San Francisco: Más bocas, menos recursos; el drama de los comedores populares
Referentes de comedores y merenderos comunitarios advierten sobre el incremento sostenido de personas que necesitan asistencia alimentaria y la dramática caída de recursos y donaciones.
21/05/2025 MUNICIPIOSReferentes de comedores y merenderos comunitarios advierten sobre el incremento sostenido de personas que necesitan asistencia alimentaria y la dramática caída de recursos y donaciones. Relatos que exponen el impacto de la crisis en los sectores más vulnerables, y la creciente dificultad para seguir sosteniendo la ayuda.
“La crisis que atraviesa nuestro país está golpeando con fuerza a miles de familias. (…) Este año, el número de beneficiarios del Paicor creció un 17%”, reconoció días atrás el gobernador Martín Llaryora al anunciar la implementación del programa alimentario en el colegio Alejandro Carbó, el más grande de Córdoba. Su declaración no es aislada: representa lo que sucede en todo el entramado social y comunitario que asiste, a diario, a quienes ya no logran cubrir ni lo más básico.
En San Francisco y Frontera, los comedores y merenderos viven esa misma realidad: más demanda, menos ayuda. Integrantes de distintos espacios barriales hablaron con LA VOZ DE SAN JUSTO sobre cómo enfrentan estas necesidades. Muchos afirman que el perfil de quienes piden ayuda también ha cambiado: ya no son sólo personas desocupadas o en situación extrema, sino trabajadores informales, familias enteras y niños que, sin estos espacios, no comerían.
La Virgencita: “Vemos familias nuevas que antes no venían”
Marcelo Suppo, del comedor La Virgencita, en barrio Parque, dependiente de Cáritas Diocesana, contó que entregan unas 300 raciones diarias entre desayuno, almuerzo y merienda. “La demanda de asistencia alimentaria viene aumentando. Es difícil ponerle un porcentaje, pero se siente el impacto de la crisis”, dijo.
El aumento de tarifas en los servicios, sumado al estancamiento de los ingresos de quienes viven de changas, hace que el problema llegue a la olla: “Los pibes de la construcción, los cartoneros… siguen ganando lo mismo, pero la luz, el gas y el alquiler no paran de subir. Esa ecuación no cierra”, explicó Suppo. La consecuencia directa: más personas cruzan la puerta del comedor.
“Vemos familias nuevas que antes no venían. Gente que nunca había recurrido a un espacio como este”, señaló, y comentó que desde La Virgencita también ayudaron a que chicos se inscriban en el Paicor: “Antes no lo pedían. Ahora sí. Es un claro indicador del nivel de necesidad que hay”.
Además, por primera vez desde su apertura, el comedor se vio obligado a pedir ayuda directa a la comunidad. “Tuvimos que levantar el teléfono y llamar a quienes alguna vez nos ofrecieron colaborar. Y por suerte, la comunidad responde”, reconoció. Aun así, la preocupación persiste. “Si pudiéramos dar cena, también vendrían. Eso lo tenemos claro. Pero no nos dan los recursos ni el tiempo”, admitió.
La Amistad: “El peor momento es decir: ‘hasta acá llegamos’”
En Frontera, el merendero La Amistad reparte unas 100 raciones por semana. “Si fuéramos un comercio, diría que nos va fantástico. Pero no lo somos, y eso lo vuelve una tragedia”, dice con amargura Gonzalo Giuliano Albo, uno de los integrantes del espacio.
El relato es contundente: “Hay más demanda, menos ayuda, menos donaciones y menos manos disponibles. La gente también tiene que sobrevivir. Hay una lógica de ‘sálvese quien pueda’ que se impone”.
Según datos nacionales, unos cinco millones de personas dependen de la comida que brindan los comedores populares. Sin embargo, el Gobierno nacional suspendió la entrega de alimentos mientras revisa el modelo de asistencia. Gonzalo no oculta su indignación: “Hay una campaña muy dañina contra el trabajo voluntario. Nos llaman gerentes de la pobreza, como si lucráramos con el hambre”.
