Verano caliente por delante
El gobierno de Alberto Fernández deberá encarar un primer trimestre agitado para tratar de superar la delicada situación económico-financiera que le deja la administración fallida de Mauricio Macri.
09/12/2019 El PaísEl gobierno de Alberto Fernández deberá encarar un primer trimestre agitado para tratar de superar la delicada situación económico-financiera que le deja la administración fallida de Mauricio Macri.
El crédito es clave
Por Martin Burgos *
La historia económica de la moneda nos enseña que el capitalismo empieza cuando se abandona las monedas metálicas (con respaldo intrínseco) y aparece el crédito, allá por el siglo XVI en las ciudades de Venecia y Florencia. El crédito les permitía a los mercaderes adelantar y concentrar dinero para comprar y financiar, por ejemplo, una mercadería que debían adquirir en Asia y que requería tiempo y logística hasta lograr venderla. Hoy es un proceso similar: con las ganancias que generan esas mercaderías los empresarios pagan su crédito y así el sistema funciona, hasta que aparece una crisis, el empresario no puede devolver su dinero, y se puede entrar en una crisis generalizada.
Las crisis financieras revelan lo que nadie quiere saber del capitalismo: que para funcionar, necesita crear dinero sin respaldo metálico, sea via crédito o via billetes, pero con respaldo institucional, en el sentido que todos deben creer que ese dinero sirve para comprar, vender y ahorrar. Una parte de ese respaldo institucional radica en que la moneda pueda tener un valor previsible, y para eso se requiere fuertes intervenciones del Estado, entre otros a través del Banco Central.
La asunción del nuevo gobierno se da en un momento de crisis económica muy grave, en la cual las empresas y los hogares no pueden planificar sus ingresos y sus gastos a un mes de distancia. Tan es así que desapareció el crédito y las empresas trabajan al contado, como si el mañana no existiera. Esta desaparición del dinero-crédito que nos retrotrae al período medieval es producto de las políticas de liberalización de la cuenta financiera llevadas adelante entre 2016 y 2018 que hicieron explotar la economía, pensando que “respetar las instituciones” era “regalar todo a los grandes actores financieros”.
Uno de los grandes culpables de este desastre económico es Guido Sandleris, renunciante presidente del Banco Central, que no tuvo mejor idea en su año de gestión que no emitir dinero y elevar las tasas de interés de forma que el crédito fuera inaccesible, luego de que su predecesor Sturzenegger haya destruido la moneda y con ella los ingresos de los argentinos. En ese contexto, hablar de una baja en la demanda de pesos como lo hacen los liberales, es una hipocresía cuando los trabajadores no están llegando a fin de mes y que la calle se llenó de gente que pide pesos, aunque sean moneditas para poder comer.
Lograr estabilizar la economía y que los argentinos sepamos con cuántos ingresos contaremos de aquí a 6 meses es parte de “ordenar la economía” que fue una clave del discurso de campaña de Alberto Fernandez. Para eso tiene que volver el crédito a través de una baja en la tasa de interés, lo que permitirá relanzar el consumo y así mejorar las ventas de las empresas. Esa mayor liquidez inyectada en el circuito económico permitirá también mejorar las condiciones de pago sin las cuales es imposible pensar en invertir.
La otra parte fundamental para lograr ordenar la economía tiene que ver con la estabilidad del tipo de cambio. No devaluar de forma brusca parece ser una de las conclusiones luego de las recesiones de los años 2014, 2016, 2018 y 2019. Para eso hay que tratar de reducir las demandas de dólares y aumentar la oferta. Del lado de la reducción de las demandas, es esencial el control de cambios que se implementó (el llamado “cepo”), una política que ahora tiene amplio consenso entre los economistas y está para quedar. El canje de deuda con los bonistas también parece un elemento clave, que puede ser el más complejo dado los actores que involucra. En cuanto a la demanda de dólares para importaciones, ahí habría que hacer política fina y definir las importaciones que son necesarias para el crecimiento (insumos y maquinarias que no se producen localmente) y las que no.
Del lado de la oferta de divisas, es difícil pensar en un boom exportador. Tal vez ahí es donde el discurso presidencial choca con un contexto internacional cada vez menos propicio al comercio. No obstante hay una gran cantidad de dólares en posesión de los argentinos que el Banco Central debería tratar de comprar mediante incentivos adecuados, entre los cuales un tipo de cambio preferencial para los que quieran pesificar sus ahorros puede ser una solución a estudiar.
