Ciencia y Tecnología, a Trabajo con Producción y a Defensa con Seguridad, a más de liquidar decenas de secretarías, forma parte de lo que el macrismo anticipa con el esperanzador título de “la reforma de gabinete más amplia de la historia argentina”. ¿Quién podría oponerse a liquidar dependencias innecesarias, según la visión simplota de lo que se denomina burocracia estatal? Así es como ya lo vende el Gobierno que tiene la mayor cantidad de carteras ministeriales de la historia, justamente, por determinación de Macri. Lo decidió él para licuar la probabilidad de que algunos nombres aglutinaran poder excesivo, confiando en el monitoreo que ejercen Mario Quintana y Gustavo Lopetegui bajo supervisión de Marcos Peña. Pero esa alquimia no dio los resultados que se esperaban y no por ineficiencia de esos funcionarios del círculo íntimo, que de hecho seguirán centralizando responsabilidades, cuanto por la urgencia de pulverizar gastos a como dé lugar. No hay más alternativas que ese nuevo ajustazo visto un desborde de las cuentas públicas sin misterio alguno. El fisco desfinanciado por la eliminación de retenciones y una recaudación impositiva que no alcanza a cubrir los egresos porque el mercado interno está planchado, con la contraparte explosiva del endeudamiento externo, requiere de sacrificios que naturalmente no se cargarán en la cuenta de quienes más tienen. El último informe del Observatorio de la Deuda Externa, de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, reseñó que, en el año y medio de gestión macrista, Argentina se convirtió en el país emergente que más deuda en dólares asumió en el mundo. Al añadirse las emisiones en pesos y los compromisos colocados por provincias y empresas, se llega a unos 81 mil millones de dólares que en su gran mayoría financian la fuga de capitales en concepto de giro de utilidades, dividendos empresarios y turismo en el exterior. Difundido el informe, se retrucó desde fuentes oficiales que alrededor de 3 de cada 4 dólares sirvieron para cubrir endeudamiento tomado por el gobierno anterior (incorporan allí el pago a los buitres). Pero el dato sobresaliente es que del total a vencer en moneda extranjera, sólo en este año, el 41 por ciento corresponde exclusivamente a nueva deuda tomada por la gestión Macri. Y que es deuda contraída con los capitales golondrina de una bicicleta financiera también inédita en el mundo, sólo útil por ahora para sostener el déficit fiscal, efectuar pagos de caja chica y aumentar artificialmente el volumen de reservas. A fines de mayo, fue Juan Carlos de Pablo y no Axel Kicillof quien advirtió que Argentina está incubando su próximo default, que el sistema financiero mundial opera con un grado de solvencia insensato y que imaginar beneplácito hacia este gobierno, por representar los intereses del establishment, es propio de una sarta de irresponsables. Es el auténtico Plan Bomba. Fue posible hasta aquí, y lo será algún tiempo más, porque el bajísimo endeudamiento en dólares dejado por la pesada herencia habilitó volver a la fantasía de la fiesta de papelitos. Lo que sí: no hay más cepo. De ilusión también se vive, y hasta puede arriesgarse que sobre todo se vive de eso. O al menos, que con eso puede alcanzar para ganar elecciones y más aún cuando la oposición no muestra ilusiones convincentes y concretas. En cualquier caso, el Plan Bomba se expresará con efectos populares devastadores en algún tiempo, no tan lejano, de después de octubre.
El ministro Guillermo Dietrich anunció que “los subsidios al transporte claramente van a continuar”, elogió la gestión de Florencio Randazzo… y agregó que el transporte público está subsidiado en todo el mundo. Curioso ataque de populismo y para cuyo sostén, al igual que sobre las tarifas del conjunto de los servicios públicos, se verá después de octubre. La reforma del sistema previsional, que además de reintroducir mecanismos de régimen privado proyecta subir a 65 la edad jubilatoria de las mujeres a quienes les falten años de aportes, en línea con lo recomendado por el FMI, pasa a después de octubre. La reforma tributaria para aliviar impuestos a los más ricos, que se compensará alegremente con más deuda, más ajuste y, por supuesto, las dosis de represión indicadas, será después de octubre. Lo dijo con todas las letras Luis Caputo, ministro de Finanzas de la Nación, en la reunión Anual de Primavera del FMI y el Banco Mundial: el ajuste fiscal se acelerará en 2018, porque de haberlo hecho brutalmente en 2017 la sociedad no habría aguantado. La brutalidad, que el exterior deberá financiar a cambio de la lluvia de dólares productivamente inversora que nunca llegará, será entonces. Después de octubre. El crecimiento de las importaciones, que aumentan en bienes de consumo competitivos con la producción nacional, seguirá incrementándose de modo tal vez exponencial pero después de octubre porque, hasta entonces, el dólar no se debe tocar so pena de su impacto eleccionario. Pagar el extra de abono básico para ver fútbol, tras haber cancelado que el “Para Todos” jamás habría de eliminarse, se posterga para después de octubre porque Fox y Turner deberán comprender que hay elecciones.
Ya casi todo está avisado, en fin, y “solamente” es cuestión de que haya el deseo de verlo. Ahí es donde entra cómo se construye política de oposición auténtica y quién la lidera.
No parece que sobren los nombres.