Ese descrédito público, sumado a la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, repercute directamente en las donaciones: “Ya no conseguimos lo de antes. El peor momento es tener que decirle a una familia `hasta acá llegaos’, y se vuelve con el tupper vacío”.
La Amistad asiste a personas de varios barrios, muchos de ellos con altos niveles de vulnerabilidad social. “Gente muy pobre, muchas veces con problemas de adicciones, lo cual pone todo en otra dimensión. Un cuerpo arrasado por el paco no tiene futuro, por más ayuda que llegue”, alertó. Gonzalo, que además es docente, también denunció una problemática que crece en las escuelas: “Vemos chicos con hambre todos los días. Y eso no se borra. Si los dejamos crecer con desnutrición, estamos hipotecando el futuro”.
Sonrisas para un Niño: menos ayuda, más necesidades
En barrio Acapulco, Norma Vocos sostiene el merendero Sonrisas para un niño. Asisten a 35 chicos durante la semana y a 70 los fines de semana. “Se incrementa la cantidad de niños y baja todo lo que es el tema de alimentos. Ya no contamos con las donaciones que teníamos antes”, aseguró.
Las razones no son egoísmo, sino una economía colapsada: “No es que la gente no quiera ayudar, es que todos estamos igual. Las panaderías, por ejemplo, ya no donan como antes. No les sobra, bajan la producción para no perder”.
El merendero, que atiende a niños desde año y medio hasta los 17 años, tiene hoy menos recursos y mayores exigencias. Aun así, intentan sostener el espacio con lo que tienen. “Hacemos todo lo que está a nuestro alcance. Si llega un kilo de harina, hacemos pan o torta frita. No se tira nada”, explicó.
Los Pekeñitos: “La realidad es muy triste”
Desde barrio La Milka, Stella Almada se hace cargo de Los Pekeñitos, un comedor y merendero que funciona todos los días. Da de comer a 80 niñas, niños y también a adultos mayores. “En estos pocos meses aumentó muchísimo la necesidad. Personas que antes podían arreglárselas, ahora piden ayuda”, relató.
El espacio incluso entrega viandas a quienes no pueden acercarse. Pero la logística no es sencilla: conseguir verduras y carne se volvió muy difícil. “Antes, si nos sobraba comida, compartíamos con otros merenderos. Hoy eso ya no pasa. Hoy es muy difícil. Las donaciones han bajado mucho”, reconoció.
Aun así, entiende a quienes ya no pueden colaborar: “Sabemos que es la situación, no es por falta de ganas”. Y comparte una visión poco alentadora: “Yo creo que esto va a empeorar. Cada vez va a ser más duro”.
Una red que resiste, pero que se tensa
Los relatos coinciden en un punto: el sistema de contención social que suponen los comedores y merenderos está colapsando. Con más demanda que nunca y menos apoyo, los referentes barriales alertan sobre el desgaste material, emocional y organizativo que atraviesan.
Además del aumento de personas asistidas, crecen los signos del deterioro social: desnutrición infantil, chicos que no comen en sus casas, adultos que sobreviven con una vianda por día, familias que nunca antes habían pedido ayuda y que ahora dependen de ella para comer.
La red comunitaria resiste con compromiso y solidaridad. Pero sin acompañamiento real y sostenido por parte del Estado y de la sociedad, esa resistencia tiene un límite. Y en muchos casos, está peligrosamente cerca.
Red Solidaria busca reactivar la heladera social
Red Solidaria San Francisco busca reinstalar la heladera social, una iniciativa solidaria destinada a recibir donaciones de alimentos y ponerlos a disposición de personas en situación de vulnerabilidad. El dispositivo se encuentra inactivo desde hace tiempo, por lo que la organización apunta a ubicarlo en un sitio céntrico, accesible y visible. Si bien se prefiere disponibilidad las 24 horas, no es un requisito excluyente. También se valora que el lugar esté iluminado y permita el acceso desde la vía pública.
La experiencia anterior fue positiva, con gran participación de vecinos, comercios e instituciones. Por eso, se convoca a quienes puedan ofrecer un espacio —organizaciones, instituciones o particulares— a sumarse a la propuesta. Quienes deseen colaborar pueden comunicarse al 3564 619188.