¿Qué empieza a jugarse el domingo que viene?

Nunca, desde el recupero democrático, se sintió con tanta intensidad que en “la calle” no pasa nada frente a un proceso de elecciones presidenciales.

Nunca, desde el recupero democrático, se sintió con tanta intensidad que en “la calle” no pasa nada frente a un proceso de elecciones presidenciales.

El paisaje sí cada vez más habitual, hace unos años, es aquel que ya no presenta grandes actos, ni muestras de trabajo incansable por parte de la militancia, ni convocatorias a desplegarse por los territorios.

Todo, prácticamente, se reduce al escenario mediático y de las redes. Se acabó el contacto físico, a tono con lo líquido de una realidad a distancia en la que el humor general resulta marcado por las intensísimas minorías y sectas digitales.

No es cuestión de envoltorio, sino de contenido en tanto expresa el profundo alejamiento entre “la gente” y “la política”. Entre el pueblo y la única herramienta conocida para producir cambios o ratificaciones de actualidad y rumbo sociales.

Como siempre se encargaba de recordar David Viñas en su cita aristotélica, el hombre es un animal político. Y si se le quita lo político…

Ninguna de las coaliciones y figuras participantes escapa al clima gélido del decurso electoral. Quizá justamente debido a eso, la intención de sacudir el tablero los lleva a incurrir en declaraciones, contradicciones, arrebatos y gestos capusottianos, a veces dirigidos a sus propios socios.

En la liga oficialista hay una convivencia sin agresiones destacadas. Van tentando en base a conjeturas, porque nadie tiene mayor idea precisa de lo que ocurrirá en las urnas. Las encuestas están descartadas como termómetro fiel, incluso por quienes continúan pagándolas sólo por inercia (o por algún otro factor que suscita gente mal pensada).

Se escapan chicanas, sí. Pudo escucharse que votar a Juan Grabois es “tirar el voto”. ¿Por qué habría de serlo si se trata de Primarias?

O se juega con el consignismo de Sergio Massa cual agente de La Embajada y otras delicias, dicho a modo resumen, como si sus idas y venidas —por cierto que a la altura de ingerir batracios— no alcanzaran también al recorrido de Grabois, quien en 2017, para no abundar, decía que “el kirchnerismo tuvo una práctica alejada de los excluidos” y que “Cristina ya no es el liderazgo del futuro” (entrevista de Luis Novaresio en Infobae, 29 de octubre de aquél año).

En otras palabras y sin perjuicio de que Unión por la Patria lleva bastante bien sus disidencias desde que CFK admitió o promovió la precandidatura de Massa, le sería mejor no andar topeteándose en competencias de purismo. Y, a la par, tener un compromiso enormemente más activo.

No es eso lo que se nota.

Tal como escribió Luis Bruschtein en este diario, el sábado, UxP sale en desventaja y “está obligada (…) a volcarse las calles, con mesas, timbreando, puerta por puerta, con charlas en los barrios, porque tiene que convencer a escépticos y enojados, que son muchos y son los que pueden hacerle ganar”.

¿Se advierte ese trabajo?

El macrismo, entendido como la derecha explícita en condiciones de vencer excepto que Javier Milei produzca la sorpresa más estrambótica de nuestra historia electoral, no tiene ese problema. Sufre otros, en superficie conectados a choques de egos y resentimientos personales. Si se va más abajo, hablaríamos de lucha por negocios. Y en cualquier caso, nunca de enfrentamientos ideológicos severos.

Los cruces entre el ¿palomismo? de Larreta y las brutalidades de Bullrich (sobre todo esto último, porque la pauta publicitaria del gobierno de la Ciudad juega sus cartas) son aptos para el entretenimiento mediático. En los programas oficialistas se divierten. Son un loop en torno al pato criollo o la Comandante Pato, que habrá de verse si sirve para algo.

Y en el flanco opositor se enfrentan, de acuerdo a por quién apuesten sus presentadores de noticias. Unos a Larreta, otros a Bullrich. Nada que le mueva el amperímetro a “la gente”, salvo en el microcosmos politizados o a fines de la chismografía.

