Un olvido esencial del Frente de Todos

El “anuncio” de Sergio Massa, acerca de que está dispuesto a participar de las Primarias “si es lo que quieren”, tiene la fuerza de ratificar su pertenencia al todavía Frente de Todos. Pero no resuelve, ni muchísimo menos, las grandes preguntas de coyuntura.

El “anuncio” de Sergio Massa, acerca de que está dispuesto a participar de las Primarias “si es lo que quieren”, tiene la fuerza de ratificar su pertenencia al todavía Frente de Todos. Pero no resuelve, ni muchísimo menos, las grandes preguntas de coyuntura.

Hay un interrogante previo, además. ¿De verdad había la incertidumbre sobre si Massa estaba dispuesto a romper? ¿A dónde iba a ir, o a dónde iría que no fuese un escaso porcentaje de votos únicamente apto para destruir?

Luego, ¿está presto a participar cómo? ¿De candidato presidencial? En ese caso, ¿renuncia a su cargo y desata la chance del tembladeral económico-financiero que plantea como amenaza si no hay lista única? ¿O no existe esa probabilidad? ¿Y aceptaría otro lugar que le baje el precio?

Con algo de oficio se puede hacer una nota de opinión política basada, tan sólo, en especulaciones. Las hay buenas, regulares, malas. Es lo que ocurre hace tiempo en el escenario periodístico. Pero es un poco deprimente porque, claro, deviene complejo afrontar la ausencia de información certera. La “fórmula”, quizá, vuelve a consistir en tratar de elevarse sobre las conjeturas. Y ver si alguna cosa está clara.

Va una reiteración de lo ya expresado en este espacio hace siete días: lectores, oyentes, televidentes, foristas, consumidores politizados, deben tener la completa seguridad de que todo lo mostrado por quienes protagonizan “la política” es lo que hay. No están actuando.

Las dramáticas dificultades del peronismo para hallar una candidatura de síntesis y, peor, para ni siquiera ponerse de acuerdo en cómo aproximarse a lograrlo, son lo que se ve. No hay nada escondido.

La virulencia de la interna cambiemita tampoco oculta algo. Es opinable si proviene de egos desmesurados; de diferencias complicadas o menores sobre la forma de encarar su muy probable futuro gobierno; o de ambos factores. Pero los misiles que se disparan son auténticos. No es un acting. Están lapidándose a la luz pública. Su prensa adicta se cruza entre sí. Venían pachorros, gozosos, contemplando la problemática del Frente de Todos, y casi de buenas a primeras se encuentran a las piñas con ellos mismos. Hasta la señal televisiva de Mauricio Macri se convirtió en un conventillo de invitados incómodos y conductores que se trenzan. Cero de teatralización.

No es comedia que el alcalde Larreta lance una bomba de racimo al empujar la alianza con el gobernador cordobés, que es una de las versiones más aplicadas de los principios de Groucho Marx.

Por lo pronto, ya había sucedido que el presidente del PRO de la provincia se pasó a las filas de Juan Schiaretti.

Ahora, Larreta sumaría a quien puede ser macrista y peronista al mismo tiempo. Ningún problema.

Macri se come los codos porque, a la par de pasear con la FIFA y jugar en la interna de Boca, no acepta que ya fue, que ya se apartó, que políticamente dejó de “ser” en términos de protagonización personal. Elisa Carrió, a quien le alcanzan los votos mediáticos, lo acusa de querer “imponer un orden represivo con ajuste brutal sobre la clase media”. Y la Comandante Pato, para los desmemoriados, invita a tener comprensión de texto: hay que remover muchas mafias, dijo en febrero, y al respecto sigue metiéndolo a Larreta en ese baile porque dice que “los tibios deben abstenerse”.

Sí es información la juntada de los gobernadores para “exigir” que se construya una lista de unidad con integración federal. Y dieron a entender, a puro grito pero con lenguaje de protocolo, que esperan estar representados en la fórmula presidencial. Sólo Jorge Capitanich, quien tal vez insólitamente no forma parte de la pelea en las grandes ligas siendo uno de los cuadros más notables, experimentados y federales del peronismo, previno que la exigencia es “imperativa”.

Lo demás es parte de la nómina embolante, hace rato, de inferencias, poéticas, deseos, operaciones y operetas.