En suma, en estos 90 primeros días lo primero que hay que lograr es que vuelva el crédito, elemento esencial para que el resto pueda funcionar. Contrariamente a lo que enseña la escuela neoclásica, la moneda no es un “velo” de intercambios de mercaderías, sino que es la esencia del capitalismo. Esto nos deja una reflexión sobre el papel del peronismo en la historia de la Argentina: aunque odiado por los grandes capitales locales, aparece siempre en las grandes crisis para salvar al capitalismo argentino.
* Coordinador del departamento de economía política del CCC.
Estabilizar y luego encender
Por Marina Dal Poggetto**
El próximo 10 de diciembre por primera vez desde 1928 un gobierno no peronista termina su mandato, lo cual no es poco. Pero esto ocurre en medio de una crisis gatillada por el corte al crédito a una economía sobreexpandida y endeudada que en magnitud puede asemejarse a medio 2001. La caída acumulada de la actividad desde el primer trimestre de 2018 se acercaría al 10 por ciento y el desempleo al 12 por ciento.
Pero a diferencia de 2001, esta dinámica se da sin una crisis sistémica. Los bancos siguen en pie, a pesar de la salida del 40 por ciento de los depósitos en dólares registrada entre las PASO y el cierre del cepo post elecciones. Y, reperfilamiento mediante para 2020, la deuda se sigue pagando. Aunque con el mercado de crédito cerrado, el problema de liquidez se empieza a transformar en un problema de solvencia.
Y también a diferencia de 2001 cuando el salto cambiario se dio en una economía que venía de años de deflación de precios, no tenía prácticamente contratos indexados, sólo las tarifas de servicios públicos que se congelaron, pero partiendo de un colchón mucho más alto; esta vez se parte de una inercia contractual mucho más elevada con una inflación que terminaría el año arriba del 55 por ciento.
Los desequilibrios macroeconómicos heredados por Macri y amplificados hasta 2017 se empiezan a cerrar por las malas noticias, pero no se vuelve a los superávits gemelos del 2002. La caída en el consumo se refleja en un desplome de las importaciones y la balanza comercial cerraría el año con un superávit en torno a 15.000 millones de dólares y equilibrio en la cuenta corriente. Las cuentas fiscales también mejoran, al pasar de un déficit antes de intereses de 5 por ciento del PIB en 2017 (sin blanqueo de capitales) a algo por encima del 1 por ciento en 2019. Pero una tercera parte de esta corrección obedece a la licuación del gasto previsional que para sostenerse en el tiempo requiere o bien de tasas de inflación más altas dada la indexación por ley al pasado, o bien de un cambio en la indexación.
Si el Gobierno entrante no avanza en un plan de estabilización que enmarque la negociación de la deuda en un programa que además del acuerdo de precios y salarios que rompa la inercia inflacionaria, mantenga en simultáneo la consistencia fiscal y monetaria, difícilmente se pueda pensar en encender la economía.
La consistencia fiscal requiere que el esquema previsional, las tarifas y el esquema cambiario (incluyendo la recomposición lógica de la alícuota de retenciones) se inserten en la nominalidad buscada en el acuerdo de precios y salarios, sin que se dispare la brecha cambiaria. La consistencia monetaria, además de la señal de equilibrio primario (antes de intereses), va a requerir una definición sobre la deuda teniendo en cuenta que en 2020 vencen cerca de 30 mil millones de dólares, mitad en dólares, mitad en pesos. Y no es evidente que la demanda de pesos pueda absorber vencimientos por el equivalente al 80 por ciento de la base monetaria en 2020. La tasa de interés es el cuarto precio a incluir en este esquema, pero esta debería a ser la resultante de la consistencia del programa que permita canalizar el ahorro a la inversión a través de los bancos, y no una definición ex ante como proponen algunos para impulsar el crédito.
La estabilización no resuelve los problemas de la Argentina pero frente a una dinámica financiera como la actual, con riesgo de un evento de crédito y espiralización de la inflación con recesión, brindaría aire a la política en el arranque de la gestión para encarar una agenda de más largo plazo. El margen para encender la economía sin estabilizarla previamente luce cortoplacista y muy riesgoso.
Romper una indexación cada vez más corta y que además sigue siendo despareja (no todos los precios aumentan todos los meses) no es sencillo y requiere que algunos sectores estén dispuestos a perder en la repartija. Pero fundamentalmente requiere que el debate sobre la inflación salga de la grieta de los últimos años donde pasamos sin escalas de un BCRA que durante la gestión anterior aseguraba que ninguna emisión era inflacionaria gestando una inercia que no estaba en 2003-2005, a uno como el de los primeros dos años y medio de la gestión actual que sostenía que sólo con política monetaria consistente podíamos poner la inflación dentro de una meta exageradamente optimista en simultáneo a una recomposición violenta de precios relativos y elevado déficit fiscal.
**Economista y Directora Ejecutiva de Eco Go Consultores.