Hay quienes dicen ver más allá. Pronostican a) que un buen número de los votos de uno no irán a la otra y viceversa, luego de las Primarias (¿y a dónde irían, en porcentaje determinante?). Y b), que en un gobierno cambiemita terminarán muy mal, a poco de andar, la facción colombófila y el sector “halcón”.

En esa hipótesis: la puja por negocios y la inexistencia de grandes cuadros políticos (eso que jamás pudo ser Macri, para transformar a la clase dominante en clase dirigente) acabarían para los cambiemitas en un símil de lo que fue el fracaso de la Alianza entre radicales y viudos peronistas, cuando cayó el menemismo.

Puede ser. O no. Pero, en principio, ¿alguien tiene noticias argentinas de que la derecha se haya fracturado?

Precisamente y mientras tanto, en lugar de prestarle tanta atención a las pullas individuales, sería más conveniente dedicarse a en qué esa derecha está de acuerdo. Parece obvio que deba ser así, pero no es lo que indica la superficialidad de distraerse sin parar con las barrabasadas de Bullrich. O con el bizarro intento de Larreta para ensayar un baile de chacarera. O con las proyecciones del apoyo de Heidi al alcalde porteño. O con el despecho de Cristian Ritondo.

Están avisando con todas las letras, pelos y señales que intentarán liquidar paritarias, indemnizaciones, adicionales de salario. Para pasar a mejor vida a “los planeros” no tienen mejor idea que camiones hidrantes. La vieja oligarquía, desde la Rural, propuso volver a antes del ’45. Y de yapa, ¿alguien conoce qué proponen los cambiemitas respecto de cómo proceder con la monstruosidad de endeudamiento que dejaron con el FMI (quitados, claro, los delirios —o no— de un nuevo blindaje, entrar con cámaras a las bóvedas del Banco Central o cargarlo de explosivos). Es neurálgico que no impresione la ausencia de alguna pregunta sobre esta cuestión.

Unión por la Patria tiene el dilema de cómo se resuelve ser opo-oficialismo.

Uno de sus precandidatos es ministro de Economía cuando no cesan ni la inflación ni la cotización del dólar que genera las expectativas. Y el otro intenta músculos de resistencia.

Los dos tienen el mismo problema. ¿Cómo se proyecta futuro si está gobernándose hace rato y la percepción masiva, en consecuencia, es que se tuvo la probabilidad de arreglar las cosas, y de hacerlo ya mismo?

¿Es atractivo y ganador acentuar lo que se evitó?

Primero, con un Estado presente, se impidieron efectos de la pandemia más devastadores aún. Después, hubo un polémico acuerdo con el Fondo. Sirvió para regular la catástrofe dejada por Macri para, ahora, no ceder así como así a las exigencias de toda la vida (y haber encontrado, aunque sean parches, vías alternativas de financiamiento que eran impensables. Usar yuanes, sin ir más lejos. ¿Eso es alineamiento con Washington? Se atravesó la guerra y la sequía con ajustes que en manos de la oposición habrían sido cataclismos.

No. No es atractivo. Es muy difícil que alcance, porque lo evitado carece de impacto percibido en el bolsillo. ¿De qué me va a mí que se use moneda china o conseguir un préstamo qatarí?, podría ser una síntesis de cuánto “penetran” ciertos logros en la sensibilidad popular.

Y también es atendible que lo demás tiene mucho del Teorema de Baglini: las propuestas de un partido o dirigente (y comentaristas diversos) son directamente proporcionales a sus posibilidades de acceder al Poder. Cuanto más lejos, más duro.

Se lo acusa de posibilista y es válido.

Pero también puede vérselo, según las circunstancias históricas, como la responsabilidad de encontrar un punto medio entre la resignación y el panfletarismo.

Se diría que hay que saber administrar(se) entre los sapos y la poética, porque está en danza una elección crucial que comienza el próximo fin de semana.

Eso es lo que se juega, sobre todo, en y desde Unión por la Patria.

Por Eduardo Aliverti

Fuente: Página 12