Si convencerán a Axel Kicillof para que se mude de la provincia al tope nacional (¿que lo convenza quién? ¿Cristina, quien ya habría asumido que el gobernador no quiere? ¿Máximo, quien no se lleva precisamente como los dioses con Kicillof pero interpretaría que moverlo a la presidencial es movida necesaria? Todo en potencial). Si Daniel Scioli finalizará bajándose a costo alto. Si las Primarias son de facto la primera vuelta. Y si habría influencia psicológica en caso de que los candidatos oficialistas queden individualmente dispersos entre el tercer y cuarto puesto detrás de Javier Milei, Larreta o Bullrich, Bullrich o Larreta, o cualquiera de esas combinaciones.

Hay también una cuestión que, asombrosamente, en el FdT viene ignorándose o corriéndose al costado, de tanto que su debate público se concentra en hombres: sería toda una extrañeza de época que su fórmula sea solamente masculina. Estarían equivocándose quienes creen que es un dato menor. Y tampoco es menor que no es fácil encontrar la figura capaz de corregir ese desequilibrio porque, además de la paridad de género, en el reparto debe contemplarse a cuál sector representaría la candidata, como para que el binomio no resulte descompensado.

En medio de este galimatías que se renueva sin parar en cada declaración, en cada boletín, en cada entrevista, en cada opinión, hay tres certezas.

La primera es obvia y pareciera ser que a “la política” no le interesa: se habla para adentro, y a la inmensa mayoría de “la gente” le importa tres pitos eso que se habla.

La segunda es que la derecha, genéricamente entendida en vez de enroscarse con sus diferencias de matices, podrá tener problemas serios para articular su presentación electoral. Pero no para saber lo que habrá de ejecutar. Como mucho, no saldan la velocidad y/o el marco de alianzas que mejor les garantizaría la brutalidad.

Y la tercera, la más significativa, la que debería ser más elemental que la primera, es el hecho de que el Gobierno todavía gobierna. Una tautología, digamos, pero también parece que no se toma en cuenta.

Todas las especulaciones electoralistas del peronismo se derrumban y derrumbarán, absolutamente, si continúa una inflación indetenible y si no hay un solo gesto oficial, ni uno, que de mínima intente exponer que se está dispuesto a la pelea contra los factores de poder, contra los formadores de precios, contra la desestabilización financiera.

El peronismo, más allá del Gobierno en que todavía dibuja encarnarse como Frente de Todos, está suicidándose en una guerra de ¿búsqueda consensual? por la unidad, cuando la primera unidad que podría salvarlo es tomar medidas de Gobierno.

Hagan algo ahora, diría la sabiduría popular, además de rezarle a que el Fondo Monetario adelante desembolsos para pagarse a sí mismo.

Hagan algo que demuestre presente, en vez de prometer un futuro que sólo ancla en asegurar que lo peor es la vuelta de Macri con pelos revueltos, o pelado, o con corte convencional.

¿Qué sería?

¿Ejemplificar con una sanción demoledora a algún oligopolio, y comunicarlo como se debe? ¿Anunciar medidas que, además, promuevan producción de mercado interno? ¿Despertar entusiasmo por abajo a través de los actores de la economía popular? ¿Reanimar expectativas en la clase media con algunas líneas de crédito a tasa razonable?

Podrá ser cierto que conducir la Argentina es saber tripular el precio del dólar. Pero, ¿nada más que eso?

Lo que fuese requeriría mostrarse juntos para gobernar y no sólo para dilucidar la interna, que es inherente al ámbito porque la política es conflicto por propia definición.

Y se olvida asimismo que, después de todo, faltan muy pocos días para terminar con las incógnitas. Las candidaturas quedarán resueltas y, con los nombres que fueren, será entonces cuando se ponga a prueba la verdadera vocación de encolumnarse tras la opción ganadora. Eso podría ser más difícil que el internismo que hoy agota.

Debiera ser temprano, aunque sea, para que el oficialismo tome nota de que la unidad no pasa exclusivamente por administrar la rosca.

Es gobernar y demostrar cercanía efectiva con “la gente”, antes de que sea tarde en serio.

Por Eduardo Aliverti

Fuente: Página 12